John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 27 de marzo de 2013

ARNOLD BENNETT Y LOS CLÁSICOS


Arnold Bennett, retrato de William Rothenstein

Arnold Bennett (1867-1931) fue un hombre de orígenes humildes, "hecho a sí mismo", epítome de los valores eduardianos de laboriosidad, tenacidad y afán de mejora. (No señores, no todos los valores de esa era están caducos; sin ir más lejos, esta ética de la superación, del enriquecimiento moral, nos haría mucha falta hoy.) Además de ser un prolífico autor de novelas, relatos, obras teatrales e incluso una ópera, escribió innumerables artículos y opúsculos que tenían como finalidad la "educación del hombre común": sí, aspiraba a mejorar las vidas de sus semejantes. Uno de los mejores ejemplos lo encontramos en su encantador librito Cómo vivir con 24 horas al día, cuya lectura recomiendo (además, es de las pocas obras de Bennett que están disponibles en español hoy). Escribió asimismo un breve tratado con el maravilloso título de Literary Taste: How to form it, with detailed instructions for collecting a complete library of English Literature. [El gusto literario: cómo formarlo, con instrucciones detalladas para coleccionar una biblioteca completa de literatura inglesa]. Ciertamente, Bennett -fiel a lo que promete en el título-  da una lista completa (exactamente 335 títulos) de cuáles podrían ser esos volúmenes, incluyendo no sólo los datos de la edición, sino incluso ¡el precio! Cuestión de demostrar que, con una inversión modesta, era posible hacerse con una completísima biblioteca. Pero, más allá de esta anécdota, lo que me ha fascinado de este texto es la gran pasión que rezuman sus páginas por la literatura y, en concreto, por los clásicos. Décadas antes de que Calvino publicase su archiconocido Por qué leer los clásicos, Arnold Bennett ya había dado todas las razones de peso para hacerlo. Empezando por la que para mí es fundamental, y que él enuncia nada más comenzar: "La literatura, lejos de ser un accesorio, es el sine qua non fundamental de una vida completa". ¿Qué es lo que le ha llevado a escribir su tratado? Nada menos que su afán de iniciar en los goces de la literatura a aquellos que aún no los han descubierto:

Lo que más molesta a la gente que conocen la verdadera función de la literatura, y que se han beneficiado de ella, es el espectáculo de tantos miles de individuos que van por ahí creyendo que están vivos cuando, de hecho, no se hallan más cerca de estar vivos de lo que lo está un oso en invierno.

Sólo la literatura nos hace vivir plenamente. ¿Algún bibliómano se lo discutiría? Y dentro de la literatura, Bennett reivindica ante todo el placer de leer a los clásicos. No para "mejorarse a uno mismo", no por afán didáctico  -que, como apunta, es precisamente lo que aleja a la gente de ellos-, sino para disfrutarlos. Para ello, reconoce, es necesario cierto entrenamiento. Pero el entrenamiento que recomienda Bennett no es el que se imparte en los aburridos cursos escolares. Nada de eso. De entrada, recomienda no preocuparse de "la literatura en abstracto, de las teorías sobre la literatura. Ve a por ella. Agarra la literatura por el cuello como un perro agarra un hueso (...) No importa por dónde empieces. Empieza donde más te apetezca. La literatura es un todo". Todo este breve, pero enjundioso, librito esta lleno de frases que cualquier apasionado de los libros grabaría con gusto en piedra:


No existes para honrar a la literatura convirtiéndote en una enciclopedia literaria. La literatura existe para servirte a ti.


Deja que una cosa te lleve a la otra. En el mar de la literatura cada parte comunica con todas las demás partes; no hay lagos cerrados en sí mismos.

La literatura tiene desde luego una función menor, la de hacernos pasar el tiempo de manera agradable e inocua, proporcionándonos un leve placer pasajero. Grandes multitudes de personas (entre las cuales se encuentra más de un lector habitual) emplean únicamente esta función menor; su actitud implica que la clasifican entre el golf, el bridge o los soporíferos. (...) Pero tú no eres de esos que leen sólo porque el reloj marca las nueve y uno no se va a la cama antes de las once. Estás animado por un auténtico deseo de sacar de la literatura todo lo que ésta pueda darte.

En resumen, un tratado lleno de amor por los libros y sensatas recomendaciones para disfrutar de ellos, todo ello revestido de la habitual bonhommie de este autor y de singulares ramalazos de humor. Un texto que a mí me inspira admiración y ternura a partes iguales. Como el propio Bennett, por otra parte.


[Esta entrada constituye mi aportación a la Arnold Bennett Bloggers Assembly, un encuentro bloguero dedicado a rememorar la figura de este autor británico. Encontrarán más información al respecto en la página dedicada a esta iniciativa.]

martes, 19 de marzo de 2013

ALFABETOS IMAGINARIOS

Los primeros versos de la Ilíada, ¿verdad que son bonitos?
Uno de los principales atractivos de estudiar una lengua "exótica" -como el ruso, el árabe o el japonés- estriba en esa especie de magia que permite, en relativamente poco tiempo, leer textos escritos en caracteres que anteriormente resultaban indescifrables. Si siempre adentrarse en un idioma desconocido abre puertas a un mundo nuevo de  significados, relaciones entre las palabras y maneras de configurar el mundo, cuando esa lengua tiene además un alfabeto diverso de la nuestra, la impresión de descubrimiento es aún mayor. Pocas cosas resultan más desconcertantes que encontrarse en un país cuyo sistema de escritura desconoces, donde ni siquiera por aproximación -lo que a veces es posible si se trata del alfabeto latino, aun no conociendo el idioma- es posible deducir cuál es el rótulo de "salida" ni cómo se llama la estación de metro en la que estamos. En casos así, por un momento puede uno comprender cómo se sienten las personas analfabetas, rodeadas en el día a día por un sistema de códigos que desconocen. De repente, todo lo no-escrito incrementa su valor y su significado. Tanta es la fascinación que producen esas distintas maneras de plasmar el idioma, que algunos autores no han podido resistir la tentación de inventar literalmente un alfabeto   imaginario. Ahí tienen algunos, con su correspondiente equivalencia en el alfabeto latino. Así, si por casualidad se topan alguna vez con un texto escrito en uno de ellos, podrán al menos descifrarlo. Que no es lo mismo que entender lo que dice, por supuesto:

Alfabeto élfico, creado por J.R.R. Tolkien para El señor de los anillos. De hecho, para Tolkien, con su formación de lingüista, parece que fueron antes los lenguajes imaginarios que los mitos e historias que los acompañaron. Ideó una serie de lenguas de gran complejidad, a las que dotó de vocabulario, fonología y gramática. Todo un logro. Los dos lenguas más evolucionadas que inventó fueron el quenya y el sindarin. Para escribirlas, ideó la escritura tengwar.


Alfabeto nictográfico, ideado por Lewis Carroll. Tiene la particularidad de que permite escribir a oscuras. A Carroll se le ocurrió porque a menudo se despertaba por las noches con una idea que quería apuntar de inmediato y no podía perder tiempo en encender una lámpara (eran los tiempos antes de la luz eléctrica, recordemos). Para escribirlo, se necesita un artilugio también de su invención, el nictógrafo, una especie de plantilla con dieciséis agujeros, en la que se inscriben una combinación de líneas y puntos. Sospecho que sólo alguien cómo él era capaz de escribirlo y entenderlo. ¡Además, a oscuras!



Alfabeto gnómico. Aparece en los libros de Artemis Fowl de Eoin Colfer. Se supone que es el lenguaje de las hadas, aunque por lo visto las hadas son todas inglesas, porque los símbolos del gnómico reproducen palabras de ese idioma. Normalmente se escribe de izquierda a derecha, pero algunas veces toma forma de círculo, con la primera letra de una palabra en el centro.


Alfabeto klingon. Es el que corresponde a la lengua que emplean los klingon de la saga Star Trek. Fue diseñado con un orden de palabras tipo Objeto Verbo Sujeto para hacerlo menos intuitivo y darle un aspecto más alienígena. Los hombres de las estrellas, por supuesto, habían de tener su propio alfabeto, que diseñó algún cerebrito no identificado de la Paramount y que lleva el nombre de pIqaD.


Esto de una lengua inventada por un estudio de cine puede parecer poco serio, pero si Sheldon Cooper y su grupo de amigos frikis de The Big Bang Theory son capaces de hablar en klingon, ¿quién le va a negar el estatus de lengua? Aunque una preferiría que todos estos esfuerzos los dedicasen a desentrañar de una vez alguna de las escrituras del mundo antiguo que aún no comprendemos, como el protoíndico, el protoelamita o el Lineal A. Que parecen fascinantes. ¡Si fuésemos capaces de entenderlos!

Una muestra de protoíndico

jueves, 14 de marzo de 2013

COSAS QUE PASAN CUANDO TE GUSTAN (MUCHO) LOS LIBROS

Ya saben ustedes -incluso es posible que muchos de los que me leen compartan esa peculiaridad- que los bibliómanos somos un poco especiales. Vaya, que nuestra desmedida afición por la lectura nos lleva a mostrar comportamientos que bordean a menudo la misantropía. Me temo que preferimos pasar una tarde con Dickens que en una discoteca (suponiendo que estemos en edad de frecuentar esos lugares; supongo que existe un equivalente para la edad madura, pero no he tenido ocasión de probarlo, lo siento; sin duda estaba leyendo), lo que nos coloca automáticamente en la categoría de "raros". Pero empiezo a pensar que, aunque al estar al margen de las normas sociales nos de la impresión de que somos un caso único, quizá somos más de los que creemos. Bookriot ha tenido la amabilidad de compartir las reacciones de uno de estos congéneres bibliómanos y puedo decir sin faltar a la verdad que reproducen casi al pie de la letra las respuestas que yo he dado en situaciones similares. Vean y comparen:


La cosa empieza ya de pequeños.
-¿Qué has pedido de regalo de Reyes?
-Un libro de la colección... (según la generación a que uno pertenezca, sustitúyase por "Guillermo Brown", "Los Hollister", "Enid Blyton" o "Harry Potter")
-Vaya porquería...
Y a medida que crecemos va en aumento, aplicándose a diversas áreas de la vida cotidiana.
A las fiestas:
-¿Te vienes esta noche a la fiesta que da Ricardo?
-Mmm... me quedan aún diez capítulos para acabar mi novela. Casi que me quedo en casa a acabarla.
A los accesorios de moda:
-Y este bolsito tan mono, ¿por qué nunca lo llevas?
-Es enano, no me cabe ni un libro de bolsillo
A las películas y series que hay que ver:
-Creo que está basada en un libro, ¿lo conoces?
-¡¡¡Hace seis años que lo leí y nadie quiso hacerme caso cuando os dije que era estupendo!!!
A los medios de transporte:
"¿Cómo? ¿Ya estamos en esta parada? Pero si me he saltado cinco... " Sales del metro a toda pastilla para coger el que va en dirección contraria.


 Al sueño:
-Tienes muy mal aspecto. ¿Has dormido mal?
-Bueno, es que empecé un libro y estaba tan interesante que acabé leyendo hasta las cuatro de la madrugada.
A la decoración de interiores:
-Tengo que ir a Ikea a comprar una cómoda, ¿te vienes?
-Necesitaría más estanterías... Pero si compro más, ¿donde las pongo?
A las conversaciones con amigos no lectores:
-Pues este fin de semana estuvimos en el centro comercial, vimos a Tal y Tal....hicimos Tal y Cual...
(Silencio: sabes que si intentas explicarles lo mucho mejor que lo has pasado devorando tu libro de turno te mirarán con cara de incomprensión.)
Incluso -y esto ya es el colmo- a las conversaciones con tus (escasos) amigos tan bibliómanos como tú. No os falta tema de conversación, al contrario, pero después de varias horas de intercambio de opiniones, tu lista de libros pendientes ha crecido en proporciones alarmantes. Acabas concluyendo que tendrás que quedarte varios meses encerrada en casa leyendo si no quieres perder comba.
Si, como yo, se ven reflejados en esta muestra, no desesperen. Aunque agazapados en nuestra madriguera, somos muchos. ¡A saber si el día que consigamos salir conseguiremos dominar el mundo! Pero no. Siempre habrá algún libro que nos retenga en ella...

viernes, 8 de marzo de 2013

LA MUJER QUE ESTUDIABA LOS INSECTOS

Maria Sybilla Merian y una de sus láminas
Mi entrada de hoy, 8 de marzo, va dedicada a una notable mujer, por desgracia bastante desconocida por estos lares. Aunque seguro que han visto ustedes alguna de sus muchísimas y preciosas láminas ilustradas. Se trata de Maria Sibylla Merian (1647-1717). Nacida en Frankfurt, en una familia de grabadores y pintores, algo que marcaría su trayectoria vital, no sólo aprendería el oficio en casa, sino que contraería matrimonio con otro pintor, Johann Andreas Graff . Pero la notoriedad de Maria Sibylla no procede tanto de su destreza como pintora (que era mucha, vean la selección de ilustraciones que incluyo más abajo), sino de su aportación a la disciplina de la entomología. En su época las mujeres no estudiaban ni accedían al cultivo de la ciencia, pero sus dotes de observación y de deducción, así como su afición por la naturaleza, le permitieron descubrir que -contrariamente a lo que se pensaba entonces- los insectos no nacían por generación espontánea a partir del lodo en putrefacción, sino que de las feas orugas, tras pasar por el estadio de crisálida, salían las bellas mariposas. (Proceso que tiene mucho de milagroso, es cierto. Se necesitaba una mente abierta y un espíritu científico para captarlo.) Un proceso que ella describiría en sus libros -La oruga, maravillosa transformación y extraña alimentación floral, Metamorfosis de los insectos de Surinam-, y reproduciría pictóricamente con todo detalle. El caso de esta auténtica científica merece ser destacado asimismo por su espíritu emprendedor. En 1685 Merian se separó de su marido -con quien había tenido dos hijas- y se mudó a una comuna pietista en Holanda. El castillo en que se ubicaba la comuna pertenecía a Cornelis van Sommelsdijk, gobernador de Surinam y allí tuvo la oportunidad de estudiar la fauna y flora tropical sudamericana. Tan fascinante le pareció que unos años más tarde consiguió una beca de la ciudad de Amsterdam para viajar a esa colonia y durante dos años, en compañía de su hija mayor, estudió y documentó, mediante dibujos y acuarelas, los insectos y la exuberante flora de Surinam, unas observaciones que luego publicaría en forma de lujoso volumen ilustrado. Aunque en su momento sus libros no le reportaron ni mucha fama ni mucho dinero -desde el punto de vista de los científicos, había cometido el gran pecado de escribir sus observaciones en alemán y no en latín, que era aún entonces la lengua de la ciencia-, hoy se consideran, con justicia, obras maestras. Pasen y vean ustedes mismos.






Tulipanes, ¡no podían faltar!
Ah, los alemanes, aunque un poco tarde, acabaron por reconocer su talla intelectual y pusieron su retrato en los billetes de 500 marcos. Merecido, sin duda, pero un poco triste para la creadora de tanta belleza.


martes, 5 de marzo de 2013

EL SOMMELIER LITERARIO


Dicen las encuestas que la mayoría de gente sigue decidiendo cuál será su próxima lectura basándose en recomendaciones de amigos o de personas cuyo criterio respeta. La de recomendador literario es una función que, en teoría, debería cumplir la crítica. Pero, dejando de lado la mayor o menor fiabilidad de este respetable gremio -por otra parte, hoy de capa caída debido al menguante espacio y escasa relevancia que se les otorga en los medios impresos-, es preciso admitir que su influencia no es mucha. Además, quien busca una recomendación literaria quiere, cada vez más, una recomendación personalizada. Un traje a medida, que se ajuste a sus gustos e inclinaciones literarias. Los buenos libreros tradicionales -una especie por desgracia  en peligro de extinción- solían cumplir esta función. Igual que se tenía un médico o un farmacéutico "de cabecera" (o "de confianza": ¿recuerdan aquellos anuncios que aconsejaban pedir el producto en cuestión a su "proveedor de confianza"?), solía haber un librero "de toda la vida", que conocía nuestros gustos y que nos podía decir con seguridad cuál de las últimas novedades literarias se ajustaría a ellos. Pero esta época ya pasó.


Espoleada por el ejemplo de los maridajes literarios, se me ocurre que lo que convendría es inventar una nueva figura, la del sommelier literario. Al fin y al cabo, en el mundo del vino el sommelier es un profesional que no sólo posee un gran conocimiento de los diferentes tipos y variedades de vino, sino que es capaz de asesorar al comensal para que éste encuentre el vino que se adecúe mejor a su paladar y a los platos que piensa degustar. Sustituyendo la palabra "vino" por "libro", ¿no sería éste el retrato perfecto del recomendador literario? ¿Que apetece algo ligerito, de fácil digestión, que deje buen sabor de boca? Igual que un sommelier recomendaría un blanco joven y aromático, su contrapartida en el mundo de los libros nos podría aconsejar las memorias familiares de Gerald Durrell, Mi familia y otros animales. Ah, ¿que no le gustan los animales? ¿Es usted más de tramas románticas? Pues sumérjase en la lectura de algún Georgette Heyer, literatura romántica bien escrita que se deja con una sonrisa en los labios. Así, el perfecto sommelier literario tendría un libro para cada persona y para cada ocasión. Admitamos de una vez que no existen los lectores de una pieza, que hasta al lector de ensayo más empedernido le apetece de vez en cuando una novela policiaca o, lo que es peor, que a veces quiere leer "algo distinto" y no sabe muy bien qué. En momentos así es cuando de verdad hace falta un sommelier literario. Uno que no pretenda sólo encasquetarnos la última novedad o la última moda -ya sea ésta zombi, erótico-romántica o de nórdicos  helados matando a mansalva-, sino que sea capaz de sacar del vasto armario del fondo (de las profundidades de su bodega, por así decirlo) el libro perfecto para cada ocasión.
Sommelier literario, un oficio que no existe, pero que alguien debería inventar. Emprendedores del mundo, ¿será ésta la salida laboral del futuro? Por si acaso, voy a ir preparándome...