John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

sábado, 19 de julio de 2014

PERSONAJES LITERARIOS, REUTILIZADOS

 
 
Uno de los aspectos más curiosos de la bibliopatía es constatar cómo la fiebre por uno u otro género va y viene de acuerdo a leyes insondables. Como todos los afectados por esta incurable enfermedad, soy bastante omnívora en cuanto a lecturas; pero mientras hay temporadas en que alterno géneros en rápida sucesión -o en plan lectura simultánea, que también-, hay períodos de sequía por lo que respecta a algún género. O todo lo contrario, meses en que mi dieta lectora se centra casi en exclusiva en uno determinado. Ahora, por ejemplo, después de casi todo un invierno sin abrir ni una novela policiaca, llevo un par de semanas encadenando novelas del género negro. Y la fruición con que las estoy devorando augura, creo, un verano lleno de crímenes...
Quizás a consecuencia esta renovada fiebre policiaca, parece que estoy más atenta a cualquier noticia que se refiera al género, más abierta que de costumbre a recibir sugerencias de otras posibles lecturas en la misma línea. He detectado, por ejemplo -fíjense hasta qué punto me estoy mimetizando con lo que leo, que hasta al escribir me convierto en investigadora-, entre las próximas novedades del mercado anglosajón unas cuantas obras que tienen como denominador común un detective que es un personaje literario. Como Esther Greenwood, la protagonista de La campana de cristal (The Bell Jar), de Sylvia Plath. El título -The Hell Jar-, un juego de palabras facilón, no es muy prometedor. Pero vaya, todos los lectores de Plath sabemos que Esther es una chica lista y no hay nada extraño en que se ponga a hacer cábalas en torno a la muerte de uno de los internos del hospital psiquiátrico a donde la lleva su depresión. Seguro que la adrenalina producida por la persecución de un asesino contribuye a hacer que se sienta mejor.


 

Otro remix policiaco-literario concierne nada menos que a Meursault, el protagonista de El extranjero de Albert Camus. Habrá que ver si el autor de este pastiche copia también el estilo del autor francés. Por lo que cuentan, Meursault es tan agudo en sus observaciones detectivescas que acaba convertido en consultor de la policía colonial argelina.
 
 
La gran Maggie Smith en la versión cinematográfica
de la novela de Forster
 
Y de Argelia, a Roma, de la mano de uno de los personajes  de E. M. Forster, la Charlotte Bartlett de Una habitación con vistas. El título anunciado tiene su gracia, porque emplea un lenguaje que podría muy bien ser el de la propia Charlotte: Charlotte Bartlett and the Mystery of the Slightly but Unacceptably Delayed Train (Charlotte Bartlett y el misterio del tren ligera pero inaceptablemente retrasado). Todo muy victoriano, como ven.
Por motivos bien distintos, estas tres novelas despiertan mi curiosidad lectora. Sin embargo, debo confesar que no estoy muy segura de que no sean un espejismo de la autora de la web donde las he visto mencionadas, puesto que no incluye ni sus autores ni enlace alguno a más información respecto a ellas.
 Pero la idea de reciclar personajes ajenos y convertirlos en investigadores no es de ahora. Sin esforzarme mucho, puedo recordar una serie que retomaba a Jane Eyre -The Jane Eyre Chronicles, de Joanna Campbell- y a Rochester, su ya marido, como (improbables) detectives. Y, en ese pozo sin fondo que son los derivados holmesianos, otra en la que la resuelta Mrs Hudson era la verdadera detective, manipulando astutamente a sus inquilinos Sherlock y Watson. (Por supuesto, el propio Watson se ha convertido más de una vez en protagonista .)
Quien dice personajes, dice autores reciclados en pesquisidores: desde Jane Austen al españolísimo Francisco de Rojas (en las excelentes novelas de Luis García Jambrina), está claro que el territorio policiaco es amplio y permite todo tipo de licencias (no me cabe duda de que mis lectores encontrarán más ejemplos de ello).


 
  
No puedo finalizar este recorrido literario-criminal sin mencionar una de mis novelas detectivescas favoritas: Hamlet, venganza, de Michael Innes. No sólo estamos ante un clásico del género, sino ante un misterio que rebosa literatura por los cuatro costados. Por un lado, los crímenes están basados en obas de shakespeare. Además, con deliciosa ironía, Innes -seudónimo de un ilustre profesor y crítico literario, J.I.M. Stewart- hace que su detective, Appleby, comente sus descubrimientos con Giles Gott, un académico con interesantes ideas sobre Shakespeare, que a su vez escribe novelas policiacas con seudónimo. Si buscan todos los ingredientes de una novela detectivesca muy british, aderezados con referencias literarias a raudales, ésta es sin duda su novela.




 

viernes, 11 de julio de 2014

PLUMA Y PINCEL

En el terreno artístico, no es corriente que quien es sobresaliente en un campo -por ejemplo, en la pintura- lo sea en otro -por ejemplo en la música, o en la literatura-. Quién sabe porqué, quizás es que para destacar en cualquier arte son necesarias muchas horas de trabajo, y si ya cuesta encontrar tiempo para volcarse en una, no digamos en dos. Pero quien posee inclinaciones artísticas a menudo se siente tentado de emprender otras disciplinas. Aunque sea sólo como hobby.  
Encontramos así pintores que escriben (me viene a la mente Miguel Ángel, que escribía poemas, seguro que hay más). Pero lo que se da con mayor frecuencia son escritores que pintan. Mejor o peor, con mayor o menor asiduidad. Algunos, incluso, francamente bien. Aunque sigan considerándose, por encima de todo, escritores.
 
 
Goethe, Paisaje costero italiano
Goethe, muy aficionado al dibujo, gustaba de ilustrar lo que encontraba en sus viajes.
 
 
 
 
 
Menos sereno que el alemán, como buen romántico a Victor Hugo le iban más los paisajes dramáticos e incluso alucinatorios.



William Blake, Ilustración para la "Divina Comedia"
Otro romántico, William Blake, es casi tan reputado por sus obras pictóricas como por sus poemas.




 Jean Cocteau, un artista con muchas facetas, pasaba de la escritura al cine y de éste a la pintura aparentemente con igual facilidad.



Aldous Huxley, "La siesta de Maria Nys Huxley"
 
Al británico Aldous Huxley tampoco se le daba mal andar con el pincel.





Su colega alemán Hermann Hesse era un gran aficionado a la pintura. De hecho, lo que comenzó como terapia durante un periodo depresivo, se convirtió pronto en una verdadera pasión:

"De toda esa desolación, que a menudo se tornaba insufrible, encontré mi propia manera de escapar a través de algo que no había hecho antes: empecé a dibujar y a pintar. Si mis obras tienen algún valor objetivo no tiene importancia; para mí, es una nueva forma de sumergirme en el solaz del arte, algo que con la escritura apenas conseguía ya."


Federico García Lorca, "El beso" (1925)

Federico García Lorca fue otro artista polifacético. Además de la poesía y el teatro, se interesaba por la música y el dibujo. Parece que llegó a decirle a un amigo (Juan Marinello): "Soy mucho mejor pintor que poeta, sólo que me ha dado por hacer versos". 





Las acuarelas de Henry Miller, como sus libros, están llenas de color y alegría de vivir.

Sin duda la mayoría encontraron así otra vía para plasmar su mundo creativo. Lo importante, ya saben, no es el medio, sino la mirada del artista para captar el mundo.

[elaborado con información de la web Melville House.]

viernes, 4 de julio de 2014

EL CONSUELO DE LAS RELECTURAS

 
Foto http://www.dazeofmylife.com/
 
Con tantísimos libros que hay por leer ahí fuera, podría parecer una pérdida de tiempo dedicarse a la relectura. Si se mira desde una óptica puramente mercantilista -el libro como un objeto del que extraigo algo, que me aporta un valor- una sola lectura debería bastar. Sin embargo, nuestra relación con los libros es mucho más compleja, más emocional, más personal. Y si los libros no cambian, nosotros sí. Por eso, el mismo libro leído a los quince años o a los treinta genera una experiencia de lectura completamente distinta. Naturalmente, conocemos ya la historia, no nos sorprendemos si tal personaje muere, o sabemos desde el principio cómo se resolverá determinado misterio. Pero no se emprende la relectura de una obra para devorar la historia que nos narra, sino para contemplarla con otros ojos, los de nuestro yo actual. O bien para intentar recuperar, a través de la repetición de la experiencia, algo de la persona que fuimos.
Por muchos libros que se amontonen en mi pila de "pendientes", hay momentos -por regla general momentos de aflicción, de hastío, esos días en que nada parece tener sabor ni olor- en que lo único que me satisface es volver a algún viejo libro ya leído. Inexplicablemente -pero en circunstancias así no hay explicación racional que valga-, en casos así mi radar libresco no suele llevarme a los grandes clásicos, sino a novelas de género -románticas, policiacas-, o a viejos favoritos, lo que sea, pero han de ser, ante todo, lecturas que en su momento resultaron satisfactorias. En todos los sentidos, el equivalente literario de una tarrina de helado de chocolate.
 
 
Anne Fadiman -los que me siguen conocen bien mi compenetración con esta señora- es la editora de una selección de artículos -Rereadings- dedicada precisamente a estas relecturas, una recopilación en la que diecisiete autores revisitan libros que en su momento les causaron impresión. En su prólogo, ella explica muy bien esta necesidad de volver a los libros que nos gustaron.
"Si un libro que leíste de joven es un amante, ese mismo libro, releído más tarde, es un amigo: 'el mejor amigo', como escribió el artista victoriano William James Linton, 'al que no alejarás de ti ni se sentirá ofendido/no importa cuánto lo hayas olvidado, pero que regresará cuando le llames/con la antigua amistad'. Esto puede parecer una degradación, pero después de todo cuando necesitas consuelo sueles volverte hacia los viejos amigos, no hacia los viejos amantes. El cansancio, la pena y la enfermedad piden familiaridad, no innovación. Cuando estás en cama con gripe, no te dices "Vaya, nunca antes he probado la comida afgana. ¡Voy a pedir comida para llevar, y que sea bien especiada!" Lo que deseas es un buen caldo de pollo. Del mismo modo, lo más probable es que se te antoje un libro que conoces bien, quizás uno algo infantil que te permita una reconfortante regresión."
Una sensación que también describe perfectamente una de las contribuyentes a esta antología, Allegra Goodman, cuando relata la siguiente anécdota sobre una de sus relecturas de Orgullo y prejuicio:
"Acababa de volver del funeral de mi madre. Tenía veintinueve años y nunca me había sentido tan vieja. Mi madre había muerto de cáncer cerebral con cincuenta y un años recién cumplidos. [...] La lluvia cayó torrencial esa primera noche y siguió cayendo al día siguiente. Hacía demasiado malo para sacar al bebé de paseo, de modo que jugaba en el suelo mientas yo escuchaba la lluvia. Repiqueteaba en la claraboya de la escalera y tamborileaba sobre el tejado, y comencé a releer Orgullo y prejuicio. Lo leí lentamente y de manera acrítica, echada en nuestro nuevo sofá azul en nuestra nueva y escasamente amueblada casa de la ciudad. Lo leí porque a mi madre le había encantado Jane Austen y porque releerlo como consuelo era algo que ella hubiera hecho. Lo leí porque mi madre era como Jane Austen en su ingenio, su amor por la ironía y su concisión. Mi madre era lista como Austen, y ocurrente; florecía en las situaciones profesionales complicadas. Y, como Austen, mi madre murió joven sin terminar su trabajo."
Me ha hecho pensar en mi madre, y en su pasión por los libros. Nada nos consuela de ciertas pérdidas. Pero si algo puede mitigarlas, sin duda es un buen libro.