John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

RESCATES 2015

Con el final de cada año, revistas y suplementos literarios -y, cómo no, blogueros- se lanzan a hacer su lista de "los mejores libros" que, lógica e inevitablemente, suelen estar compuestas en su mayoría por novedades publicadas en ese período. Ya sabemos que el mercado editorial, como de hecho todos los mercados dentro de la lógica capitalista, se mueve al compás de "lo nuevo", "lo último", "el descubrimiento". (Personalmente, nunca he entendido demasiado este concepto de que algo, por el solo hecho de ser nuevo, tenga que ser mejor que lo anterior; en todo caso, habría que comprobarlo primero: ¿alguien ha averiguado si muerde?) Pero si nos tomamos la molestia de repasar la lista de "lo mejor de" de unos cuantos años atrás, veremos que sólo una pequeña parte de esas supuestas rutilantes estrellas siguen en el firmamento. Al mismo tiempo, el alud de novedades sepulta otros muchos libros que, aunque escritos tiempo atrás, siguen valiendo la pena. Por eso, quiero dedicar mi particular lista de final de año a algunos rescates de obras y autores que, a mi entender, era una lástima que hubiesen caído en el olvido. En este caso, pueden hacerse con ellos sin miedo: estas obras sí han resistido la prueba del tiempo y no muerden. Al contrario, les garantizan unas horas de excelente lectura. Es de esperar que, hora que han emergido de nuevo de la oscuridad, su brillo ya no se apague.
 
 
 
 
Editorial Minúscula, que tan buen ojo tienes para los rescates literarios, nos ofrece este año una de las obras más importantes de Shirley Jackson, sus Cuentos escogidos, entre los que está el que le diera fama (y controversia, a partes iguales), "La lotería". La misma editorial recuperó hace un tiempo su deliciosa novela Siempre hemos vivido en el castillo. Señores de Minúscula: los lectores les estaríamos eternamente agradecidos si completaran esta labor de rescate con las divertidas memorias de la señora Jackson, Life among the Savages. Así nuestra felicidad será completa.
 
 
 
 
 
 
Y seguimos con cuentos, esta vez con una figura indiscutible de las letras americanas, la escritora más mordaz y cáustica que vieron los siglos: Dorothy Parker. No sé si esto cuenta como rescate, porque de hecho Lumen publicó hace tiempo su Narrativa completa, pero ahora se marca una más que apetecible antología ilustrada de sus cuentos, Colgando de un hilo, un formato muy adecuado para que uno se lo pida como regalo y se pase las vacaciones admirando la afilada lengua de la señora Parker.
 
 
 

Y de rescates americanos, a rescates británicos: Errata Naturae recupera este clásico de la literatura británica de entreguerras, Invitación al baile, de Rosamond Lehmann -para que se sitúen, era amiga de los Woolf, de Dora Carrington y de Lytton Strachey- con todo el encanto y sabor de los años treinta. Sólo me sorprende que no hayan empezado esta meritoria labor por la que se considera su mejor novela, Dusty Answer. (Que yo sepa, no existe edición española, me gustaría estar equivocada.)
 
Ya que estamos, quisiera recomendar un par de obras que merecen ser rescatadas del olvido, a ver si para el año que viene algún editor se anima a ello:




Testament of Youth, de Vera Brittain, unas inolvidables memorias que plasman lo que fue ser una  joven en la Inglaterra de la Primera Guerra Mundial y cómo la huella de esa cruel guerra se manifestó en la vida de muchas mujeres como ella.



The Raj Quartet (sí, son cuatro novelas), de Paul C. Scott. Un maravilloso recorrido por los últimos años de la India colonial (la acción empieza en 1942). Hubo incluso una serie de televisión basada en esta obra, que  se publicó en España hace bastantes años, pero que ha sido lamentablemente engullida por las mareas de novedades.

¡Que tengan unas felices y literarias fiestas!


 

jueves, 17 de diciembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.6): BIBLIOTECA DOBLE

La última biblioteca de esta tercera serie es la de Enrique y Ángeles, del blog Milerenda: si otros blogs nos invitan a recorrer mundos librescos, ellos dos nos sirven de guía incomparable para pasear por rincones de su ciudad y de muchos otros lugares, así como para aprender sobre arte, ciencia y muchas cosas más. Y todo acompañado de espléndidas fotografías. Su biblioteca, como es lógico, refleja esta variada gama de intereses.


No hay nada que nos guste más que chafardear bibliotecas ajenas, algo que imagino también les pasa a todos los que, como nosotros, tenemos fijación por la lectura. La sección de Elena nos da la excusa perfecta para mirar esas baldas que dicen tanto de uno mismo. Gracias, Elena, por pensar en nosotros.
Al principio de nuestra convivencia Ángeles trajo a casa lo que llamó su ajuar: una cantidad ingente de libros que multiplicaba por varios factores los que ya tenía Enrique. Los libros fueron a parar a casi todas las habitaciones de la casa. Pero hace casi tres años nos mudamos y, aunque no fuera un traslado traumático, ya que nos quedamos en el mismo edificio, en nuestro nuevo piso perdimos algo de espacio, por lo que tuvimos que desprendernos de algunos libros.
 
 
Billy sirve para todo
 

La mayoría de los que quedaron fueron a parar al despacho y se acomodaron en las archifamosas estanterías Billy.
Desde el principio, una o dos veces por año, se nos ocurre una nueva y presuntamente definitiva forma de ordenar los libros y es entonces cuando Ángeles imagina a Enrique en el papel de "ordenator", un superhéroe que lucha contra el caos.
 
 
Esperando a "ordenator"
 

Tras haberlos tenido ordenados alfabéticamente, por editoriales...finalmente hemos decidido distribuirlos por temática: los de ciencia ficción, los de viajes, los de Barcelona, las novelas históricas, los de ciencia, los de cine y los cómics e ilustrados y luego, por supuesto, el gran grueso de libros de narrativa, los cuales no hemos podido evitar colocarlos en doble fila.
 
 
Narrativa en doble fila: abran paso
 
 
Los que no cupieron en el despacho fueron a parar a la sala de estar, donde un enorme mueble de teka alberga la colección de libros de cocina, mientras que en una librería colonial fueron a parar los de arte, de historia y otros de gran formato. Finalmente las revistas quedaron ordenadas en múltiples revisteros de madera y cartón sobre un mueble que estuvo a punto de perderse en el traslado.
 
 
Colonial hasta en el té
 

La incursión de los libros digitales detuvo momentáneamente el aumento incesante de nuestra biblioteca, pero siempre se cuela algún imprescindible.
 
 
Libros con mucho arte
 
Esperemos que os gusten nuestros estantes.

viernes, 11 de diciembre de 2015

ESOS ASTUTOS INVASORES



Los lectores que hayan seguido la serie de colaboraciones que he agrupado bajo el título de "Mi biblioteca", gracias a las que nos hemos podido pasear por las de  -si contamos las tres temporadas- casi una veintena de blogueros, habrán sacado tal vez la misma conclusión que yo: no es tanto que todos ellos sean obsesivos acumuladores de libros, es que los libros se han adueñado de ellos. Por eso, me parece que viene muy a cuento reproducir lo que dice al respecto -y con mucho ingenio- otro grandísimo lector, Bernard Pivot, en su libro Le métier de lire. (Por cierto, me han llegado noticias de que en breve saldrá a la venta la versión española, publicada por Trama Editorial.)
 
"Los libros son unos invasores implacables. Como quien no quiere la cosa, con una paciencia infinita y cada día más numerosos, se apoderan del lugar. Pronto desbordan las estanterías que les han sido asignadas. Al igual que las multitudes de caracoles en las novelas de Patricia Highsmith, escalan las paredes, suben hasta el techo, se instalan sobre las chimeneas, las mesas, los aparadores, se aferran a los rincones, penetran en los armarios, las cómodas y los baúles y, cuando permanecen en el suelo, proliferan sobre la moqueta o sobre las baldosas en pilas inestables y arrogantes.
A los libros no les está vedada ninguna habitación. Ninguna les repugna. Los que no han podido acceder al salón, al despacho o al dormitorio se conforman con los lavabos, la antecocina, los pasillos, o incluso con un cubículo sombrío por el que transitan las patatas, los botes de mermelada, las botellas de vino de marca, el aspirador y los ovillos de cordel. Cohabitan con las arañas. No son alérgicos al polvo. Agrupados, apretados unos contra otros, poseen la estabilidad y la perseverancia de los menhires. Antes, los ratones los mordisqueaban. Pero, ante la proliferación de las cubiertas, casi todos han renunciado a ello. [...] La verdadera ambición de los libros es expulsar a los hombres de las bibliotecas y de sus hogares para ocupar todo su territorio para poder disfrutar de ellos en soledad y a lo grande."
 
 
 
 
A veces -por ejemplo, cuando hemos de pensar en una mudanza- los bibliómanos nos sentimos no sólo invadidos, sino derrotados de antemano. Pivot mismo confiesa que, a lo largo de los años, los libros se han adueñado de su apartamento de París y de su casa de campo. "Con la sorda paciencia de los deslizamientos geológicos, los libros avanzaban, se instalaban, se acumulaban, conquistaban nuevos territorios e imponían incluso la sensación de que los espacios tomados les estaban destinados ya para toda la eternidad." Como los personajes del cuento de Cortázar Casa tomada, sin saber cómo, una habitación tras otra han dejado de ser nuestras y hemos tenido que concederles la victoria.
Por desgracia, sabemos que si, por  alguna catástrofe natural o un giro perverso del destino, nos viésemos obligados a abandonar nuestros hogares tomados por los libros y comenzar desde cero en algún otro lugar, ellos sabrían encontrar de nuevo el camino hasta nuestro hogar.
Invasores que aceptamos de buen grado, pero invasores al fin.
 

martes, 1 de diciembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.5): DEL SALÓN A LA LEONERA

En esta ocasión, nos trasladamos a la biblioteca de Miss W, del bibliómano y anglófilo blog At Winnifred's, que además de libros de vez en cuando también nos ofrece sabrosos comentarios de películas. Una biblioteca que muestra especial querencia por los cuentos, los clásicos y los autores anglosajones, sin renunciar a la variedad.
 
 
¡Hola! Dejadme que en primer lugar agradezca a Elena Rius el hecho de haber sido invitada a colaborar en su blog, espacio que sigo desde hace tiempo y que por supuesto tengo enlazado en el mío.

Mi biblioteca es extensa, ocupa prácticamente todo el salón de casa, al que más que salón deberíamos llamar “biblioteca con sofás” y buena parte de la habitación-leonera donde además de los ordenadores tenemos el rincón de la plancha. En el salón tengo todo ordenado en primer lugar por géneros: Narrativa, poesía, teatro y ensayo (también hay baldas para la literatura de viajes, la mitología, el cine, gran formato y parte de nuestros vinilos) y en segundo lugar de la A a la Z por autor. Lo que más abunda es la narrativa, tanto que los cuentos ya se han “independizado” de la biblioteca compacta y han exigido su propio mueble, ese mueble oscuro que aparece en la foto y en el que yo  suelo colocar las nuevas adquisiciones para fotografiarlas y enseñarlas en mi blog.
 
Cuentos y más cuentos
 
Los libros me gustan todos: los de bolsillo, los de tapa dura, los ilustrados, y los que no lo están. Todos son hijos, los quiero por igual y conviven en el mismo espacio. Compro la mayoría en rastros, mercadillos, librerías anticuarias y de ocasión y una minoría en librerías convencionales (de libros nuevos, para entendernos). Lo que sí miro es que sea, si puede ser, una buena edición y a ello me refiero a que si tiene un buen prólogo y está anotada, mejor que mejor y, por último, ya genial si tiene buena letra porque últimamente estoy perdiendo vista por esas cosas de la edad...

Un defecto: la mayoría de los libros están en doble fila, se nos han ido de la mano porque aunque de vez en cuando practicamos un expurgo, luego resulta que no nos cortamos a la hora de comprar más: incorregibles, tanto mi X como yo.
 
 
¡Socorro, nos desbordan!


En las fotos no se aprecia pero los Dickens  y Dumas esconden  a los Delibes, Defoe, Duras , etc. que no podréis ver...
 

Y no podía faltar Queen Elizabeth presidiéndolo todo...
 
En la habitación de usos múltiples o leonera tengo toda la literatura en inglés y ahí no tengo ningún orden aunque sí que tengo un archivo de ellos y ya suman 470 volúmenes entre todos los géneros. Solamente tengo separados todos los clásicos ( Hardy, Austen, Trollope, etc) de los modernos pero  ya va llegando la hora de que al menos separe la novela del resto de géneros. Aquí sí que el 99 por ciento son  de segunda mano. Siempre  que salgo fuera vengo cargada de libros de mercadillos, charities y demás y también los compro por internet, claro. Os dejo en foto una pequeña muestra en representación de mi literatura inglesa. Entre mis autores favoritos están Janet Frame, Julian Barnes y  Margaret Atwood, por citar solo algunos.
 
 
 
 
 
 

También tenemos libros relacionados con nuestras profesiones, algo de literatura en francés, libros de cocina , los tebeos y la novela gráfica.

Nada más. Espero que  este breve recorrido os haya gustado y gracias por leerme.

Un saludo desde  tierras del Norte. Miss W.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.4): TANTOS LIBROS, TAN POCO ESPACIO

La biblioteca invitada de la presente entrega viene de lejos, nada menos que de París. ¡Que no se diga que los bibliófilos no corremos mundo! Se trata de la de Marie, del delicioso y cosmopolita blog A book a day keeps the doctor away. Aparte de dejarnos curiosear en sus muchos tesoros, la biblioteca de Marie es la prueba palpable de que la escasez de espacio no es excusa para un amante de los libros. Vean, vean, los que pueden llegar a caber en un apartamento diminuto.


Cuando Elena me dio la oportunidad de participar en esta nueva temporada de "Mi biblioteca" me sorprendí y emocioné a partes iguales. No podía creer que mis estanterías fuesen a protagonizar una entrada en su exquisito rincón. Claro está, me fue imposible negarme; aunque al ver el tamaño de mi biblioteca de pronto me entró el pánico. Escribí corriendo a Elena para decirle que mi biblioteca era pequeña, muy pequeña, pero como ella no vio impedimento alguno, decidí seguir adelante y aquí me tenéis.

Veréis, vivo en un pequeño estudio de apenas 30m2 situado en París. Si vieseis la factura del alquiler pensaríais que vivo en un ala de Versalles, pero nada más lejos de la realidad. Comparto mi Petit Trianon particular con Jean y con los cachivaches que forman nuestra vida común. Así que, ya podréis imaginar lo justos que andamos de espacio. Cuando me mudé aquí hace cinco años nunca imaginé el problema al que me enfrentaba. Toda mi vida he estado rodeada de libros. Cualquier espacio de mi casa en Alicante estaba abarrotado de ellos: el salón, los dormitorios, la cocina, el huequito al lado de la chimenea, el garaje…en cualquier rincón convivían (y siguen conviviendo) los libros de mis padres y los míos. Lo cierto es que el espacio nunca fue un problema.

Cuando llegué a ParÍs, me obcequé en seguir comprando libros con mi ritmo habitual y, claro está, la situación degeneró rápidamente. Había torres de libros por todas partes. Si estábamos sentados en el sofá teníamos que mover los libros que estaban allí apiñados hasta la cama; a la hora de dormir, vuelta al sofá o a la mesa o a la barra de la cocina...era insostenible. La situación requería de una medida drástica, a saber: solo se quedarían en casa los libros que necesitaba tener conmigo y sin los que no podía vivir. El resto, libros leídos y olvidados o lecturas de una sola vez viajaron en sucesivas maletas hasta Alicante, como hijos desterrados acogidos con cariño por mis padres. Por eso, si es cierto que las estanterías son capaces de mostrar la personalidad de su propietario, en mi caso son mi fiel reflejo.

Mi pequeña colección está dividida en dos estanterías, un carrito de fruta (ya os lo explicaré) y “la torre”. Mis grandes pasiones son los clásicos y los ensayos históricos, en especial los consagrados al siglo XIX, y de eso se compone prácticamente mi colección (apenas tengo libros publicados más allá de 1950). Los libros están separados en ficción y no ficción, y estos últimos ordenados por países y autores. Me gusta agrupar los títulos que tengo de cada autor para tener controlados los que me faltan para completar su obra, sobre todo si se trata de mis autores favoritos.

En la estantería grande (que preside lo que podríamos llamar mi salón) los ensayos, biografías y poemarios ocupan las baldas inferiores. Ahí es donde están mis preciados ejemplares de Hojas de hierba, Walden, Las ensoñaciones del paseante solitario y Las metamorfosis. Las biblias paganas que me acompañan en el camino. A continuación le sigue la balda en la que se agolpan los clásicos franceses, rusos, alemanes, nórdicos e italianos. Me alegra ver que tanta nacionalidad convive en paz, aunque me apena saber que escondida en la segunda fila está mi colección completa de los Rougon-Macquart de Zola y las obras de mi querida George Sand.


 
Por último, en las dos baldas superiores, está la literatura norteamericana. Ahí descansan grandes clásicos como Hawthorne, Fenimore Cooper, Poe y Melville; las heroínas de mi infancia de manos de Alcott y Lucy Maud Montgomery; maestros como Scott Fitzgerald y Willa Cather, y los libros de pioneros del Oeste que tanto me gustan. Mención especial merecen los libros de Wallace Stegner y Jeffrey Eugenides, unos de los pocos autores contemporáneos que se han hecho un huequecito en mi colección.  La otra estantería, cobijada junto al sofá, es sin duda mi pequeño paraíso, mi debilidad; el rincón de la de literatura inglesa.
 


Los clásicos del XVIII y XIX están en la balda superior (aunque algún Hardy anda perdido en “la torre” y otros como Middlemarch y Evelina han viajado a Alicante para que los disfruten mis padres). Jane Austen, Elizabeth Gaskell y las Brontë son las grandes protagonistas y acaparan casi toda la balda. No podría vivir sin ninguna de ellas.

Justo en los cubículos inferiores están los clásicos modernos del siglo XX. Mucha literatura eduardiana con John Galsworthy y E.M. Forster a la cabeza y sobre todo mucho material de escritoras británicas. Frances Hodgson Burnett, Virginia Woolf, Vita Sackville-West, Winifred Holtby, Elizabeth Taylor, Elizabeth Bowen, D.E. Stevenson, Stella Gibbons, Barbara Pym... tantas y tantas que atesorar. Junto a ellas no he podido evitar incluir a Katherine Mansfield a pesar de su origen neozelandés (como ella misma decidió abandonar las antípodas para no regresar, supongo que no le importaría estar en territorio británico).



 
En cuanto a las ediciones, no soy nada fetichista. No hago ascos a las ediciones bonitas, por supuesto, pero el contenido prima sobre el continente. Siempre compro el ejemplar que mejor relación calidad precio tenga, ya sea en francés, inglés o español (este es el orden que privilegio y por eso en mis estanterías abundan las ediciones francesas e inglesas). Soy asidua y adoro las librerías de ocasión; de ellas provienen una gran mayoría de mis libros y, como podéis ver, prefiero las ediciones de bolsillo al cartoné. No solo por motivos de espacio sino por lo manejables que son. Soy una lectora invasora que anota, dobla esquinitas y coloniza sus libros, por eso las ediciones de bolsillo me resultan perfectas.




Las circunstancias me han hecho experta en tetris, en encontrar espacios y en la caza de ediciones pequeñitas de las novelas que busco. Si quedo ciega en el proceso será otra de las cosas que agradezca a París.

Claro que, por mucho que haya inventado hasta la fecha, las estanterías han terminado por llenarse. El desbordamiento de libros ha sido inevitable y ahí está “la torre” que lo atestigua. Crece y decrece conforme voy bajando tomos en las maletas alicantinas. Otros sin embargo han terminando instalándose en el carrito de la fruta de la cocina, una cocina en la que en vez de comida hay libros. Menos mal que no corren el riesgo de oler a boeuf bourguignon ni a pot au feu porque cocinar lo que se dice cocinar… corramos un tupido velo. Y así seguiré, haciendo malabares para seguir encontrado sitio a los nuevos inquilinos. Porque seguirán llegando, todo bibliófilo sabe que nunca llegará el último libro (a menos que se interponga la muerte, claro). Así que, si no me mudo antes y me veo en la tesitura de mandar a alguien al armarito del baño, supongo que llevaré a los pioneros americanos de avanzadilla. Visualizar a Virginia Woolf, a E.M Forster o a Henry James junto al lavabo y la taza del váter me duele en el alma. Supongo que cosas peores habrán visto Mark Twain, Elinore Pruitt Stewart, Francis Bret Harte y Calamity Jane.


martes, 17 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.3): DESBORDAMIENTO Y ENTROPÍA

El siguiente bibliómano invitado es Mariano Hortal (conocido en otras redes como @sigfrido1976) del blog Lectura y locura, un buen lugar para aficionados a la lectura, pero también para entusiastas de la ópera, sobre la que escribe a menudo y con pasión. Aparte de su gran capacidad lectora -diría que su biblioteca es solo una pequeña muestra de ella-, de la que deja huella en el blog, no hay que perderse su siempre ingeniosa sección mensual sobre Fajas y libros.


Gran sorpresa (y al mismo tiempo agradable) me llevé cuando Elena me propuso un post de estas características. Llevo tiempo pensando en hacer una sección en mi blog para mostrar diversas partes de mi nutrida biblioteca y por falta de tiempo no he podido ponerme con ello.
Así que esto se presenta como una pequeña oportunidad de compartir mi espacio con los lectores del blog. 
Tengo la gran suerte de tener una casa grande y  uno de mis sueños de toda la vida era poder disponer de una habitación o buhardilla dedicada enteramente al almacenaje de libros; esto sucede así y os pongo a continuación una muestra de ellos:
 


 
Mi forma de ordenarlos tiene en cuenta las temáticas y luego el orden alfabético, de hecho según veis la foto la estantería de la izquierda recoge novela contemporánea (algún clásico);  la que tenéis enfrente tiene novela negra policíaca y la de la derecha lo más detectivesco dentro de lo policíaco, ciertamente es rara esta división, pero por temas de espacio me venía bien en su momento. Ah, la de la esquina derecha está ocupada por fantasía y ciencia ficción. Hubo un momento en que pensé que todo cabría fácilmente pero ya podéis ver que empiezan a formar segundas filas en la misma estantería y ordenaciones poco ortodoxas con apilaciones diversas. Es lo que todos llamamos desbordamiento.
No son estas las únicas estanterías que tengo en dicha habitación,  si os fijáis en estas:
 


 
Se trata de extensiones de lo policíaco y de la novela contemporánea y, escondidas en el fondo hay novelas de terror que todavía no he leído, las leídas ya están en otros sitios.  No os he puesto otras estanterías que tengo para hispanoamericana o best-sellers porque os quiero llevar a otros rinconcitos literarios.  
Como podíais imaginar, dispongo de más lugares para mis tesoros literarios. Esta esquina que pongo a continuación la tenemos en el salón, no podía imaginar el lugar en el que más tiempo estamos sin la presencia de estos grandes amigos. El criterio en este caso es estético: tapas duras, buenas ediciones, colores vivos y libros que me hayan gustado especialmente tienen su cabida en este precioso espacio. Viendo la foto os podéis imaginar varios de mis gustos más esenciales.

 


También, en el cuarto del ordenador, tengo otro lugar equipado con, en su mayoría, clásicos, ahí están Dickens, Woolf y muchos más ah, y literatura en inglés, que no puede faltar Shakespeare, Austen, las Brönte… es más pequeño pero el número de joyas por centímetro cuadrado es proverbial.
 

 
 
Y todavía me queda espacio para una última habitación, es la habitación de los tebeos (y de la plancha también); hay una buena mezcla pero abundan los superhéroes (tanto de Marvel como DC o Image) aunque tampoco faltan mangas, europeo y los imprescindibles Mortadelo y Filemón. Cuánta diversión contenida que recoge buena parte de mi infancia, espero que a mi chiquitín le gusten tanto como a mí. Estoy esperando el momento en que pueda descubrirlos ya que ahora es todavía muy pequeño.
 

 
 
Espero que os hayan gustado estas muestras de mi vasta y cada vez más entrópica biblioteca. Me planteo ya, desgraciadamente, empezar a liberar espacio, tendré que empezar por los que menos me hayan gustado. Sinceramente, va a ser muy duro. Muchísimo. Tengo mucho cariño a estos queridos libros.

martes, 10 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.2): CUENTOS, BRUJAS Y MUCHO MÁS


Nuestra segunda biblioteca invitada de esta temporada es la de Noemí Risco, traductora especializada en Literatura Juvenil y Fantasía, protoescritora y propietaria del blog Laberinto de ideas. En su biblioteca hay mucho de magia, pero también orden y sistema. Visitarla es casi dar un paseo por el maravilloso país de los cuentos.
 

Mi biblioteca, supongo que como la de casi todos, ha ido cambiando a lo largo de los años; en mi caso, no sólo por el ingreso de nuevos títulos, sino por su ubicación, porque me he mudado unas cuantas veces. En mi infancia apenas tenía un estante de libros en mi cuarto, con algunas lecturas del colegio y el ejemplar que le mangué a mi madre de La historia interminable. Cuando nos trasladamos a Tenerife, en 1990, me compraron muebles nuevos para mi habitación y eso incluía una larga estantería del techo al suelo, que poco a poco fui llenando de tesoros. Han pasado muchos años, por muchas estanterías distintas, han convivido con libros de pareja, a veces hasta se han ido de viaje conmigo, algunos se regalaron, otros se donaron, pero la mayoría de mis libros permanecen a mi lado.
Ahora estamos en el campo, desde hace un par de meses, y lo primero que hice al llegar fue ir a comprarles un par de estanterías con puertas para guardarlos y preservarlos del polvo. Aún no los he colocado como me gustaría, porque lleva su tiempo, pero sí se encuentra cierto orden.
 
 



Tengo un apartado para los libros que yo he traducido, ya que en algún momento puede que deba consultarlos. No los ordeno alfabéticamente, sino por editorial, tamaño y color. La serie de El corredor del laberinto, por supuesto, tengo que tenerla a mano. Luego hay otra sección dedicada a los libros de terror y ciencia ficción para adultos, que mezcla ediciones descatalogadas, como varios títulos de Gran Fantasy de MR o una extensa colección de Tanith Lee en inglés, con nuevas adquisiciones a la espera de su lectura. Por supuesto, tengo juntitas todas las entregas de las Crónicas Vampíricas de Anne Rice, de la que fui gran fan en la adolescencia, y unas cuantas obras de la mejor época de Stephen King.
 
 



La magia de los cuentos tiene un lugar muy especial en mi biblioteca y, como veis, sigo organizándola por colores. En tonos más fríos, azulados, El Palacio de los Cuentos, con un relato del mundo para cada día del año, la estupenda colección El vuelo del dragón, los magníficos cuentos de Cristina Fernández Cubas o El (ineludible) jardín secreto… 
 




En tonos más cálidos, amarillentos, Ana Cristina Herreros y sus brujas, La princesa y los trasgos de George MacDonald, El jardín de medianoche o esa entrañable antología de los Grimm, Andersen y Hoffmann que me leía mi abuela antes de irme a dormir. ¡Oh, y el rincón de Michael Ende! Sí, con el libro robado a mi madre al lado de la versión original que reeditaron el año pasado tal cual la publicaron en 1979.



Por último, tengo un apartado para los libros en versión original, en alemán y en inglés. ¡No solamente vamos a leer traducciones! A veces también me gusta disfrutar del idioma original y también es cierto que algunas de estas adquisiciones se deben a que la edición original me gusta más, es más completa o simplemente no existe en español. Por ejemplo, la edición del 80 aniversario de Mary Poppins, con todos los libros en uno, o una edición especial que sacaron de La princesa prometida, con material extra que no aparece en la versión traducida.
 
 
 


En más de una ocasión me han preguntado si me los he leído todos. La respuesta es no. Todavía no. Me quedan por leer unos cuantos. La siguiente pregunta que hacen algunos es: ¿Y por qué sigues comprando? Tampoco es que compre un libro cada mes, ni siquiera cada dos meses —la mayoría, además, son regalos—, pero sí cae alguno de vez en cuando, y si no lo compro en su momento, en esa edición que es tan bonita, luego quizá ya no lo encuentre. ¿No os ha pasado nunca? Entonces, ¿por qué tomas prestados libros de la biblioteca pública?, suele ser la tercera pregunta. Y es que a veces apetece leer lo que no se tiene en casa, porque ya no se vende en librerías o porque no se está lo bastante segura como para comprarlo.
Lo importante es seguir leyendo y no perder la costumbre allá donde estemos. ¿Adónde nos llevará el destino a mí y mis libros dentro de un tiempo?

martes, 3 de noviembre de 2015

MI BIBLIOTECA (3.1): SERENDIPIA EN ESTANTES

Bien, queridos merodeadores de bibliotecas, ya está aquí la tercera temporada de la serie "Mi biblioteca", en la que unos cuantos blogueros invitados tendrán a bien dejarnos husmear en sus estanterías. Agradezco a todos ellos su generosidad y buena disposición. Prepárense pues para asistir a nuevas entregas de este fascinante espectáculo libresco.
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Nuestra primera invitada de esta temporada es la biblioteca de Mónica, del blog Serendipia, gran dinamizadora de retos e iniciativas diversas en la red (y quién sabe si también fuera de ella). Parece que los libros de Mónica, que como es lógico son grandes aficionados a la serendipia, dejan que sea ésta quien gobierne sus encuentros en las estanterías. La suya es una convivencia abigarrada, pero sin duda muy feliz.


Mi piso es pequeño, cuando pasamos el aspirador solo hace falta cambiar de enchufe una sola vez para llegar bien a la totalidad de sus rincones. Es, aspiradoramente hablando, un piso de dos enchufes. Por eso no tengo más remedio que deslocalizar mi siempre creciente biblioteca en varios lugares de la casa. También me obliga de vez en cuando a deshacerme de algunos libros —en concreto de aquellos que sé que no me apetece volver a leer de nuevo—, que suelo donar al servicio de intercambio gratuito que organiza el centro cívico de mi barrio.
No tengo los libros ordenados en ningún sentido, ni por autor, ni por editorial, ni por fechas; conviven aleatoriamente y felices (o eso imagino) en los estantes, en dobles y triples filas a ser posible. Incluso algunos de ellos comparten vecindad con las series de ciencia ficción del Ingeniero. Supongo que a algunos puristas bibliófilos tal promiscuidad les provoca un sarpullido o dos pero a mí me divierte que Homero o Suetonio estén pegaditos a los DVD de las temporadas de Stargate, Batlestar Galactica o Babylon 5. La literatura es universal, es decir, de todo el universo ;-)
Pese a tanto desorden libresco, o quizás precisamente por ello, sé exactamente donde ir a buscar a cada uno de mis libros cuando los necesito. Supongo que puede decirse que tengo una buena memoria visual porque si me pides un libro sé perfectamente donde está. Es un caos (universal) controlado.


 
El grueso de mis libros y las ediciones más estropeadas/viejas/feas están en la triple estantería del despacho. Como podéis ver en la foto, dos terceras partes están protegidas por puertas de cristal esmerilado porque en el diminuto despacho —ese lugar que se ha convertido en zona inhabitable porque en verano hace un calor terrible y en invierno un frío polar— el sol entra a raudales y deja descoloridos los lomos de los libros.
En el comedor es donde tengo los ejemplares más nuevos, las adquisiciones recientes, los libros pendientes de leer y aquellas ediciones tan bonitas que me apetece que los amigos vean cuando se pasan por casa. Algunos están expuestos a la vista pero muchos viven dentro de los armarios, apilados en torres imposibles. Aquí conviven los libros de Impedimenta con los Alba, los Nórdica, los Malpaso, Libros del Asteroide, Galaxia Gutenberg, Alfabia, Acantilado, Ardicia, Nocturna, etc.  hasta los Roca más raritos o el cofre de Alianza editorial con La trilogía de Corfú de Gerald Durrell. Bonitos, estupendos, excéntricos, apasionantes, bellos, heterogéneos...

 

Y como debe ocurrir en las bibliotecas de todos los lectores empedernidos, si separo la primera fila de los estantes del comedor hay detrás una segunda hilera de lomos pertenecientes a las lecturas de mi adolescencia (y no tan adolescencia): toda la saga de Marco Didio Falco, de Lindsay Davis, y los Harry Potter, por supuesto. No se ven —como mi adolescencia— pero esperan ahí detrás protegidos por lecturas más adultas, por si algún día los necesito.


En el dormitorio también hay otra estantería —las Billy de Ikea caben en cualquier rincón— que comparte mi pequeño rincón Tolkien. No recuerdo cómo llegaron a formar ese pequeño comité los libros del profesor J.R.R. Tolkien, pero me gusta. Son el único ejemplo de cierta organización temática libresca inventada por el ser humano  y, aún así, faltan títulos como El señor de los anillos, el Hobbit o el Silmarillion, que como son tan enormes y están tan manoseados siguen escondidos tras las puertas de cristal del despacho.

 
Suelo prestar libros a mis amigos y, sobre todo, a mi madre, quien los cuida con exquisita ternura porque sabe el cariño que les tengo. Y sí, a lo largo de los años, he perdido un par o tres de ejemplares que presté y jamás volvieron porque las personas que se los llevaron también desaparecieron de mi vida. También me han devuelto alguno que otro muy deteriorado. Ambas cosas me molestan, pero sin fanatismos desgarradores.
¿Qué encuentro a faltar en mi biblioteca? Evidentemente muchísima literatura pero en especial añoro ardientemente una buena edición de La guerra del Peloponeso de Tucídides. La biblioteca de la facultad de Historia de la Universitat de Barcelona (UB) tiene un fondo magnífico y como suelo trabajar allí apenas tengo en casa poco más que lo imprescindible (Heródoto, Suetonio, Catulo, Julio César, etc.). Y si la biblioteca de la facultad no me llega no tengo más que andar unos trescientos metros para cruzar el umbral del edificio central de la UB con sus maravillosas bibliotecas de filologías, mitologías, historia antigua, etc. Pero sigo suspirando por Tucídides. Quizás estas navidades...

martes, 27 de octubre de 2015

BIBLIOTECAS FÍSICAS, BIBLIOTECAS MENTALES

 
Uno no se siente nunca solo si tiene un libro cerca. Si no se trata de un único libro, sino de toda una biblioteca, el solaz y el placer se ven multiplicados. Por fortuna, además, los grandes lectores contamos no sólo con nuestra biblioteca física, sino que tenemos a nuestro alcance también una nutrida biblioteca mental: la biblioteca de la memoria. Y los libros allí almacenados no coinciden exactamente con los libros materiales que hemos leído, sino que son una versión interpretada, editada, parcialmente olvidada, compuesta de varios libros juntos, en suma, transformada por cada lector de manera absolutamente única. Como dice Alberto Manguel refiriéndose a "su" Quijote:
"Todas las ediciones de Don Quijote publicadas hasta la fecha en todos los idiomas se pueden coleccionar -y se coleccionan, por ejemplo en la biblioteca del Instituto Cervantes en Madrid-. Pero mis propios Don Quijote, los que corresponden a cada una de mis diversas lecturas, los que inventó mi memoria y editó mi olvido, sólo encuentran lugar en la biblioteca de mi mente"
Así, los lectores tenemos el poder de incorporar los personajes que nos han resultado fascinantes a nuestro imaginario propio, de hacerlos figurar tal vez en nuestros ensueños o en nuestras pesadillas; podemos soñar haber vivido los lances y aventuras que sólo existen en la página, o darles otro final, más acorde a nuestro gusto.  Al contrario de lo que ocurre con la biblioteca física, la biblioteca mental no tiene límites. O sí: los de nuestra memoria y nuestra capacidad de seguir asociando, imaginando y creando a partir de lo que otros inventaron una vez.
Lamentamos a veces que, al fallecer algún insigne erudito, su biblioteca se disperse. Pero igualmente grave es que, con la muerte de cada lector, desaparece también su biblioteca mental, esa amalgama de experiencias lectoras que ha ido atesorando y filtrando durante toda su vida. Quién sabe: tal vez en un futuro tecnológico, alguien encuentre la manera de conservar esas memorias librescas. Entretanto, nos queda el consuelo de seguir hablando de los libros que leímos y de los que nos gustaría leer.
 
 
Sarah Bryant, Reading after lunch
 
Hemos hablado a menudo en este blog sobre el placer que siente el verdadero lector al poseer libros, al acumularlos y ordenarlos, al contemplar su biblioteca -más grande o más pequeña-, compuesta de aquellos ejemplares que ha leído ya y que quizás nunca llegará a releer, pero también de otros que no ha leído aún y que confía en poder leer algún día. Gracias a la generosa colaboración de otros blogueros, hemos podido pasearnos  -en dos series de artículos- por las bibliotecas de otros lectores, que nos han revelado sus manías y sus cuitas, sus filias y sus fobias de orgullosos propietarios de una biblioteca propia. Resulta obvio que la comunidad libresca disfruta de estas incursiones en territorios ajenos, porque más de uno me ha preguntado si habría una nueva serie de artículos. Pues bien, por fin puedo responderles afirmativamente: está en el horno una nueva serie de "Mi biblioteca", que confío será del agrado de todos mis curiosos lectores. Permanezcan pues atentos a esta pantalla, en breve comenzará a publicarse.
 
 

martes, 20 de octubre de 2015

¿ES LA LECTURA UN ACTO CREATIVO?

 
Leer una novela puede parecer lo mismo que ver una película. De hecho, hay gente que lo cree: "No he leído la novela, pero vi la película". Para nada. El visionado de la película es pasivo, las imágenes nos muestran lo que sucede, cómo son los personajes, cómo es el escenario en que actúan... Como mucho el trabajo del espectador es interpretar los posibles significados ocultos de lo que se dice, o rellenar con la imaginación alguna acción que ha sucedido fuera de pantalla. En la novela, la imaginación trabajo constantemente.
Peter Mendelsund, reputado diseñador (echen un vistazo a sus cubiertas) y director de arte de la editorial Alfred A. Knopf, trata sobre esto en su libro Qué vemos cuando leemos. Por ejemplo, le pide al lector que imagine la geografía de la casa que aparece en Al faro, de Virginia Woolf. Casi toda la novela transcurre en la casa que los Ramsay tienen en las islas Hébridas y a lo largo de la narración la autora nos describe numerosos detalles de ella. Y, sin embargo, si alguien nos pide que la describamos -o que la dibujemos con precisión-, todo lo que podemos sacar del texto es "un postigo aquí, la ventana de una buhardilla allá". Es decir, una especie de aproximación funcional, puramente operativa, a la casa, que sirve fundamentalmente para que podamos situar en ella los movimientos de los personajes. La casa, como tal, no está en la novela, sino en nuestra imaginación. Los lectores no sólo construimos mentalmente a partir de los datos que nos proporciona el autor, sino que nuestros mapas mentales están en continua evolución, de acuerdo con lo que el texto va añadiendo o quitando. Quizás en un primer momento hemos imaginado una puerta de tamaño normal, y hemos de acortarla de inmediato en el momento en que nos indican que un personaje muy alto tiene que agachar la cabeza para pasar por ella. O hemos pensado que el protagonista entraba en un almacén vacío, para tener que corregir esa impresión cuando resulta que en un rincón hay una extraña máquina.
Mendelsund hace también el ejercicio de preguntarle al lector cómo es Anna Karénina. Todos creemos saberlo. Bella, sin duda, pero Tolstoi sólo nos da una serie de detalles, como sus espesas pestañas o su abundante pelo. Lo demás, lo tiene que completar cada lector. Por eso leer ficción es una actividad tan estimulante: nuestro cerebro está trabajando todo el rato a pleno rendimiento, no sólo interpretando el texto, sino recreando luego lo que sucede a partir de los elementos que el autor nos proporciona. Por eso, quizás -esta teoría es mía, no del señor Mendelsund- los lectores poco avezados prefieren las descripciones muy detalladas (el mecanismo de creación a partir del texto no les funciona aún a pleno rendimiento), mientras que los lectores habituales se las apañan muy bien con cuatro pinceladas. Lo que es ciertísimo, y todos hemos podido comprobar, es que el personaje que yo me imagino será diferente del mismo personaje imaginado por otro lector. Cada cual construye el mundo ficticio a su manera.
Hablando de Anna Karénina: Mendelsund incluye una foto de Keira Knightley en su papel de Anna, con la siguiente advertencia: "Esta fotografía es una forma de robo". Se refiere a robo mental, por supuesto, en el sentido de que las adaptaciones cinematográficas de obras literarias tienden a sustituir nuestra propia y personalísima imagen mental de los personajes por los rostros intercambiables de actores y actrices que hoy son una aristócrata rusa y mañana la compañera de un pirata o una duquesa británica del XVIII. Así pues, uno debería pensárselo muy bien antes de ver la adaptación al cine o a la TV de su novela favorita, no sea que su Mr. Darcy acabe convertido en Colin Firth. Ah, ¿pero esa no era la cara de Jorge VI?
 
 
 
 
 

lunes, 12 de octubre de 2015

SEAMOS CURIOSOS

 
Supongo que es buena señal que un libro como el de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil lleve más de diez ediciones, aunque a veces tengo la impresión de que lo que predica convencerá sobre todo a los ya convencidos. Si he de atender a lo que observo a mi alrededor, a la hora de orientar a los hijos hacia unos u otros estudios una gran mayoría de los padres se guía por el "¿y esto para qué te va a servir?". (Creo que conozco sólo uno que se mostró encantado de que su hijo se hubiese decantado por estudiar Filosofía: "Lo importante es que aprenda a pensar, el resto vendrá por sí solo", decía.)
Atinadamente, Ordine nos recuerda que:
"El estudio es en primer lugar adquisición de conocimientos que, sin vínculo utilitarista alguno, nos hacen crecer y nos vuelven más autónomos. (...) Sería absurdo cuestionar la importancia de la preparación profesional en los objetivos de las escuelas y las universidades. Pero ¿la tarea de la enseñanza puede realmente reducirse a formar médicos, ingenieros o abogados? Privilegiar de manera exclusiva la profesionalización de los estudiantes significa perder de vista la dimensión universal de la función educativa de la enseñanza: ningún oficio puede ejercerse de manera consciente si las competencias técnicas que exige no se subordinan a una formación cultural más amplia, capaz de animar a los alumnos a cultivar su espíritu con autonomía y dar libre curso a su curiositas."
Esto último, la curiosidad -que él designa por su nombre latino, para enfatizar su vertiente culta y desvincularla de la curiosidad que es simple afán de cotilleo-, el preguntarse por todo lo que nos rodea y el afán de saber lo que ignoramos, es el motor de todo conocimiento verdadero. Si reducimos la enseñanza académica a la mera obtención de unas competencias prácticas y de un título que lo acredite, nos encontraremos con una masa de gente que, una vez superada la edad escolar/universitaria entienden que ya no precisan aprender nada más. Sin embargo, lo que nos hace plenamente humanos es la pasión por saber, la curiosidad por aprender.  
 
 
 
A eso alude también la cabecera de este blog: los lectores curiosos a los que idealmente me dirijo somos no sólo voraces, sino también omnívoros. Si algo llama nuestra atención, perseguimos aquellos libros que pueden ampliar nuestro conocimiento al respecto; si un autor despierta nuestro interés, leemos toda su obra; las páginas de cualquier libro que caiga en nuestras manos están potencialmente llenas de pistas que nos conducirán a otros libros, y estos a su vez a otras pistas. No leemos para aprobar un examen, ni para cumplir un requisito, ni porque un determinado tema esté de moda. De hecho, a menudo nos encontramos buscando obras descatalogadas, rescatando de lo oscuridad de las bibliotecas a autores olvidados o leyendo acerca de asuntos que no parecen interesar a nadie más. ¿Por qué? No hay otro motivo que la curiosidad: el placer de aprender.  Seamos curiosos, pues.

lunes, 5 de octubre de 2015

RECORTANDO HISTORIAS

20.000 leguas de viaje submarino
 Las buenas ilustraciones, ya sean de álbumes infantiles o de novelas, deben ir más allá del texto: representar lo que el texto dice y al mismo tiempo aportar algo más que no está ahí, que es lo que añade la mirada del artista. Igual que un novelista selecciona una serie de aspectos de la realidad para confeccionar la historia que nos ofrecerá, el artista -dibujante, pintor, escultor, fotógrafo...- tiene una forma peculiar de mirar el mundo y es esa mirada la que luego nos devuelve una obra en la que reconocemos algo familiar, pero también algo nuevo, algo que nos sorprende, nos intriga o nos emociona. Su Blackwell es uno de esos artistas. Su obra consta mayoritariamente de lo que podríamos llamar "arte en papel", unas delicadísimas, casi inverosímiles, esculturas hechas a partir de libros. No es la única practicante de esta modalidad artística -en entradas anteriores he mencionado a otros-, pero para mi gusto es la que muestra mayor sensibilidad, o al menos la que a mí me resulta más evocativa y sugerente. En especial, porque Su no se limita a utilizar los libros como soporte o materia prima, sino que cada escultura guarda una relación directa con el libro a partir del cual está hecha, lo reinterpreta y lo traduce a un lenguaje lleno de magia y poesía.
 
El barón rampante
 
Tal como ella misma define su método de trabajo:
"Empiezo por leer el libro, luego selecciono una palabra o una frase y una escena que me inspira. Para representar el pasaje que he elegido, esbozo mi idea sobre papel, recorto las formas en las páginas del libro y luego pego las palabras de la escena sobre estas. Construyo físicamente imágenes a partir de las palabras que hay en la página."

Actualmente, esta artista está exponiendo en la galería Long & Ryle de Londres sus obras más recientes, agrupadas bajo el denominador común de "Viviendas", unas esculturas que incluyen viviendas como faros, casitas de madera, cabañas en un árbol y edificios, que parecen estar habitados porque a menudo están iluminados, pero que a menudo resultan solitarias y, sobre todo, enigmáticas. Invitan, desde luego, a leer la historia sobre la que se han construido.
 
El cuervo
Los buscadores de conchas
 
Cumbres borrascosas



La mujer cigüeña

Matar a un ruiseñor
 
 

martes, 15 de septiembre de 2015

CABALLEROS GASCONES

 
 
Es bien cierto que los viajes amplían horizontes, tanto los personales como -si uno tiene esa inclinación- los literarios. En estos días de final de verano, un viaje por tierras gasconas me ha permitido conocer de cerca la tierra natal de uno de los grandes personajes de la literatura romántica, el valiente d'Artagnan. Para quien no esté al corriente del asunto, es cierto que se trata de un personaje de ficción, pero basado en alguien que existió en realidad, Charles de Batz de Castelmore d'Artagnan, nacido entre 1611 y 1615 (no hay certeza en la fecha) en el castillo de Castelmore y muerto con honor durante el asedio a la ciudad holandesa de Maastricht en 1673. Como el héroe de ficción, Charles de Batz (d'Artagnan -en su partida de matrimonio firma como Dartaignan- era el nombre de la familia de su madre, que él adoptó al instalarse en París) era pariente del señor de Tréville, quien le ayudaría a entrar en la compañía de los mosqueteros del rey. Por cierto, que el nombre de "mosqueteros" deriva de que iban armados con un mosquete, algo que pocas veces se ve en las películas de espadachines que luego han inmortalizado a este cuerpo militar. Charles de Batz no sólo fue un aguerrido luchador y un mujeriego impenitente -igual que su contrapartida de ficción-, sino que contó con la confianza del rey Luis XIV hasta el punto de que este le encomendó la detención de su ministro de finanzas, Nicolas Fouquet, a quien llevaría durante tres años de prisión en prisión, y le nombró gobernador de Lille. Pero por muy grandes que fuesen sus hazañas, hubiese permanecido en la oscuridad de la historia de no ser por Dumas, quien a su vez sacó buena parte del material biográfico de unas apócrifas Mémoires de M. d'Artagnan, escritas por un tal Gatien de Courtilz de Sandras en 1700. Aunque el autor no conoció en persona a su héroe, sí debió de recopilar mucha información sobre él durante su encierro en la Bastilla -entre otras cosas, se dedicaba al panfleto político- cuyo alcaide era por aquel entonces Besmaux, que había sido compañero de d'Artagnan. A mí me parece fascinante la manera en que la literatura toma a un personaje real y, a través de varias encarnaciones novelescas, lo convierte, como en este caso, en alguien inmortal.
Por eso, no podía dejar de visitar Lupiac, el pueblo natal de nuestro héroe, un lugar pequeñísimo y no tocado apenas por el progreso, cuyo único reclamo turístico reside en un par de estatuas -una de ellas en la única plaza del villorrio- y un museo que no es gran cosa.
 
 





Pero es que esos cuerpos formados por los "cadets de Gascogne" tienen mucha historia y mucha literatura. La palabra "cadet" -incorporado ahora al francés con el sentido de "hijo pequeño de una familia"- proviene del gascón (una variante del occitano) y designaba  a los hijos menores de las familias de la pequeña nobleza gascona que, dado que no tenían esperanzas de heredar, partían a París a ponerse al servicio del rey. Estos "cadets" se ganaron fama de valientes, pero también de orgullosos y de mujeriegos. El propio Dumas subraya, nada más comenzar su novela, la primera de estas características:
"Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y los rebaños por ejércitos: d'Artagnan tomó cada sonrisa por un insulto y cada mirada por una provocación. Por esta razón, desde Tarbes a Meung, llevó siempre el puño cerrado, y por lo menos echó mano a la espada diez veces al día."
Por supuesto, también los restantes tres mosqueteros tienen su equivalente en el mundo real, aunque no siempre tan cercano ni tan ajustado a la historia como en el caso de d'Artagnan. Y esta compañía cuenta entre sus filas con otro personaje literario de altura: Savinien de Cyrano de Bergerac, que también formó parte de ella. Pero -cosa graciosa- el Cyrano real no era gascón, sino que nació en París y el Bergerac que añadió a su apellido el nombre de una propiedad que su padre, antiguo pescatero enriquecido, compró cerca de París. Sin embargo, el hecho de que la mayoría de los mosqueteros fuesen de origen gascón propició el malentendido, que se ha perpetuado hasta el punto de que el Bergerac "falso", ubicado en el actual departamento de Dordogne, pero dentro de la región histórica de la Gascuña, vive de los réditos turísticos de este personaje y cuenta incluso con una estatua suya en su municipio. Y las referencias cruzadas se multiplican: en el Cyrano de Rostand, d'Artagnan y Cyrano se encuentran. También otros autores supieron encontrar un filón en esta coincidencia, como el folletinista Paul Féval, que escribió nada menos que siete novelas con diferentes episodios de la rivalidad entre Cyrano y d'Artagnan.
 
 
 
 
No me dirán que no se aprende viajando. Al final, lo que más lamenté es no poder visitar la verdadera morada de d'Artagnan, el castillo de Castelmore, que sigue en manos privadas. A juzgar por las fotos que se exponen en el museo, sigue tan destartalado como cuando nuestro héroe lo dejó para ir en busca de aventuras.