John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 14 de enero de 2017

CURIOSOS HALLAZGOS EN LA BIBLIOTECA


Sucede a veces que uno se deja cosas dentro de los libros. Yo, hasta ahora, por "cosas" entendía lo que más o menos se están figurando, normalmente aquellos elementos que hemos usado como puntos de libro a falta de algo mejor -billetes de metro, tarjetas de visita, postales, fotos...), o bien  (posibilidad mucho más sugerente) algún documento que uno ha querido esconder a ojos ajenos, como una carta de amor comprometedora, ese poema tonto que escribió una vez y que, releído, le sumió en la más absoluta vergüenza (pero no tuvo el valor de romper), una nota con la combinación de la caja fuerte... Hay gente incluso que guarda fajos de billetes en algún grueso volumen. (Esto último sólo lo recomiendo si se dispone de una biblioteca decididamente vasta, porque no hay ladrón con paciencia para abrir más de 5.000 volúmenes; claro que si se opta por esta solución como alternativa al congelador -me dicen que últimamente a la gente le ha dado por ahí, personalmente a mí no me va mucho lo de recuperar los billetes de banco con olor a palitos de merluza- también conviene tener buena memoria y recordar dónde se ha guardado, o la broma puede salirle cara.) Todo esto está muy bien cuando los libros son los de la propia biblioteca, pero resulta que muchas personas tienen la costumbre de dejarse cosas también en los libros que alquilan en la biblioteca. ¿A quién no le ha ocurrido encontrar en ellos algún legado del lector que le ha precedido? En mi caso al menos, estos hallazgos siempre han sido triviales: una entrada de cine, una lista de la compra, un abono de metro (caducado, por supuesto). Fruslerías. Sin embargo, parece que los profesionales, es decir, los bibliotecarios, encuentran objetos mucho más diversos. Esto lo sé gracias a una encuesta llevada a cabo por la revista Tin House con motivo de la próxima publicación de una novela cuya trama precisamente va de una esposa que le escribe cartas a su marido y luego las esconde en los libros de su biblioteca (no he tenido el gusto de leerla, pero me da cierta mala espina, ¿es que a esta señora no se le había ocurrido la posibilidad de hablar con su marido? ¿o acaso esperaba que el marido tuviese poderes paranormales y acertase en qué libro escondía las cartas?). En fin, decía que estos señores les han preguntado a una serie de bibliotecarios qué era lo más raro que se habían encontrado dentro de un libro y las respuestas son sorprendentes y, según como se mire, preocupantes. Lo que más me ha llamado la atención, porque nunca se me hubiese ocurrido, es la frecuencia con que mencionan cosas de comer: rodajas de mortadela, lonchas de bacon, patatas fritas, galletas, ¡una gamba cocida! o, incluso:

Un taco mejicano, perfectamente conservado y prensado, como si fuese una flor, en el centro de un libro. Era tan delgado que era imposible saber que estaba ahí sin abrir el libro.  (respuesta de una bibliotecaria de Bartow County, Georgia)
Digo yo que el taco estaría tan estupendamente conservado, pero el libro debía de haber sufrido lo suyo en el proceso.



La verdad, ni cuando era una niña se me pasó por la cabeza la posibilidad de emplear el relleno de mi bocadillo como punto de libro. ¿Y no sería preferible comerse la patata frita que usarla para recordar el capítulo en que dejaste la lectura? (Respuesta: si era una de esas patatas de comida rápida, blanduchas y con sabor a grasa mala, tal vez no.) En cuanto a la gamba, eso sí escapa totalmente de mi comprensión.

Del resto de respuestas, hay que destacar también una divertida anécdota del hallazgo de un billete de cien dólares dentro de un libro. Cuando la bibliotecaria llamó a casa de la última persona que lo había tomado prestado, una mujer, limitándose a preguntar si "tal vez se había dejado algo en un libro", el marido (que es quien respondió al teléfono) contestó enseguida: "¿Otra vez ha estado usando billetes como puntos de libro?". Si para esta señora se había convertido en costumbre, las lecturas debían de salirle bastante caras.

Aunque también hay lectores concienzudos, como el de una biblioteca canadiense que devolvió un libro con treinta años de retraso, pero con una amable nota de disculpa en su interior y varios billetes para pagar la multa correspondiente al tiempo transcurrido.


Sea como fuere, a partir de ahora, prometo que seré muy cauta al abrir cualquier libro que proceda de la biblioteca. Quién sabe lo que puede acechar en su interior.

(Animo a los bibliotecarios que se pasen por aquí a dejar constancia de sus experiencias en esto de los hallazgos dentro de libros. Estoy segura de que tendrán más de una anécdota que contar.)


domingo, 8 de enero de 2017

LIBROS 2016


Bien, por fin la primera entrada de 2017. Entre viajes y festividades, llevaba tiempo sin acercarme al blog. Poniéndome al día de lo que cuentan mis blogs amigos, caigo en la cuenta de que la mayoría se han descolgado ya con la casi ineludible lista de lecturas del 2016, "lo mejor del año", o similar. Ya lo he dicho alguna vez -empiezo a sospechar que lo repito cada año-, mi reticencia a llevar un control de lo que leo hace que este tipo de recopilaciones anuales resulten un problema, porque soy incapaz de recordar con exactitud cuándo leí cada cosa. También es culpa del tiempo, que se acelera con la edad -no es figuración mía, lean sino el interesante ensayo de Douwe Draaisma Por qué el tiempo vuela cuando nos hacemos mayores-, haciendo aún más difícil situar los libros en un momento concreto del arco temporal. Está claro, pues, que mi lista no será exhaustiva, ni posiblemente tampoco completa, pero creo que vale la pena citar unas cuantas lecturas que -da igual cuándo- han destacado lo suficiente sobre las demás como para dejar huella en mi recuerdo:
 
Creo que este es un de los libros más citados y más elogiados a lo largo de 2016.  Yo también llegué a él atraída por las constantes recomendaciones  y -al contrario de otros muchos de infausta memoria- no me defraudó. Los relatos de Lucia Berlin tienen algo original, algo salvaje, de alguien que ha vivido intensamente y ha sabido plasmarlo con rabiosa sinceridad. Es una de esas lecturas que no dejan indiferente y que, desde luego, perduran en el recuerdo. Con todo merecimiento, uno de mis libros de 2016.
 
Olive Kitteridge, de Elizabeth Strout
Por algún motivo (ideas que a una se le meten en la cabeza), asociaba el nombre de esta autora con novelas de esas relamidas y nunca había sentido curiosidad por leerla. Sin embargo, un día me topé por pura casualidad con un capítulo (ni siquiera era el primero) de la serie que lleva el mismo título -protagonizada por la inmensa Frances McDormand- y quedé deslumbrada (aprovecho para recomendar la serie al mismo tiempo que la novela, no sé decir cuál de las dos es mejor). La lectura de la novela en que se basa no hizo más que aumentar mi admiración por la autora, que a partir de ahora forma parte de mi lista de escritores a seguir atentamente. De hecho, ya tengo su Me llamo Lucy Barton en la recámara.
 
Morir en primavera, de Ralf Rothmann
Otro encuentro casual, o quizás no tanto, dada mi afición a los libros que giran en torno a la Segunda Guerra Mundial. Aún así, últimamente andaba yo un tanto harta de productos de segunda clase que se venden aprovechando el tirón del tema bélico. Supongo que lo primero que me gustó es el título, que no puede ser más adecuado. Porque en este libro hay mucha muerte, muchas cosas desagradables, pero, en medio de tanto horror, hay también momentos de calidez y de belleza.
 
La gente del Abismo, de Jack London
¿Qué puede importarnos en 2017 un reportaje sobre los desheredados del Londres de 1901? Bueno, pues para comprobar que, a más de un siglo de distancia, hay muchas cosas que no hemos logrado cambiar. Tal vez ciertas prácticas que menciona London -que se hizo pasar por uno de esos indigentes y vivió como ellos durante un tiempo para escribir su reportaje- han caído en desuso y la miseria no es tan visible, ni tan profunda (¿o sí?), pero el ojo implacable de London sabe poner al descubierto los mecanismo del capitalismo, tan perversos hoy como ayer.
 
Americanah, de Chimamanda Ngozi Adichie
La lectura del opúsculo Todos deberíamos ser feministas me abrió el apetito por la obra de esta escritora nigeriana. Un libro que dice mucho sobre las diferencias culturales, sobre el racismo flagrante y el oculto (ese que todos creemos haber superado), sobre la dificultad de adaptarse a otra cultura y la dificultad de ser mujer.
 
Por último, no puedo evitar incluir en esta lista de libros un cuerpo extraño, una película:
 
 
 
Paterson, de Jim Jarmusch
Aparentemente, la película cuenta una semana en la vida de un conductor de autobús que escribe poesía y que tiene una novia y un perro. La novia pinta y hace muffins, el chico escribe en todos los ratos que le deja libre su oficio de conductor. Nada más. Con estos mimbres, Jarmusch hace una película bellísima, tierna, divertida y, sobre todo, poética. No esperen acción, tiros, ni persecuciones. Pero yo salí del cine con una sonrisa de felicidad que me duró varios días. Que no es poco en los tiempos que corren.