John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

martes, 29 de enero de 2013

MARIDAJES CON LIBROS


Éste es un post frívolo, anticipo. Quedan avisados, no me vengan luego con que les parece una superficialidad eso de clasificar los libros de acuerdo a su potencial para combinar con vinos, tés o quesos. Ni quiero comentarios de "el esnobismo ese del maridaje, la típica tontería de yuppies aborregados que se creen gastrónomos porque fueron a una cata". Yo también lo pienso, oigan. Pero estamos en lo más crudo del invierno, es tiempo de pasar la velada leyendo en el sofá, cobijado por una mantita, teniendo a mano una infusión caliente, o un vaso de buen vino... Una cosa lleva a la otra. Por si fuera poco, he descubierto un lugar donde venden unos tés absolutamente sensacionales y llevo unos días probando todo tipo de mezclas exquisitas. Era inevitable que en mi cerebro se pusiese a pensar qué libro le convendría más a cada uno de esos brebajes. Y es que yo soy de la escuela que cree que la lectura puede (debe) ser una experiencia profundamente sensorial. Así, ¿qué mejor que el olor y el gusto de una bebida se vean reflejados en las imágenes que evoca una novela? O viceversa, claro. Éstas son, pues, algunas de las ideas de maridaje que propongo.
  •  Con una taza de Darjeeling: Negro, aromático, con un toque especiado. Es el momento de releer esa gran novela sobre el Imperio británico en la India, el Cuarteto del Raj, de Paul Scott. Aunque nadie parece acordarse de ella -la última edición en castellano es de hace como diez años-  ese cuarteto novelístico, escrito a contrapelo, en los años sesenta, cuando nadie, y menos los británicos, quería acordarse de ese imperio que acababa de irse al garete, fue alabado por la crítica como "una extraordinaria contribución a la literatura inglesa". Es además una lectura llena de personajes fascinantes, y magníficamente ambientada. Si les da pereza embarcarse en este ciclo novelístico -más de mil páginas en la edición inglesa de Everyman- hay una magnífica serie de la BBC. En uno u otro formato, el té la acompaña divinamente.

  • Con un Earl Grey aromatizado con rosas o cítricos: con este elegante té con un toque femenino casi es obligado recurrir a una novela policiaca clásica. Nada de escandinavos deprimidos y cadáveres destripados: un buen misterio ambientado en una rectoría, o en una gran casa campestre. Mi elección: Hamlet, venganza, de Michael Innes. Asesinatos en una casa señorial en el marco de una representación de Shakespeare. ¿Se puede pedir más?
  • Con un té verde chino. La ligereza de este té y su sabor delicado exige una lectura igualmente ligera. Mi repertorio de lecturas de autores chinos no es muy amplio, me temo, de modo que opto por una bastante occidentalizada: El club de la buena estrella de Amy Tan. Ya les dije que esto iba a ser frívolo.

Pero ¿qué es esto? ¡Agua caliente coloreada!. ¿Esto no iba de maridajes? No nos olvidamos del vino, no. Pero es que me he puesto a pensar y los maridajes libros-vinos darían para otro artículo, mucho más largo. Para no dejarles con la miel en los labios (o con la copa vacía en la mano), una última sugerencia de maridaje. Con graduación alcohólica, esta vez:
  • Uno de mis vinos preferidos, el delicioso tinto Juan Gil -un sorprendente vino criado en Jumilla que  pulveriza la mala fama que tradicionalmente arrastraban los tintos de esa región- es ideal para sentarse en el sillón alternando alguno de los Episodios nacionales de Galdós con este vino. Vayan con cuidado, antes de que se den cuenta habrán terminado la novela y la botella, todo a la vez.
Y no sigo, que como ven amenazo con ponerme pedante. Aunque otro día he de hablar de los blancos, que tan bien acompañan a la novela americana.

miércoles, 23 de enero de 2013

ENRIC GONZÁLEZ Y EL ALA OESTE


Devoro en dos días (de trabajo: si llega a ser en vacaciones, no me dura ni una tarde) el libro recién publicado de Enric González, Memorias líquidas y lo cierro con una sensación de satisfacción que me resulta familiar. ¿A qué me recuerda? La última vez que sentí algo parecido fue cuando terminé de ver la última temporada de esa soberbia serie sobre política americana que es El Ala Oeste de la Casa Blanca. ¿Que qué tienen en común? Bueno, en el primer caso se trata de las memorias de un periodista cincuentón que ha trabajado en algunos de los diarios más respetados de España durante los últimos treinta años y que ha tenido la inmensa fortuna -merecida- de ser corresponsal en todas las ciudades donde a mí me gustaría vivir: Roma, Londres, Nueva York. (Omito de esta relación su última corresponsalía, Jerusalén; no me cabe duda de que la Ciudad Santa debe de ser fascinante, pero sospecho que para vivir allí hay que estar hecho de una materia más coriácea que yo.) Un libro breve e intenso, que se lee como quien trasiega un buen whisky. En el segundo, de una serie de televisión americana, de la que se rodaron nada menos que siete temporadas, lo que a 22 episodios por temporada da muchas horas de buena televisión. O sea, que una cosa es brevísima y va de periodismo y la otra larguísima, es en imágenes y va de política. Pero las dos tienen en común que saben pasar al otro lado del escenario y desvelar lo que hay entre bastidores. Si gran parte del atractivo de El Ala Oeste viene de que, por primera vez, comprendemos cómo se cocina la política americana, qué tejemanejes e intereses -confesados los menos, inconfesables pero evidentes la mayoría- hay detrás de la retórica, las declaraciones a la prensa y las palmaditas en la espalda, lo que hace de Memorias líquidas algo más que las memorias de un periodista es que no se limita a contarnos que estuvo aquí o allí, conoció a Fulano o Mengano, sino que se para a analizar los mecanismos que hacen funcionar a la prensa, ese cuarto poder tan penetrado por los hilos invisibles del otro, el de verdad. Enric González ha escrito ese texto en el breve espacio que ha mediado entre su despido de El País y su fichaje por El Mundo -dos modelos de periódico que a priori se dirían muy distintos pero que, tras leer este libro, se comprende que no están tan distantes-, un momento en que no le debe fidelidad a nadie, lo que hace de estas memorias una rareza aún mayor.


Con respeto por todos sus colegas, admiración y cariño por los que lo merecen y discreción para con los que no estuvieron a la altura, destripa no obstante los entramados de las redacciones, y nos muestra de qué materia está hecho el periodismo. El peor, el que se alía con el poder y se aviene a corruptelas, y el mejor, que González define con el eslógan "cada mesa, un Vietnam". Citando sus palabras: "Con el tiempo descubrí, sin embargo, que los buenos sueldos le hacen a uno menos propenso a patearse la calle, más complaciente con el director y más comprensivo con el poder. Lamento decirlo y socavar mis propios intereses (a mí tampoco me gusta ser pobre), pero creo que una cuenta raquítica en el banco y un poco de rabia en el estómago favorecen el mejor periodismo. Que para mí, como ya he dicho, es el incómodo, el periodismo vietnamita".
El periodismo está cambiando mucho en sus formas, pero no tanto en el fondo. Como la política. Los amiguismos de los años setenta que revela González son seguramente muy parecidos a los actuales: hay personajes y temas intocables. Y la política de la maniobra y el chanchullo se aplica en la Casa Blanca del ficticio presidente Jed Bartlett igual que sin duda se aplica en la del presidente Obama. Eso sí, con todos mis respetos por alguien que habla tan bien y pronuncia discursos tan inspiradores. Nosotros no tenemos ni eso.
En fin, que si quieren saber qué es de verdad eso del periodismo y la política, aquí tienen dónde buscarlo.
Termino con una pincelada de nostalgia. Me ha llegado al alma un párrafo en que Enric González habla de la Barcelona de la Transición, esa ciudad que también es la mía y que yo recuerdo tal como él la describe:
"Hablamos de una ciudad sucia y desordenada, relativamene pobre, con árboles enfermos, un mar aceitoso y pocos turistas. No se parecía en nada, ni de día ni de noche, al parque temático de palmeras y diseño de la actual Barcelona."
A veces, incluso, la echo de menos.

Las Ramblas (las de antes)  bajo la lluvia.
Foto de Catalá Roca

sábado, 19 de enero de 2013

LIBROS Y PELÍCULAS 2013

Luna nueva (His Girl Friday), con Cary Grant y Rosalind Russell
Canela fina.
Es época de premios y estatuillas. Hace poco, los Globos de Oro; dentro de unas semanas más, los Oscar. Se anuncian magnos estrenos en las pantallas, directores famosos y estrellas llenas de glamour. Si siguen ustedes las noticias y la cartelera, habrán notado -es tan evidente que ni siquiera es preciso ser muy cinéfilo para ello- que menudean las adaptaciones literarias. ¿Dónde -nos preguntábamos ya aquí hace un tiempo- están aquellos guiones originales llenos de ingenio de la época dorada de Hollywood? ¿Dónde una Luna nueva (His Girl Friday, 1940 ¡no confundir con la de vampiros, por Dios!), un Ciudadano Kane o incluso , sin remontarse tan lejos, un Pulp Fiction? Según los entendidos -me limito a hacerme eco de esta opinión, no soy ninguna experta en la materia-, hacer películas hoy resulta muy caro y los productores prefieren arriesgar su dinero en un guión que ya ha demostrado su potencial a través de la obra literaria. Vaya, que como ya existe una masa de público a priori interesada en la historia, al menos esos espectadores están asegurados.
Parece pues que los sufridos lectores estamos condenados a ver cómo los guionistas, directores y actores adaptan con mejor o peor fortuna esas creaciones de la imaginación que ya habíamos hecho nuestras. Como dijo Conrad, "El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector". Y se ocupa, vaya si se ocupa. Hasta el punto de que cada film que tiene la pretensión de traducir en imágenes reales lo que previamente los lectores habíamos recreado en nuestra cabeza  constituye un verdadero peligro. Es pues con el ay en el cuerpo que les advierto de algunos estrenos "literarios" que nos aguardan en 2013. Por riguroso orden de aparición (según anuncian las distribuidoras, aunque ya sabemos que estas fechas pueden experimentar variación; no me hagan responsable de ello):

 El atlas de las nubes (febrero 2013). Éste al menos es un estreno al que podré asistir sin miedo. No he leído la obra de David Mitchell en que se basa la película, y casi que prefiero no hacerlo. Una vez vista la película, ya decidiremos. Que el director sea Andy Wachowski (sí, el de Matrix) no estoy segura de si es bueno o malo.


Grandes esperanzas (marzo 2013). Dirigida por Mike Newell y protagonizada por Helena Bonham Carter y Ralph Fiennes, promete al menos ser una versión realmente británica del más inglés de los escritores, Dickens. No obstante, no es garantía de nada.


Ana Karénina (marzo 2013). Otra producción con acento británico. Para adaptar la novela de Tólstoi, han recurrido nada menos que a Tom Stoppard. Y parece que la actuación será de nivel, puesto que tenemos a Keira Knightley como Anna y a Jude Law como Karenin, el marido engañado. Aunque, para mi gusto, las adaptaciones de Tólstoi nunca resultan suficientemente "rusas". Puede ser una apreciación personal, pero vean el trailer y juzguen:


El gran Gatsby (mayo 2013). Glamour asegurado, eso sí, porque la productora ha echado la casa por la ventana en decorados, ambientación y vestuario. También contamos con el cada vez mejor Leonardo di Caprio como Jay Gatsby, secundado por Carey Mulligan. Sin embargo, me da cierta mala espina que la hayan rodado en 3D, lo que parece presagiar que los productores estaban pensando más en deslumbrar al público adolescente palomitero que en mostrar respeto hacia la obra de Scott Fitzgerald. ¿Habrá más fuegos de artificio que historia?



El juego de Ender (noviembre 2013). Una de mis novelas favoritas de ciencia ficción y la reaparición de Harrison Ford en la gran pantalla, de la que estaba ausente desde hacía al menos un par de años. Es prematuro decir nada al respecto, pero la idea me gusta. Cruzo los dedos para que la película esté mínimamente a la altura...

Por fin, hacia Navidad, la inevitable segunda entrega de El hobbit. Poco hay que decir al respecto. Sin ánimo de discutirle méritos a Peter Jackson, se necesita echarle muchos redaños para convertir una novela de pocas páginas en tres películas de larga duración. ¡Aunque en esta segunda parte aparece Smaug!



Sea como sea, seguramente haré de tripas corazón y terminaré por acercarme al cine a verlas todas. Aunque sólo sea por solidaridad con las salas de cine, tan zarandeadas por las desmedidas medidas de nuestro Gobierno.

miércoles, 16 de enero de 2013

ENORMES CAMBIOS EN EL ÚLTIMO MINUTO

Disculpen el título algo equívoco de esta entrada. En efecto, he tomado prestado este título, que siempre me ha gustado mucho, de un excepcional libro de relatos de la escritora neoyorquina Grace Paley. Pero no pretendo hablar de él, ni de la autora (les remito a este otro blog si quieren saber más de ella, vale la pena). Yo pretendo hablarles de una curiosidad literaria que quizás les resulte una absoluta novedad: ¿sabían que a algunas obras consideradas clásicas de la literatura les falta un capítulo, o que su  final fue del todo reescrito por su autor? No nos referimos a alteraciones menores -una coma por aquí, un adjetivo por allá- sino a enormes cambios que alteran el significado de la obra. ¿Por qué esas modificaciones? Pues los motivos son diversos. Veamos algunos:


Dracula, de Bram Stoker
De acuerdo con el manuscrito original (ahora en manos de un coleccionista privado), el final previsto inicialmente por Stoker no era el que ahora conocemos. Según reza ese manuscrito, el castillo de Drácula se derrumbaba en el mismo momento en que él moría, borrando así efectivamente toda huella de la existencia de vampiros. No se sabe si el cambio obedeció a que Stoker quería dejar abierta la posibilidad de una continuación o si encontró que se parecía en exceso a La caída de la casa de Usher, de Edgar Allan Poe.

Un fotograma de la versión cinematográfica
dirigida por David Lean.
Grandes esperanzas, de Charles Dickens
Todo el que ha leído Grandes esperanzas sabe que tiene un final un tanto ambiguo, pero más bien feliz: después de que Pip ve cómo naufragan esas grandes esperanzas que tenía para su vida, se encuentra con su antiguo amor, Estella, en las ruinas de Satis House. Ella se había casado con otro, pero ahora ha enviudado. Quizás, después de todo, haya un futuro para ambos. Sin embargo, ese no es el final que Dickens había proyectado. El final de Dickens, más acorde con el tono de la historia, preveía en efecto el reencuentro de Pip con Estella. Sin embargo, ella se ha vuelto a casar con otro y Pip sólo le dice que se alegra de que ahora sea  mejor persona de lo que era antes, para despedirse luego, sin duda definitivamente. Dickens le dio a leer la novela a su amigo Edward Bulwer-Lytton (seguro que les suena, es el autor de Los últimos días de Pompeya), quien opinó que era un final demasiado triste, por lo que Dickens -siempre pendiente de su público- lo reescribió. Como algunos otros críticos, no puedo evitar pensar que a una novela como ésta que habla de decepciones le hubiera correspondido el final original.

En un episodio de The Big Bang Theory, los protagonistas
adquieren una máquina del tiempo como la que describe Wells
La máquina del tiempo, de H.G. Wells
En la novela de Wells -que inspiraría tantas otras obras, en la pantalla y en papel-, el protagonista, ayudado por su máquina del tiempo, visita un futuro muy lejano en el que descubre dos nuevas razas, los Eloi y los Morelocks. Parece que su editor quería subrayar la degeneración del género humano e hizo que Wells escribiese un capítulo adicional en el que el viajero visita a continuación un futuro aún más distante y allí se encuentra con una forma evolucionada de los Eloi, a la que mata porque no sabe reconocer de qué se trata, antes de regresar corriendo a su presente, perseguido por un animal monstruoso.  La obra se publicó así en su versión por entregas en la New Review. Sin embargo, insatisfecho con el resultado, Wells logró que el fragmento en cuestión se suprimiese cuando la novela se editó en forma de libro. Para quien sienta curiosidad por ese final alternativo, se publicó más adelante como texto aparte con el título de The Grey Man.
  
Picnic en Hanging Rock, de Joan Lindsey
¿Quién no recuerda el escalofrío que producía el final de este libro/película? El grupo de chicas que ha ido a pasar un día de campo desaparece misteriosamente, sin dejar rastro. De ellas nunca más se supo. Esa intriga, con todos los interrogantes que abre, es parte esencial del atractivo de la obra. Pero lo cierto es que Joan Lindsay había previsto otra cosa: las chicas descubren un agujero en el tiempo, tres de ellas desaparecen en él y son convertidas en cangrejos (sí, como suena), mientras que la cuarta puede milagrosamente regresar. La intervención providencial del editor, que convenció a la autora para que prescindiese de ese absurdo final, consiguió que hoy aún nos acordemos de ella. ¿Una película con cangrejos? No, sinceramente, me temo que Hollywood no hubiese estado por la labor.

domingo, 13 de enero de 2013

ORGULLO Y PREJUICIO CUMPLE 200 AÑOS


Darcy en una ilustración de 1945.
¡Esos pantalones ajustados!
La deliciosa Orgullo y prejuicio está a punto de convertirse en bicentenaria, pues aunque Jane Austen la comenzó a escribir cuando tenía 20 años -la misma edad que Elizabeth Bennett, su heroína-, no la terminó hasta los 37. Originalmente titulada First Impressions, en noviembre de 1797 el padre de Jane Austen escribió al editor Thomas Cadell para preguntarle si le interesaba leer el manuscrito, pero éste declinó la oferta. Sólo en 1811 se animaría la escritora a retomar el asunto y hacer una serie de revisiones a la novela, que culminarían por fin en su publicación el 28 de enero de 1813. Para conmemorar tan magno aniversario, la sección de cultura de The Economist ha encargado una serie de artículos en torno al inmortal Mr. Darcy. Puede que haya cumplido doscientos años, pero el atractivo de de Mr. Darcy no decae, y a todo el mundo le apetece hablar de él. Ahí van algunos fragmentos jugosos, sólo para austenianos irredentos:

  • Colin Firth saltó a la fama como el Darcy de la adaptación de la novela que la BBC llevó a la pantalla en 1995. Una fama bastante inesperada para el entonces no tan conocido actor. Cuenta que cuando le propusieron interpretar este papel y se lo comunicó lleno de ilusión a su anciana tía, devota de Jane Austen, ésta le contestó fríamente (imagínenlo con acento British, por favor): "No seas tonto, Colin. Mr. Darcy es irresistiblemente guapo y atractivo".
  • ¿Quién no recuerda el hiriente (y engreído) comentario que Darcy hace en el baile acerca de Elizabeth, y que ésta no puede por menos que oír: "Es tolerable, pero no lo suficientemente guapa para tentarme"? Hay cosas que no se olvidan. Muchos años después de haberlo leído, la escritora Helen Simpson decidió vengarse por su cuenta, haciéndole decir lo mismo a su protagonista, pero referido al compañero de mesa que le ha tocado en una cena de negocios.

  • Los lectores de Austen saben que tras la altanería y la cierta brusquedad de Mr. Darcy se oculta un hombre que tiene sus principios (y una fortuna nada despreciable, para qué nos vamos a engañar). Ahora bien, la misma Helen Simpson se dice que sería interesante saber cuántas mujeres, como resultas de haber leído esta novela a una edad impresionable, han acabado cargando con un tipo malhumorado y controlador, debajo del cual creían -erróneamente- que se ocultaba otro Darcy en potencia. La lectura, ya ven, tiene sus peligros.
  • P. D. James es ambivalente en su consideración de nuestro héroe, a pesar de que precisamente ella se ha atrevido a escribir una secuela de Orgullo y prejucio en clave policiaca, La muerte llega a Pemberley: "Desde mi primera lectura, encontré a Darcy irritantemente arrogante, quisquilloso y en ocasiones terriblemente maleducado; cuesta creer que un caballero, de cualquier siglo, sea capaz de declararse a una mujer a la que ama en  los términos que Darcy emplea con Elizabeth. Aunque al final de la novela se redime..."
  • Para Adam Foulds no hay duda, Darcy es pura y simplemente un macho alfa. Guapo, pero sin pasarse (los hombres "demasiado" guapos no tienen ese atractivo infalible), con una capa de rudeza y con poder.  
  • Por fin, un interesante punto de vista: según el crítico John Carey, "nunca he conocido a un hombre a quien le cayese bien Mr. Darcy, aunque la mayoría de las mujeres lo adoran".  ¿Será verdad?
Si su magia ha durado doscientos años, será que algo tiene...

martes, 8 de enero de 2013

TURISMO BIBLIÓMANO



Admirar monumentos, visitar museos, arrastrar los pies por ruinas y más ruinas, probar las especialidades locales, comprar souvenirs para la familia... todo esto forma parte de la vida del turista y es difícil sustraerse a ello. Por unos pocos días, se dejan de lado los hábitos y las aficiones de la vida cotidiana y el viajero se sumerge en un torbellino de actividades a menudo tan pautadas y cronometradas que no dejan margen para gran cosa más. Aún así, el turista bibliómano no puede evitar que se le vayan los ojos detrás del escaparate de cualquier librería que se cruce en su camino. Quizás no estén incluidas en esa ruta de obligado cumplimiento en la que se empeña su familia, pero las librerías de países extranjeros constituyen toda una educación y dicen  más sobre la cultura del lugar que muchos museos. En este caso, el país visitado era Italia, cuna de las ediciones más elegantes exquisitas, y la ciudad, Roma, su fascinante, milenaria e inabarcable capital. Evidentemente, las librerías no entraban en el programa, que bastante repleto estaba ya. Pero, ¿quién puede resistirse a una Feltrinelli a pocos pasos del hotel? y, si paseando por las cercanías del Panteón se da literalmente de bruces con una librería que expone una selección delicadamente escogida de libros nuevos y antiguos, ¿cómo no entrar a echar un vistazo?
No esperen, pues, un recorrido por las librerías romanas. Por mucho que eso me hubiese gustado, me temo que tendrá que quedar para otra ocasión. Sólo un par de curiosidades que me llamaron la atención en esas ¡ay! demasiado breves incursiones. Ante todo, el hecho de que una librería de tamaño mediano, estupendamente instalada en pleno centro, no tuviese reparo en mezclar libros antiguos y modernos. Los primeros, además, exhibidos con verdadero primor y tratados a todas luces como si fuesen joyas (no, no se trataba de valiosos ejemplares, sólo de libros viejos bien seleccionados y valorados como es debido por alguien que obviamente tenía discernimiento).


 Un criterio que se extendía al respeto por las grandes colecciones, esas que hicieron historia de la edición y de la lectura en su momento, que se mostraban agrupadas en atención a ello. Ya en el mismo escaparate, en lugar de honor, exponían una serie de libros de una colección de Arnoldo Mondadori de los años cuarenta, mientras que otras colecciones antiguas notables ocupaban toda una pared del interior. Libros viejos, sí, pero tanto más llenos de encanto y de sugerencia por cuanto se trata de colecciones literarias, que fueron en su momento referentes. Junto a autores hoy considerados clásicos (Faulkner, Gorki), había otros que fueron populares y cayeron en el olvido, para ser recuperados quizá tras unos años de oscuridad (Hans Fallada, T. F. Powys, Somerset Maugham) y otros más que confieso desconocer, pero que -por el propio hecho de estar publicados en la misma colección que el resto- me quedé con unas inmensas ganas de, al menos, hojear. ¿Quién sería ese tal Harvey Allen, o esa enigmática Maria Kuncewiczowa?


 Para mí, ese buceo guiado en el pasado -no al azar, sino de la mano de un editor que en su momento apostó por esos autores- resultó más estimulante que las mesas de novedades cargaditas de Sombras de Grey y de otros bestsellers globales de los que, posiblemente, dentro de otros cuarenta años no quedará rastro si no es en alguna hemeroteca.
No fue ésta la única alegría que me proporcionaron las librerías romanas.También otra librería más grande, la Feltrinelli, mostraba rasgos de creatividad. Traducido en lenguaje librero, eso quiere decir que hay ahí alguien que no se limita a exponer los libros por su género y su tirón comercial, sino que le ofrece al lector posibles combinaciones, parentescos cercanos, tentaciones para el gusto literario que constituyen el verdadero motivo de que uno visite una librería en lugar de encomendarse a los algoritmos de Amazon. En este caso, mi alma caminante pudo regocijarse con todo un expositor dedicado a los libros sobre y de caminantes, donde algunos clásicos se codeaban con ensayos de autores modernos, con títulos tan atractivos como Camminare, una rivoluzione, o L'ebrezza del camminare. Ya lo decían los antiguos, "solvitur ambulando": o sea, caminando se resuelven los problemas. Y si el pavimento que uno pisa es el irregular adoquinado de las calles romanas, mejor que mejor.

martes, 1 de enero de 2013

TRES HISTORIAS EUROPEAS

Mapa político de Europa
impreso en Berlín en 1940
Al finalizar el año, es habitual que muchos articulistas y blogueros hagan una recopilación de sus lecturas durante los doce meses anteriores, o un top ten de las que más les han impresionado. Quizá porque soy muy organizada en tantas otras áreas, lo soy muy poco en las lecturas, un ámbito que me gusta considerar un reducto personal de libertad (a pesar de que tantas veces se deje comer el terreno por las obligaciones laborales, pero esto no viene  a cuento aquí...), de modo que ni llevo una lista, ni siquiera tengo muy claro cuándo he leído tal o cual libro. A pesar de ello, si vuelvo la vista atrás hacia el año que acabamos de abandonar, hay tres libros extraordinarios que comparten un mismo tema, la historia europea reciente -o sea, del siglo XX-, y una cualidad esencial: la capacidad de mostrar desde un prisma novedoso hechos ya conocidos y, de este modo, revelar aspectos del pasado hasta ahora ignorados o inadvertidos.
Antes de que sigan adelante, un aviso para navegantes: las tres obras requieren un lector interesado en los acontecimientos históricos y (al menos para los dos primeros) un cierto estómago, pues los hechos que se  relatan son a menudo bárbaros y en ocasiones estremecedores.
 
 
Por orden cronológico de lectura, el primero de estos tres libros es Tierras de sangre, de Timothy Snyder (Galaxia Gutenberg).  El estudio de Snyder (estrecho colaborador de Tony Judt, los seguidores de este autor comprenderán lo que significa eso) ilumina una de las mayores masacres de la historia, cometida por motivos políticos, la llevada a cabo entre 1932 y 1945 por Stalin y Hitler -en lo que podría parecer una macabra competición por ver quién sentía mayor desprecio por la vida humana- en un área geográfica que comprende parte de las actuales Polonia, Ucrania, Bielorrusia y las repúblicas bálticas. En este área, que Snyder denomina "tierras de sangre", fueron asesinadas catorce millones de personas de forma deliberada. Y no estamos hablando de combatientes, sino de personas que nada habían hecho excepto pertenecer a determinada religión, filiación política o nacionalidad y que murieron a consecuencia de un cálculo político. Lo novedoso del enfoque de Snyder es que hasta ahora la mayoría de estudios en torno a estas masacres eran parciales (por ejemplo, centrados en el Holocausto) o partidistas, o nacionalistas. Además de aportar una nueva perspectiva, Snyder tiene el mérito de haber buceado en archivos soviéticos y bálticos, algo que no es tan frecuente en los historiadores occidentales. Un libro terrible, pero necesario.
 
 
 Siguiendo con el repaso al siglo XX europeo, al leer muchas de las historias de la Segunda Guerra Mundial uno se queda con la impresión de que, una vez derrotado Hitler, se acabó el problema; cada cual volvió a su casa y se volcó sin más en la reconstrucción. Posguerra, de Tony Judt, deshizo ya en parte esta visión idílica de la posguerra europea, y ahora Keith Lowe, con Continente salvaje (Galaxia Gutenberg), demuestra con un repaso exhaustivo de lo que fueron los cinco años posteriores a 1945 que en toda Europa la inmediata posguerra estuvo marcada por la violencia y la sed de venganza, los choques étnicos y los enfrentamientos civiles. Hay casos particularmente sangrantes, como el de Grecia, o el de los Balcanes (la visión que aporta Lowe ayuda y mucho a entender por qué tantos años después la chispa de la guerra civil volvió a encenderse en esas tierras), o como los millones de personas que fueron desplazadas arbitrariamente y arrancadas de las tierras donde vivían desde hacía generaciones.  Continente salvaje no sólo ilumina unos años poco estudiados de la historia europea, sino que nos recuerda que la Europa de nuestros días es heredera de aquellos conflictos. 
 
 
Por último, una historia muy distinta, porque su autor no es un académico, sino un ceramista y su relato, más literario que los dos anteriores, se centra no en un territorio, sino en una familia. La liebre con ojos de ámbar, de Edmund de Waal (Acantilado) sigue en efecto la historia de una de las grandes familias de banqueros judíos europeos, la de los Ephrussi. Este hermoso relato -construido con la misma delicadeza que los netsuke que están en su núcleo- nos hace revivir a través de las vidas individuales de los miembros de esta familia el fasto y la riqueza del imperio austrohúngaro así como el  posterior derrumbe del negocio y expolio de sus posesiones en ese torbellino que engulló a toda Europa. Edmund de Waal nos habla de los vaivenes de la historia, encarnada en unos seres humanos que la vivieron muy de cerca, pero también de elecciones personales; de la fragilidad de las posesiones materiales, pero también de la importancia del arte, de la belleza, de la cultura...
Aunque contenga páginas trágicas, La liebre con ojos de ámbar resulta un bálsamo después de leer sobre tantas atrocidades. Si esos pequeños objetos de marfil o de madera pudieron escapar de la voracidad rapiñadora de los nazis -y no digo cómo para evitar el spoiler, pues es una historia entrañable-, quizás hay después de todo un rayo de esperanza para esa Europa convulsa. 
 
El palacio Ephrussi en Viena,
hoy sede de Casinos de Austria