John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 16 de diciembre de 2014

RESCATA UN LIBRO POR NAVIDAD


Instalación de José Ignacio Díaz de Rábago, a partir de libros desechados de bibliotecas

Se supone que las Navidades son esa época del año en que uno se siente lleno de buenos deseos. Hora de hacer el bien y de ayudar al prójimo (la prueba, los continuos asaltos que sufrimos por la calle y en nuestros hogares para que contribuyamos a las más diversas causas). Hay obras benéficas para todos los gustos: ayudar a los ancianos, a los niños, a los afectados por un tifón, a los que padecen enfermedades raras, a los animales... de modo que, si son lectores y el espíritu navideño ha calado en ustedes, ¿por qué no rescatar un libro? Encima, no les costará ni un céntimo. Y el beneficio obtenido puede ser enorme.
He de decirles que yo misma lo ignoraba todo acerca de esta "operación rescate" hasta hace muy poco. Gracias al blog de una simpática bibliotecaria he podido saber que, ante la escasez de espacio, muchas bibliotecas se ven obligadas a hacer limpiezas periódicas. Y que el criterio empleado para eliminar (eufemismo para mandarlos al vertedero o a la destrucción) los volúmenes sobrantes es ni más ni menos el tiempo que hace que ese ejemplar no se presta. Ergo, cuanto más tiempo lleva un libro sin ser pedido en préstamo, más posibilidades tiene de acabar en la basura. Así, es inevitable que se pierdan obras fuera de circulación por el simple pecado de que el autor ya no está de moda -¿es preciso recordar que muchos autores hoy respetados perdieron durante años el favor del público, para ser recuperados tiempo después con honores?-, de que el tema es minoritario, o cualquier otro motivo banal. Muchas veces, incluso, el problema es de comunicación. No se pide un libro porque nadie nos ha hablado de él, y no se habla de él porque, como no está en el mercado, casi nadie lo ha leído. Un pez que se muerde la cola. Bien, pues algunos bibliotecarios heroicos se lanzan a la tarea de rescatar estos libros condenados, y piden en préstamo aquellos ejemplares que más olvidados están en sus estanterías.
Creo, queridos bibliómanos, que esta es una empresa que merece que todos nos volquemos en ella. De modo que les propongo que estas Navidades rescaten un libro: vayan a su biblioteca y pidan en préstamo a uno de estos pobres olvidados. Por si les da pereza, se lo voy a poner aún más fácil. Sin romperme la cabeza, he podido detectar unas cuantas obras realmente notables que hace años que están desaparecidas del mercado y que sólo se pueden encontrar en bibliotecas o -con suerte- en alguna librería de segunda mano. Ahí van mis sugerencias, todas calurosamente recomendadas:
 
 
 
 
Jürgen Thorwald-El siglo de los cirujanos
Un "must" para aficionados a la historia de la medicina, y para médicos, por supuesto. Después de leer esta amenísima historia de la cirugía y de saber cómo eran hace un siglo o dos los teatros de operaciones, cómo se descubrió la anestesia o conocer el difícil camino de la introducción de la asepsia, uno está más contento que nunca de vivir en el siglo XXI. Yo lo pondría como lectura obligatoria de cultura general. (Por cierto, este es uno de esos libros tan solicitados, que uno puede ganarse sus buenos dinerillos vendiendo su ejemplar de segunda mano, vean la cotización en Iberlibro.)


 
 
Henry Miller-Los libros en mi vida
Resulta  del todo incomprensible que una obra de un autor tan conocido como Miller esté requetagotada desde hace tanto tiempo. Por no estar, ni siquiera está entre los fondos de las Bibliotecas de Barcelona y provincia (¿quizás ya ha sucumbido al celo destructor?), de modo que ya lo saben los lectores barceloneses: este no es un libro que puedan rescatar. Aunque sí se lo recomiendo como lectura, pues se puede conseguir de segunda mano por un precio muy razonable.


 

Maxim Gorki-Días de infancia
Primer volumen de una autobiografía de las más impactantes que he leído, es otro caso incomprensible de desaparición del mercado de un libro que debería ser de esos clásicos de fondo que nunca pasan de moda. (Me ha gustado ilustrarlo con la cubierta de esta vieja edición: como verán, está dentro de la colección "Joyas literarias", que es lo que es.)




Shirley Jackson-La lotería
Por fortuna, esta autora, tan interesante y tan poco conocida en nuestro país, empieza a ser recuperada. Sin embargo, nadie se ha atrevido aún a rescatar este volumen que contiene los mejores relatos de Jackson, entre ellos "La lotería", que en Estados Unidos es de lectura obligada en muchos colegios. Rescátenlo ustedes si lo encuentran (que no es nada fácil, parecería que a esta obra se la ha tragado la tierra) en la biblioteca. Y no dejen de leerlo. (¿Alguien puede resistirse a un subtítulo como "Aventuras del amante diablo"?)

Hagan su buena obra de esta Navidad, rescaten un libro. No sólo harán un gran favor a la cultura, sino que seguramente descubrirán alguna joya escondida. Ya me contarán.

[Y una sugerencia para los esforzados bibliotecarios: ¿por qué no elaborar una lista de esos libros tan poco pedidos y que, sin embargo, merecerían una oportunidad? Los lectores, seguro, lo agradecerían.]

jueves, 11 de diciembre de 2014

LIBROS TRANSPORTABLES

 
 
Los humanos tendemos a creer que lo hemos inventado todo. Parecería que ninguna generación anterior a la nuestra sabía cómo organizarse, cómo hacerse la vida más fácil, cómo comportarse. Y cuanto más lejos miramos en el tiempo, más se acentúa esta sensación de superioridad. ¿El siglo XIX? Unos pacatos. ¿El Renacimiento? Mucho arte, pero seguro que no se bañaban cada día. ¿La Edad Media? Eso ya es de risa, tiempos de oscurantismo e ignorancia... Sólo que si bajamos por un instante de nuestra atalaya, en cuanto nos aproximamos con la mente un poco abierta al pasado, todas estas presunciones empiezan a desmoronarse.
Los libros, por ejemplo. Pobrecillos los antiguos, que no conocían el libro de bolsillo, esa invención democratizadora del siglo XX que le permite a una echarse un volumen tranquilamente en el bolso para leer durante un viaje. Pero acerquémonos un poco más. Tal como revela el Daily Mail, la Universidad de Leeds ha descubierto entre sus volúmenes preciosos un "libro de libros". Encargado en 1617 por un acaudalado miembro del Parlamento, William Hakewill, como regalo para un amigo, el artefacto consiste en un libro tamaño folio, encuadernado en cuero, que al ser abierto revela ser una caja de madera dividida en estantes que contienen cincuenta libritos encuadernados en vitela con letras y cantos dorados. En la cubierta, exhiben un ángel leyendo un pergamino que reza "Gloria Deo". Vean qué belleza.




Una auténtica biblioteca ambulante. Que debió triunfar, porque el mismo personaje se hizo hacer tres más iguales a ésta en los años siguientes. Los pequeños libritos, impresos tan primorosamente como encuadernados contienen todo lo que una persona amante de la cultura clásica podía necesitar, e incluía un práctico y bello índice, para facilitar aún más las cosas: teología y filosofía, historia y poesía. Cicerón, Séneca, César, Suetonio, Virgilio, Horacio...




Muchas horas de lectura, suficiente para cualquier viaje, incluso los de la época, que se prologaban bastante más que los actuales.
Cierto que ahora podemos cargar todo esto en nuestro Kindle e ir más ligeros. Pero no me negarán que en cuanto a belleza los jacobitas nos llevan la delantera.
En el mismo artículo citado, los responsables de la biblioteca donde se aloja hacen notar que el "libro de libros" en cuestión no es mucho mayor que un iPad (me temo que, oportunamente, omiten mencionar que es algo más pesado). Lo que sí llama la atención es lo mucho que recuerda esta mini-estantería a la estantería virtual de Apple.





No somos tan originales como creemos, no.

martes, 2 de diciembre de 2014

LOS LIBROS COBRAN VIDA

 
 Hace muchos años, cuando empezaba a construirme lo que se llama "una biblioteca" (un empeño que en verdad creo no haber culminado nunca, por más que mi casa esté tapizada de libros), me molestaba bastante que me pidieran algún libro en préstamo. Ya sabemos que hay pocas probabilidades de que ese libro regrese a tus manos. En efecto, muchos de esos libros prestados tan "a contracorazón", como dice la expresión francesa que mejor refleja una situación así (sientes la falta del libro como si de un ser querido se tratase), no los volví a ver jamás. Por supuesto, otros ocuparon su lugar. Pero, al contrario de lo que sucede con los hijos, uno no quiere a todos sus libros por igual. Están los favoritos -aquel libro que has releído tantas veces que  ya forma parte de ti, ese otro que es tan bello que su presencia te enamora, o el pequeño y humilde que te inspira ternura precisamente por eso-, los despreciados -a veces porque su contenido te ha decepcionado; otras, porque te recuerdan un momento doloroso, o te los regaló alguien a quien ya no quieres; o, simplemente, porque la cubierta es feísima, el papel malo y la letra fea y chiquitaja, un horror-, y entre medio una gran masa de libros anodinos, en los que no piensas nunca, a no ser que alguna remota casualidad los traiga a primera línea. Quiero decir con esto que los libros, una vez pasan a ser tuyos, adquieren rápidamente cualidades humanas. Y me refiero al objeto libro en su totalidad: a su contenido, pero también a su apariencia física, a su autor tanto como al diseño tipográfico. Como las personas, los hay con un corazón de oro bajo una apariencia poco agraciada, junto a bellezas cautivadoras sin alma. Cuanto más tiempo han convivido contigo los libros, más responsable te sientes de ellos y más humanos te parecen. Son como amigos -a  veces íntimos, a veces simples conocidos- a los que te has habituado a ver cada día.  
 
 
 
Por eso cuesta tanto deshacerse de ellos -bueno, a veces has hecho un sacrificio y has prescindido de los más antipáticos, al fin y al cabo nunca te cayeron muy bien-, por más que las dobles filas o las pilas por los rincones te hagan la vida difícil. Aún peor, en el caso de los más amados incluso has llegado a pensar quién se hará cargo de ellos el día que faltes. Aunque la experiencia te dice que las bibliotecas se dispersan y el futuro de tus libros, cuando no estés para velar por ellos, se anuncia bastante negro.
Por eso, porque me parece sentir el latido de sus corazoncitos, todos guardando fila en sus estantes, he tomado una decisión. Voy a sacarlos a pasear. La mayoría, pobrecillos, se pasan ahí los años, muertos de asco, sin que nadie les haga caso. Para uno que sale a veces de su agujero, a fin de ser releído o consultado, otros cientos languidecen sin que un alma los abra o los acaricie. Como todos los planes, tiene sus peligros: quién sabe si, una vez vean el mundo que hay más allá, querrán volver a mi biblioteca. Pero voy a arriesgarme. Ellos, los libros, lo merecen.
Ya les contaré qué tal me va.
  
No, no es esto lo que tengo yo en mente...
 [Continuará.]