John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 27 de febrero de 2013

SYLDAVIA Y OTROS PAÍSES IMAGINARIOS

Una viñeta de El cetro de Ottokar, de Hergé
Todo lector de las aventuras de Tintín conoce Syldavia, igual que su país vecino y enemigo acérrimo, Borduria. Fanático de la precisión, Hergé dotó a este imaginario país balcánico de historia, costumbres, escudo, trajes regionales e incluso lengua propia. El país imaginario en cuestión está tan bien documentado que hasta tiene su propia entrada en Wikipedia. Al crearlo, Hergé jugaba con el nebuloso concepto que en su país (Bélgica) , igual que en la mayoría de países de la Europa occidental, se tenía sobre las monarquías y repúblicas balcánicas o asiáticas. Los vaivenes de la historia no han contribuido mucho a despejar esta confusión y la desintegración del bloque soviético, aún menos. Era sencillo recordar las fronteras y la capital de la antigua Yugoslavia, pero no sé cuántos de los que me leen tiene claro cuáles son las de las repúblicas que han tomado su lugar. Otro tanto ocurre con el territorio que conforma la actual Federación Rusa: en total, son 83 "sujetos federales" contando repúblicas, territorios autónomos, oblasts (renuncio a explicarles en qué consisten, creo que sólo un politólogo podría hacerlo) y ciudades federales.


Nada raro, pues, la sorpresa generalizada que ha causado el que el actor francés Gérard Dépardieu -quien por cierto ha personificado a otro ídolo del cómic, Obélix-, huyendo del fisco de su país de origen, se haya empadronado en la república de Mordovia, cuya existencia sospecho que todos ignorábamos hasta ahora. No es que haya disponible mucha información al respecto, pero la que hay tiene un aire ciertamente tintinesco. Tanto su escudo como sus trajes regionales hubieran podido figurar muy dignamente en las páginas de El cetro de Ottokar o El asunto Tornasol.


Porque ¿quién nos asegura que Syldavia es un país imaginario? La historia de "los reinos perdidos" de Europa, esos que existieron una vez, perdieron luego su entidad autónoma y en algún momento se olvidó hasta su nombre, es larga y muy jugosa. El historiador británico Norman Davies ha escrito un libro sobre ello, Vanished Kingdoms, lleno de datos interesantes, y de dinastías con nombres evocadores hoy reducidas a la nada. O, como mucho, a salir de refilón en las páginas del Hola.



Tan olvidados están muchos de ellos, que parecen inventados. Una confesión: cuando comencé El pensionado de Neuwelke, cuya acción transcurre en la báltica Livonia, mi primera impresión fue de que se trataba de un reino ficticio. Sólo al darme cuenta de que todos los demás detalles geográficos e históricos eran correctos, se me ocurrió pensar que quizá no era invención del autor, sino falta de información por mi parte. Y sí (mis disculpas desde aquí a su autor, José C. Vales, por haber dudado de él). La existencia de Livonia está documentada desde el siglo XIII y, aunque pasó por muchas manos, su rastro sólo se pierde tras la Primera Guerra Mundial, con la creación de las modernas Letonia y Estonia. Sic transit gloria mundi.

domingo, 24 de febrero de 2013

LA FIEBRE DEL TULIPÁN




Primeros atisbos primaverales y, con ellos, los tulipanes llegan a las floristerías. ¡Qué bonitos! Como dice Anna Pavord en la documentada obra que dedica en exclusiva a esta flor, "Supongo que hay una o dos personas en el mundo que han decidido que no les gustan los tulipanes, pero tal aberración es apenas creíble". El tulipán no es sólo hermoso, sino que sin duda se trata de la flor que posee un mayor bagaje histórico, económico y cultural. Ha sido moneda de cambio, ha creado una crisis económica, ha constituido durante siglos un enigma científico y ha protagonizado algunos de los más bellos bodegones de la historia de la pintura. No está mal para el humilde producto de un bulbo. En estado silvestre, es una flor asiática que crece a lo largo de un corredor que va de Ankara hasta las montañas de Pamir, pasando por lugares tan evocadores como Bakú, Turkmenistán o Samarcanda. Pero su gloria se debe a la variedad cultivada, de la que en Europa no se tuvo noticia hasta mediados del siglo XVI, en que viajeros europeos regresaron de allí hablando de unos prodigiosos lils rouges, que no eran lirios, sino tulipanes. La primera descripción científica se debe a al botánico suizo Conrad von Gesner, en 1561, quien los había podido ver en unos jardines de Augsburgo.

El tulipán de Gesner
A partir de estos inicios, la afición por los tulipanes se extendió por toda Europa, en especial en los Países Bajos, donde se convirtió en una flor apreciadísima. Ya en el siglo XVII, sus bulbos alcanzaban precios astronómicos, hasta el punto de que sólo los muy ricos podían permitirse lucirlos en su jardín. Los que no llegaban a tanto, encargaban a menudo que les pintasen un cuadro de tulipanes. Que tampoco era barato, pues un pintor de renombre como Jan van Huysum podía cobrar hasta 5.000 gulders por ellos (grosso modo, el equivalente actual de unos 100.000 euros). La "tulipomanía" llegó hasta tal extremo que entre 1634 y 1637 se creó a su alrededor una auténtica burbuja financiera, en cuyo apogeo el precio de un bulbo podía igualar al de una casa en el mejor barrio de Amsterdam. Una locura, claro, que explotó como todas las burbujas, dejando a muchos en la ruina. La obsesión por esta planta se veía reforzada por un hecho misterioso: podía cambiar de color aparentemente de forma caprichosa. Un tulipán rojo liso podía renacer la primavera siguiente como una flor de pétalos rizados a listas rojas y granates. Sólo hacia la década de 1920 se descubrió que estas enigmáticas mutaciones eran causadas por un virus. Paradójicamente, los bulbos "enfermos", es decir, los que eran capaces de cambiar, eran los más apreciados.

Bodegón de Jan van Huysum (detalle)
Siendo además de valiosos, fáciles de transportar, los bulbos de tulipán se convirtieron en la moneda que muchos emigrantes decidían llevar consigo. Así, el movimiento de los bulbos a través de Europa sigue el de las migraciones provocadas por las guerras de religión. Los hugonotes expulsados de Francia los llevaron a Irlanda e Inglaterra, donde conocerían una época de auge seguida de un periodo de oscuridad tras la Guerra de los Siete Años, pues se la tildaba de "flor francesa".  En el siglo XIX, fue rescatada del olvido por una serie de cultivadores que -a diferencia de los aficionados a esta flor del siglo anterior, que eran en su mayoría aristócratas- pertenecían a las clases medias. Zapateros, cuchilleros o armeros, formaban parte de los cientos de sociedades dedicadas al cultivo y perfeccionamiento del tulipán que surgieron en Gran Bretaña ; entre ellos, la sociedad de Wakefield y cultivadores como John Slater o como Sam Barlow (1825-1893), cuya vida como aprendiz, luego gerente y por fin propietario de una fábrica de tintes podría fácilmente haber servido de argumento a una novela de Arnold Bennett.

Tulipán de la variedad Wakefield flamed
Y, ya que hablamos de novelas, en este contexto, no parece extraño que un jardinero escocés, el fiero y orgulloso Jonas Fou'fingers, llevase por aquellos años hasta un remoto lugar de Livonia su obsesión por los tulipanes, que planta siguiendo sus propios y a veces inescrutables códigos (pues a menudo se demuestra que los consejos que ofrecen los almanaques no son acertados). Este prodigioso jardinero tiene ocasión de asombrarse ante los extraodinarios hechos que acontecen en el pensionado donde presta sus servicios, unos hechos que se dirían cosa de brujería, si no fuese porque quien los causa es la más bella e inocente de las criaturas... Ese es el misterio que constituye el corazón de El Pensionado de Neuwelke, de José C. Vales, una novela hecha a la medida de los amantes del género gótico, de la botánica y de las obras de la señorita Austen, que sabe mezclar el misterio con certeras pinceladas de humor y unos personajes memorables. A fuer de ser sincera, he de decir que, dada mi pasión por el tema, la obra me enganchó gracias a este jardinero cultivador de tulipanes, pero seguí leyéndola por todo lo demás.


jueves, 21 de febrero de 2013

DESCENDIENTES DE ESCRITORES

Charles Darwin
"De casta le viene al galgo", "De tal palo, tal astilla"... mucho antes de la invención de la genética, la sabiduría popular ya reconocía la influencia de la herencia en la configuración del físico y del carácter o incluso del talento. Pero, ¿hasta qué punto? Ah, ahí nos meteríamos en un debate largo, complicado y posiblemente sin respuesta. Dejamos pues de lado -con toda la reverencia que merecen- a Darwin, Stephen Jay Gould y otros adalides de la influencia de los genes. La pregunta que hoy nos ocupa es, ¿se hereda el talento literario? Es decir, ¿los descendientes de un escritor tienen más posibilidades de ser escritores que los de un herrero, por poner un ejemplo? (Me pregunto si aún hay herreros, pero esa es otra cuestión...). Conocemos algunas insignes familias de músicos, sin ir más lejos la de los Bach; aunque el miembro más conocido de esta saga musical es Johann Sebastian, constituyeron una verdadera genealogía de músicos durante doscientos años, y entre ella se cuentan más de cincuenta de algún renombre. Pero si uno nace y se educa rodeado de música y músicos, y si casi antes de saber andar le ponen entre las manos un instrumento, se incrementan notablemente las posibilidades de que devenga, como mínimo, en un buen intérprete. La famosa teoría de las 10.000 horas de práctica de Malcolm Gladwell, ya saben. Una teoría que también tiene sus detractores, por otra parte. Si lo de las familias de músicos puede tener cierto respaldo, también lo tiene la teoría contraria. Que hay talentos innatos parece demostrado por historias como la del tenor Julián Gayarre, que se crió como un humilde pastor del Roncal  y no tuvo su primer contacto con la música hasta los quince años, en que se fugó tras una banda de música que pasaba por el pueblo, tal fue la fascinación que sintió ante esos sonidos. Sin embargo, seguro que contar con un apoyo familiar, si no con los genes, es de gran ayuda para sobresalir en cualquier disciplina. En el caso de la literatura, una biblioteca bien nutrida y un ambiente familiar literario no pueden ser perjudiciales. No obstante, si hacemos un repaso, no encontramos demasiados ejemplos de "familias de escritores":
Charles Dickens. Cuesta creer que los genes de ese coloso de las letras no produjesen alguna cosecha literaria. En realidad sí lo hicieron, aunque no muy florida. De sus hijos, dos escribieron alguna cosa, sin demasiado relieve; sólo un par de generaciones más allá tenemos a su biznieta, Monica Dickens (1915-1993), autora de numerosas novelas.


Harriet Beecher Stowe. La autora de la popularísima La cabaña del tío Tom cuenta entre su descendencia con otra escritora famosa, aunque en un género muy distinto: Patricia Cornwell, autora de exitosas novelas del género policiaco-forense.
Lev Tolstoi. La de los Tolstoi siempre fue una familia bastante aficionada a las letras. De los trece hijos del conde, sin embargo, ninguno salió novelista, aunque la vena literaria perduró en otras ramas de la familia, concretamente en la de Alexei Nikolaievich Tolstoi (1883-1945), que fue un popular autor de relatos de ciencia-ficción y otras novelas. Y, ya en nuestros días, está su biznieta Tatiana Tolstaya, una notable cuentista y escritora.
John Cheever: en este caso hay línea directa, pues sus dos hijos Benjamin y Susan Cheever, son escritores. El primero, periodista de renombre, ha publicado varias novelas. Susan es autora, además de novelas y memorias, de una biografía de su padre.

Susan Cheever
Alexandre Dumas. No podía faltar aquí este hermoso ejemplo de talento familiar. Me temo que el hecho de que padre e hijo llevasen el mismo nombre hace quie mucha gente confuanda al autor de El conde de Montecristo (el padre) con el de La dama de las camelias (el hijo).
Pero, sin necesidad de desplazarnos a otras latitudes, en nuestro país también tenemos alguna familia con pedigrí literario:
De entre los once hijos, de dos matrimonios, de Gonzalo Torrente Ballester hay un novelista, Gonzalo Torrente Malvido, y un historiador, Juan Pablo Torrente Sánchez-Guisande. Y, una generación más allá, el autor de Los gozos y las sombras puede jactarse de tener otro novelista en la familia, Marcos Giralt Torrente.
Carmen Laforet, una novelista que lamentablemente escribió muy poco, tiene una hija también novelista, Cristina Cerezales. Y, last but not least, Enric González -el periodista y autor de las imprescindibles Historias de Roma, de Londres y de Nueva York- es hijo de Francisco González Ledesma, el gran autor de novela negra.


No mucho, como ven. Parecería más bien que el talento literario  -que de todos modos es un bien escaso- no tiene una raíz genética. Aunque, dado que la vida del escritor no siempre es fácil -a veces tampoco lo es la convivencia con él- es posible que tener un escritor en casa no invite precisamente a sus vástagos a seguir sus pasos.

viernes, 15 de febrero de 2013

PULP FICTION


Como es sabido, el término pulp fiction da nombre no sólo una estupenda película de Quentin Tarantino -no me canso de ver la escena del twist entre John Travolta y Uma Thurman-, sino a todo un género (o quizá varios) de literatura popular. Surgidas en Estados Unidos a principios de los años veinte, este tipo de novelas, de precio reducido y dirigidas a un público muy amplio, se caracterizaban por estar impresas en un papel muy malo -pulpa de madera de baja calidad, de ahí el término que le dio nombre-, pero como reclamo lucían unas cubiertas espectaculares en colores vivos, que a menudo representaban atractivas mujeres en diversos estadios de desnudez (hasta donde la censura de la época lo permitía) o momentos cruciales de alguna pavorosa aventura. Héroes invencibles, mujeres hermosas, lugares exóticos y misteriosos villanos solían poblar sus páginas, convirtiéndolas en la lectura preferida por un público mayoritariamente joven y de bajo poder adquisitivo. Para muchos adolescentes de la época, la pulp fiction cumplió un papel similar al que tendría después la televisión. Con la llegada de los nuevos medios, y de una creciente prosperidad, el género pasó de moda, aunque a él le debemos el surgimiento de muchos grandes nombres de la novela negra (Raymond Chandler, por ejemplo) o de la ciencia-ficción.




Hasta el punto de que no sólo la literatura llamada "popular" recibió este tratamiento, sino que se dieron casos en que obras más literarias recibieron un tratamiento gráfico similar, quizás con la esperanza de atraer una nueva masa de lectores. Véase sino:

  
Casi da pena que haya pasado de moda, porque hay que reconocer que sus cubiertas eran de lo más resultón. Un momento... que las modas siempre vuelven. Se anuncia la aparición de un nuevo sello editorial, Pulp! The Classics, que pretende reeditar las principales obras clásicas de la literatura anglosajona, dándoles una cubierta de estilo pulp, con un toque de humor, pues no sólo las ilustraciones  representan por ejemplo a la Tess de Thomas Hardy como una vampiresa que fuma en boquilla, sino que -en el más genuino estilo pulp- añaden siempre alguna frase pensada para excitar las pasiones del lector. En el caso de Orgullo y prejuicio, luce la advertencia "¡Encierren a sus hijas! Darcy está en la ciudad...".




Si querían sorprender al lector, sin duda lo han conseguido. Para el mes de mayo, anuncian un par de títulos más, entre ellos Cumbres borrascosas. Estoy ya deseosa de ver cuál va a ser el eslogan comercial que le adjudiquen.

martes, 12 de febrero de 2013

DICKENS Y LOS SUCESOS VICTORIANOS


Gracias a la digitalización -y a la dedicación de un grupo de personas y entidades-, publicaciones de hace un siglo y medio, que sólo se encontraban en ciertas bibliotecas y aún así tenían el préstamo restringido, dada la fragilidad de su estado, están ahora al alcance de todos. Me refiero concretamente al proyecto de Dickens Journals Online, un hercúleo esfuerzo emprendido por la Universidad de Buckingham para digitalizar, transcribir e indexar toda la obra periodística de Dickens. Que es realmente voluminosa. Como ustedes saben, el hiperactivo Dickens no se conformó con escribir novelas, cuentos y alguna obra de teatro, amén de hacer exitosas giras de conferencias, sino que, a partir de 1850, se convirtió en el editor y uno de los principales articulistas de una serie de revistas periódicas que comenzaría con Household Words y terminaría con All the Year Round. Dickens, único responsable de la línea editorial de estas publicaciones, que supervisaba personalmente (da vértigo preguntarse cómo lograba hacer tantas cosas) se sirvió de este medio no sólo para serializar algunas de sus novelas -y las de otros autores, como Wilkie Collins o Elizabeth Gaskell- sino también para hacer campaña en favor de las mejoras en vivienda, educación y condiciones de trabajo que tan necesarias consideraba. Dickens se dirigía aquí no a los trabajadores, sino a la clase media, que era el público objetivo de estas revistas  (su precio no era precisamente barato). Para los estudiosos de Dickens, constituyen una especie de registro de las ideas políticas del autor, pues plasman sus opiniones en torno a una serie de aspectos como las clases sociales, el racismo, el género o el imperialismo.


Con tantas facilidades, y tantos materiales a nuestra disposición, es difícil resistirse a echarles un vistazo. Una primera zambullida en estos archivos ha dado sus frutos: la innegable huella dickensiana en la sección de sucesos de Household Words. No hay que olvidar que estas publicaciones no eran estrictamente literarias, sino que pretendían reflejar también la actualidad sobre temas muy diversos. Y, cómo no, contaban con una detallada sección de sucesos. Algunas de estas reseñas se leen como verdaderas novelas dickensianas en miniatura. Vean por ejemplo el relato de las circunstancias que precedieron al homicidio de una mujer por su esposo:

"El prisionero [se trata del acusado] y su mujer vivían en una habitación situada en el piso más alto de una casa de Russell Square; pero pasaban grandes privaciones debido a que él estaba sin empleo y a su afición por la bebida. Discutían a menudo y el 6 de diciembre, ellos dos y Mary Ann Coney, hermana de su mujer, estaban tomando un desayuno procurado gracias a seis peniques que les habían prestado, cuando el prisionero le lanzó un epíteto malsonante a su esposa. Ella respondió que, si merecía tal nombre, él estaba comiendo el producto de la conducta que la hacía merecedora de él, a lo que él le arrojó una cucharada de té caliente a la cara y ella a cambio le tiró por encima una taza entera."

Una escena digna de una obra de teatro. El artículo continúa, explicando con todo detalle las circunstancias que condujeron a la posterior paliza que el acusado infligió a su mujer, a consecuencia de la cual ésta cayó y se golpeó la cabeza, una herida que le causaría la muerte. Violencia de género, le llamaríamos ahora. A pesar de que la defensa adujo que el hombre había sufrido una "grave provocación" debido a los hábitos de suciedad y pereza de la esposa, salió condenado. Claro que la pena fueron sólo dos meses de reclusión.
Ese mismo número nos relata el asalto de una criada por parte de su señor. La grave herida que le produjo tuvo como consecuencia una multa de cinco libras. Y está asimismo la estremecedora historia de la criada, madre de un hijo bastardo, que tras hacer durante varios años ímprobos esfuerzos por pagar su manutención a la pareja que lo cuida -hay ahí un eco clarísimo de la Fantine de Los Miserables, Victor Hugo no inventaba nada-, cuando se lo devuelven (se le había acabado el dinero) opta por matarlo y enviarle el cadáver por correo a su hermana, para que ésta le dé cristiana sepultura.


Salta a la vista que con sus crónicas de sucesos -que ponen el acento en las terribles condiciones en que viven los más pobres y débiles, más que en los delitos que estos puedan haber cometido- Dickens hace no sólo una radiografía de de su época, sino también una claro alegato por una sociedad mejor. Inevitable pensar que nos haría mucha falta un Dickens capaz de despertar conciencias y denunciar abusos con tanta efectividad.

viernes, 8 de febrero de 2013

LEER PUEDE SALVARTE LA VIDA


Empecemos por ahí: ¿Leer puede salvarte la vida? No estoy de acuerdo con esta afirmación. Y no lo estoy a causa del elemento condicional, ese "puede" que -según cómo se interprete- le confiere un aire de probabilidad y no de certeza. Para los casos avanzados de bibliomanía, como el mío, leer es simplemente una necesidad. Lo que es impensable es una vida sin lectura. ¿Será eso quizá el infierno? De modo que, de entrada, no me parece imprescindible leer obras como la que anuncia el nuevo catálogo de la editorial Knopf, How Literature Saved my Life, de David Shields. Pero he aquí que se publicita como "una mezcla de crítica literaria, citas y los propios recuerdos fragmentarios del autor, a través de la que el autor ilustra, en forma y contenido, cómo el arte -el arte verdadero, el que se compromete y refleja el mundo que le rodea- ha hecho que su vida tenga sentido", lo que suena atractivo. Como quiera que los libros sobre libros son otra de mis (muchas) debilidades, tomo buena nota de este título que, hay que reconocerlo, tiene además mucho gancho comercial. No soy la única, creo, que gracias a él se ha puesto a pensar en si realmente hay libros que tengan esas propiedades. Más unos que otros, claro, puesto que partimos de la premisa de que (casi) cualquier libro hace que tu vida sea mejor que una vida sin ellos. Y sí, recuerdo algunos. Pienso sobre todo en esos libros que me han hecho reflexionar, que han marcado un antes y un después de su lectura. Seguro que no son generalizables y que su efecto salvífico depende de la experiencia de cada uno. Pero, por si puede servir de algo, ahí van algunos de los libros que, en  los últimos años, si bien no me han salvado la vida, sí que han influido en ella:
 
-Erich Fromm, Ser o tener  (o Del tener al ser en la edición española más reciente). Una relectura. Creo que mi primer contacto con el pensamiento de Fromm data de mis dieciocho-veinte años. El contexto de la actual crisis -con el énfasis en la forzada reducción del consumo- es el entorno más adecuado para plantearse de nuevo las pregunta sobre las que el filósofo y psicoanalista germano medita en su ensayo.
 
-Sófocles-Edipo rey. Otra relectura, ésta muy necesaria, ya que la primera fue en edad escolar. Resulta impactante la fuerza del mito. No importa cuántas veces lo hayamos visto resumido o recreado, leer el original encoge el corazón como si fuese la primera vez. Una obra que hace pensar no sólo en temas como el destino o el azar, sino sobre todo en el poder de la literatura. Inevitable preguntarse ¿cómo consigue Sófocles presentarnos una historia mil veces oída de modo que resulte nueva cada vez?


 -Montaigne, Ensayos. Como mínimo, algunos de ellos. Los tengo en mi Kindle y de vez en cuando voy haciendo calas. Nunca se sale de su lectura sin haber encaminado el pensamiento por nuevas vías. Complementariamente, muy recomendable la obra de Sara Bakewell, Cómo vivir. Una vida con Montaigne.
 
-Joan Didion, El año del pensamiento mágico. Tras la pérdida de un ser querido, nada puede evitar el dolor, ni el duelo. Aunque leer una obra tan lúcida como ésta ayuda a sobrellevarlo. Un poco.
 
-A.C. Grayling, El sentido de las cosas. Seguramente no es posible encontrárselo a todo, pero las breves reflexiones de este filósofo británico, conocido por sus dotes de divulgador, incitan a ver la experiencia cotidiana con otros ojos.
 
La lista debería ser mucho más larga, lo sé. Pero seguro que ustedes sabrán completarla. En realidad, ¿que buen libro no incita a la reflexión y, así, te salva en cierto modo la vida?

sábado, 2 de febrero de 2013

LA NOVELA Y EL MAL


¿Cuál fue el último libro que leyeron que les dejó con la sensación de haber descendido a un precipicio hondo y oscuro? La mayoría de la gente lee para entretenerse, para evadirse de un día a día agobiante o simplemente aburrido, para entrar en vidas ajenas, para conocer otros mundos, para ampliar su cultura... y por lo general los novelistas satisfacen estos deseos. Pero a veces hacen algo más. Algunos emprenden a través de su historia una exploración del Mal. Así, con mayúscula. Esa porción de oscuridad que anida en todo corazón humano, a veces muy, muy cerquita de la superficie. Ese Mal ante el que solemos cerrar los ojos, como si así negásemos su existencia. Más que las noticias de los periódicos, que muestran múltiples y variados ejemplos de la maldad humana, más que las crónicas históricas, que se hacen eco de todas las formas aberrantes que ha adoptado a lo largo de los siglos, la novela es el territorio donde sentimos el Mal más cercano, como ese espejo que nos devuelve la imagen del Otro. Nuestra versión maligna.
En un reciente intercambio de opiniones entre colegas se suscitó precisamente la cuestión que encabeza esta entrada. Más concretamente, quien la planteó utilizó la expresión "una novela que te ha tiznado las manos".  Muy atinada; uno cierra esas novelas con la impresión de que le han dejado algún residuo, si no en las manos, sí en el alma.Y solicitaba ejemplos más o menos actuales. Vaya si salieron. Los clásicos, ya los sabemos: desde El corazón de las tinieblas de Conrad, ese viaje al centro del horror, hasta Crimen y castigo.
Posiblemente crean ustedes que la realidad les suministra ya suficiente material hediondo. Pero a veces la mejor manera de enfrentarse a un peligro es conocerlo. Vayan pues a continuación algunas muestras de novelas que no temen sumergirse en la podredumbre humana. Y que lo hacen desde la buena literatura:

-El señor de las moscas, de William Golding. Aunque más reciente de las dos que he citado arriba, entra ya casi en la categoría de clásico. Para que luego hablen de la inocencia infantil.


-Claus y Lucas, de Agota Kristof. Un pedazo de novela. Tremenda. La infancia es el paraíso, dicen algunos. No exactamente.

-Escupiré sobre vuestra tumba, de Boris Vian. Bueno, en realidad todo Vian es salvaje, como decía uno de los contertulios. Incluso, al decir de algunos, sus discos de jazz.


-Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy. Como en el caso de Vian, se puede decir que casi toda la obra de McCarthy es una exploración del Mal en toda regla.


 -El poder del perro, de Don Winslow. Violencia máxima. Como dice otro bloguero, es un libro condenadamente bueno. Lo que asusta es que no es una película. Es la vida en la frontera.

-Absolución, de Patrick Flanery. El más reciente de este grupo y el último que he leído. Tan oscuro como el apartheid que le sirve de fondo.
¡Que tengan un buen viaje al abismo!