John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 28 de noviembre de 2012

MI NOMBRE ES BOND, Y OTROS NOMBRES LITERARIOS


Como todo escritor sabe, no hay nada inocente en el nombre de un personaje. Uno puede inventar una figura de ficción llena de atractivo, aventurera, fascinante, pero si no es capaz de dar con el nombre adecuado para su criatura, corre el peligro de que no tenga el aura necesaria para convencer al lector. ¿Se imaginan qué hubiese pasado si el personaje de Ian Fleming se hubiese llamado Matthew Pumpernickel, por ejemplo? Por suerte, Fleming, gran aficionado a la ornitología (también los escritores tienen sus pasatiempos, no todo ha de ser escribir y escribir), no tuvo que ir muy lejos para dar con ese nombre. Le bastó con mirar la cubierta del extenso y utilísimo Birds of the West Indies, escrito por el ornitólogo James Bond. Seguramente, cuando bautizó a su personaje, Fleming no tenía ni idea de que el James Bond de ficción llegaría a ser mucho más famoso que el auténtico. (Uno se pregunta qué tal lo llevaría el ornitólogo en cuestión, claro.)
 
Un libro que se ha hecho famoso
por motivos no relacionados con su contenido
Y es que lo de poner nombres a los personajes tiene su complicación. ¿Hay reglas para nombrar? ¿Hay nombres más adecuados para unos géneros que para otros? A este misterioso arte ha dedicado todo un volumen Alastair Fowler. No lo he leído -mi interés por los nombres en la literatura inglesa tiene un límite-, pero sí me he divertido bastante con la amplia reseña que le dedica la London Review of Books. He aprendido así que hay autores que prefieren que los nombres de sus personajes suenen lo más neutros posible (Henry James, por ejemplo), pero que incluso estos caen a veces en la tentación de darles algún significado. Así, mientras Jane Austen suele inclinarse por nombres anodinos como Elizabeth Bennett o Fanny Price, no pudo evitar darle a uno de sus personajes el nombre de Knightley. Puesto que "knight" es "caballero" en inglés, está claro que iba a hacer honor a él. Curiosamente, Emma no se percata de ello hasta bien entrada la novela.
Sepan que todo está estudiado y que, como en tantas otras cosas, también los griegos fueron los pioneras en ocuparse de los nombres. Los nombres que dan pistas sobre el carácter del personaje se denominan "cratílicos" porque ya Platón en el Crátilo dijo que existe una relación intrínseca entre el nombre y la naturaleza de lo nombrado. También se llama "determinismo nominativo" a la tendencia a anticipar a través del nombre lo que va a hacer el personaje. Por ejemplo, cuando la Lisístrata de Aristófanes salía a escena, los griegos que se encontraban en el teatro ya se olían que esta señora tenía intenciones pacifistas, porque Lisístrata en griego quiere decir "la que disuelve el ejército".  Sin remontarnos tan lejos, cuando Galdós le da a un personaje el nombre de Máximo Manso, no resulta extraño que éste resulte un ejemplo de rectitud y tolerancia. Y no hay que ser adivino para anticipar que Sancho Panza será alguien más preocupado por llenar el estómago que por deshacer entuertos.  
Hay que reconocer que, una vez que somos conscientes de la importancia de los nombres, uno empieza a ver significados y conexiones por todas partes. Los nombres importan, y participan de las cualidades literarias del texto: significado, sugerencia, referencias extraliterarias...
Por más que Shakespeare le haga decir a Julieta:
What's in a name? that which we call a rose
By any other name would smell as sweet
,
en los nombres hay mucho más de lo que parece.
 

jueves, 22 de noviembre de 2012

LIBREROS CON IMAGINACIÓN

La acogedora Pequod Llibres
¿Las librerías padecen la crisis? Desde luego, intensamente. Pero no están acabadas, ni de lejos. No al menos mientras algunos libreros sigan haciendo gala de iniciativa, imaginación e ingenio.  Mientras las grandes cadenas están cada vez más vacías, continuamente veo aparecer en mi barrio pequeñas librerías, muchas de ellas puestas con más ilusión que medios, pero todas resueltas sin ninguna duda a capear el temporal. A falta de grandes inversiones, hay que echarle ganas, especializarse y demostrar que rebuscar en una librería sigue siendo más divertido que confiar en los algoritmos de Amazon. Como han hecho los que supongo valientes propietarios -no los conozco pero su arrojo es evidente- de la minúscula y encantadora Pequod Llibres, en el barrio de Gracia de Barcelona.
 
O, saltando a otro continente, alimentar el negocio con ideas originales, que es lo que ha hecho el dueño de la librería The Monkey's Paw de Toronto, inventando nada menos que el Biblio-mat. ¿En qué consiste tan novedosa máquina? Pues es una máquina de vending de libros. ¿Que eso ya existe? Sí, desde luego (aunque las que se pusieron durante un tiempo en el metro de Barcelona, al menos, ya han desaparecido). Pero es que no es una máquina de vending corriente. La gracia del asunto reside en que suministra libros al azar. Es decir, uno mete dos dólares -se trata de libros usados- y recibe a cambio uno cualquiera del notable stock de obras diversas que Stephen Fowler, el librero, ha ido acumulando. Como dice en esta entrevista, "por la propia naturaleza del negocio de libros de segunda mano, acabo teniendo gran cantidad de libros que son interesantes y que vale la pena conservar, pero que en la práctica apenas tienen valor de venta". No me digan que por dos dólares no se aventurarían ustedes a ver qué sale de ese Biblio-mat con su bonito aspecto vintage. Máxime si nos hemos dado antes una vuelta por el catálogo del señor Fowler y hemos podido ver en él obras tan curiosas y enigmáticas como Restorative Art -todos los secretos del arte cosmético para difuntos- o un sin duda igualmente utilísimo Dictionary of Russian Gesture. Estoy segura de que la máquina maravillosa guarda muchas divertidas sorpresas. 
 
 
Por cierto, el nombre de esta original librería remite a un relato de terror de W.W. Jacobs (traducido en español como "La zarpa del mono") que es uno de los que más miedo me han dado en mi vida. Sé bien que hoy es Thanksgiving (me espera un pavo gigante en casa de mi amigo neoyorquino) y no Halloween, pero si a alguien le apetece sentir auténticos escalofríos, aquí lo tiene.
 

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL LIBRO Y SUS ARTÍFICES (I): EL DISEÑADOR

Si atendemos a ciertas opiniones que circulan por ahí, se diría que para que haya un libro basta con que exista un autor. Error. Con ser éste un elemento fundamental, para convertir un  manuscrito en un libro impreso es precisa la intervención de toda una cadena de profesionales cuya labor, a menudo oculta, no es sólo imprescindible para éste tome cuerpo, sino que influye de manera decisiva en su forma final y, a la postre, en su efecto sobre el lector. Ahora que tanto se reivindica la autoedición –parecería que gracias a ella el autor se basta y se sobra, pero a la vista están los resultados para desmentirlo─, he creído oportuno presentar desde este espacio a algunos de estos protagonistas silenciosos del libro. Hacerlos visibles, porque su profesionalidad, su criterio y su trabajo hacen de los libros esos objetos que tanto amamos.

Más de una y de dos veces hemos hablado aquí de las cubiertas, esa carta de presentación del libro y de su importancia.  Recientemente, comenté la arriesgada –y conseguida─ cubierta con que Alba Editorial presenta su nueva traducción de la inmortal obra de Flaubert, La señora Bovary. Pues bien, hoy traemos a Pepe Moll de Alba, pintor, diseñador y sobre todo gran  artista, artífice de ésta y del resto de cubiertas de dicha editorial. Llaman en ellas la atención esa combinación entre rigor y sensualidad que se ha convertido en una marca de la casa. Pepe se ha prestado amablemente a contestar algunas preguntas acerca de su trayectoria profesional  y de su trabajo como diseñador de cubiertas.
Pepe Moll de Alba
Para empezar, ¿puedes hablarnos brevemente de tu formación, tu vinculación con el diseño de libros, tus otras facetas artísticas?
Aunque casualmente nací en Barcelona soy de origen canario. Allí pasé mi infancia y juventud hasta que marché a estudiar a Alemania. Primero estudié pintura en Múnich en la Freie Kunstschule München y luego seguí mi formación artística en la Hochschule für Gestaltung, Kunst und Medien de Stuttgart para acabarla en Roma. Relato todo este periplo porque esta mezcla de influencias tan dispares es lo que más me ha marcado profesionalmente.
Actualmente vivo y trabajo como pintor y diseñador de libros entre Canarias, Barcelona y la Toscana.
Desde 1995 soy responsable del diseño de la editorial ALBA.
 
Cuando te encargan una cubierta, ¿cómo es tu proceso de trabajo? ¿dónde y cómo buscas las ilustraciones?

Después de tantos años diseñando libros –debo de haber hecho ya más de mil– he desarrollado la capacidad de visualizar las cubiertas, de verlas.
En primer lugar es muy importante que el editor o el autor tenga confianza en uno y deje hacer, pero también que transmita su enfoque correctamente. A veces esta primera orientación no está clara o no me gusta y es entonces cuando hay que convencer con otro punto de vista. La edición es un trabajo en grupo y ahí está la parte más estimulante y divertida, pero la coherencia visual tanto a nivel del libro en concreto como de la editorial en su conjunto es mi responsabilidad.
Cada libro se puede enfocar desde muchos puntos de vista. Me gusta pensar que trabajo para un lector inteligente que agradece los guiños que evitan la obviedad. Este juego es muy inspirador. En la editorial ALBA he tenido la suerte de trabajar desde sus inicios con un editor como Luis Magrinyà con el que tengo una gran afinidad, tanto estética como de concepto.
 
 
 
Ser pintor también ayuda. He trabajado mucho el color hasta hacerlo marca de la casa y muchas de las cubiertas están relacionadas con mi búsqueda personal y la información visual acumulada de años.
En cuanto a las ilustraciones no es tanto donde las encuentro como la manera de tratarlas, el encuadre, la elección de un detalle en concreto, la forma de combinarlo con la tipografía. Es esto lo que hace que una imagen obtenga un enfoque diferente y se personalice, ganando en tensión y misterio.
 

Desde fuera, comparando por ejemplo algunas de las primeras cubiertas de la colección AlbaClásica con las del Red Riding Quartet o las más recientes de Rara Avis, por citar sólo algunos ejemplos, podríamos decir que tu estilo ha ido cambiando. ¿Hacia dónde crees que te lleva esta evolución?
 
Un acierto en la editorial ALBA ha sido que el diseño estuviera centralizado, lo que ha permitido editar todo tipo de libros siendo siempre el producto final marca ALBA.
Continuamente hay que renovarse, lo que vale para un año lo deja de hacer al siguiente. Uno también va cambiando y eso se refleja en el trabajo. Hay diseños de colecciones que se han convertido de referencia y no se pueden tocar. Funcionan y tenemos un público fiel que nos sigue, como es el caso de Alba Clásica.

 
 Por otra parte tenemos que abrir nuevas vías e intentar llegar a otro tipo de lector y cada colección pide una nueva solución estética y un nuevo lenguaje. Rara Avis es el reto de poder hacer una colección atractiva con solo dos colores, dos tintas. Esto hace que el resultado visual cambie, que repercuta también en el precio de venta y lleguemos a más gente.

 
La cubierta es un elemento muy importante de la comunicación del libro. ¿Cómo crees que tus cubiertas, específicamente, complementan o interactúan con el texto de la obra en cuestión?

Veo las cubiertas como el icono visual del contenido, la cara de la literatura. Hay colores que atraen más que otros, que crean atmósferas y con ellos se puede reflejar lo que el lector encontrará dentro del libro. La tipografía también es una herramienta de expresión importante y la utilización de una u otra hace que el conjunto cambie. No es lo mismo un libro de novela negra, de arte, infantil o un clásico. Cada uno va dirigido a un tipo de lector. Hay que tener en cuenta todo: si es en color o en blanco y negro, si el plastificado del libro es mate o brillante, tapa dura o rústica. Cada elección tiene un efecto diferente y en ese juego de equilibrios radica el que se consiga el objetivo.

 
¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Cada libro es un reto, algo nuevo que me estimula y esto es un lujo.

 ¿Puedes citar a algunos diseñadores o artistas en general que sean unos referentes para ti?
 
Más que artistas en concreto diría que mis influencias son centroeuropeas en general (sobre todo alemanas aunque también inglesas) e italianas, que es donde me he movido. Como si de manera natural hubiera mezclado el Renacimiento toscano con la Bauhaus. Es en esa mezcla y en esa tensión donde me muevo, que por puentes invisibles y personales conecta a la vez con mis raíces canarias. Es quizás por eso que dicen que mis libros parecen hechos en el extranjero y gustan tanto fuera.

 
¿Qué cubierta te gustaría diseñar que aún no te han propuesto?
 
¡Hay tantas buenas cubiertas hechas que nunca verán la luz! Hay un libro que siempre quise diseñar pero nunca llegó, Viaje a Italia de Goethe, quizás porque fue también desde Alemania que descubrí ese país. Tenía la imagen elegida por si en algún momento se hiciera, ya que hemos publicado varios libros de este autor. El cuadro se titula Recuerdo de Roma del pintor alemán Carl Gustav Carus pero no sabía en qué museo se encontraba. Años mas tarde, estando en Frankfurt y por recomendación de la directora de la editorial, fui a visitar la casa natal de Goethe. Y allí estaba, colgado en su casa.
Cuando la vida rima es que vas bien.

 
Hablar con Pepe de diseño o de arte es un verdadero placer. Casi tan importante como su faceta de diseñador es la de pintor; podríamos decir que aplica en sus telas la misma exquisita sensibilidad que en sus cubiertas, aunque con un estilo bien distinto. Próximamente, según me dice, expondrá en Barcelona. No dejen de ira a verlo.

jueves, 15 de noviembre de 2012

MALAS CRÍTICAS

 
¡Ah, los críticos! Temidos, denostados, escuchados, discutidos... A casi nadie parecen gustarle, pero en una forma u otra siguen siendo necesarios. Con su habitual ácido ingenio, el aforista aleman Johann Christoph Lichtenberg (1742-1799) dijo hablando de ellos: "Un libro es un espejo: si un mono se asoma a él, es poco probable que refleje a un apóstol". La postura del crítico literario es hoy quizás más contestada que nunca, ya que le ha salido competencia por todos lados: gracias a internet, cualquiera -desde el lector que deja su comentario en la tienda virtual en la web del editor hasta el bloguero más o menos especializado- puede opinar sobre un libro y (cosa que hasta ahora no sucedía) ser escuchado. Puesto que yo misma incurro  de vez en cuando desde estas páginas virtuales en alguna forma de crítica literaria, me abstendré, por aquello de no ser juez y parte, de entrar en el apasionante debate sobre si el crítico literario tiene hoy aún alguna función. Únicamente, en un intento de relativizar el papel de las críticas, traigo aquí algunas malas críticas que recibieron autores y obras que, con el tiempo, han gozado de la estima del público e incluso de los estamentos académicos. Espero que sirva, además de como ejercicio de humildad para todos los que nos atrevemos a opinar sobre lo que otros han escrito, para animar a los esforzados escritores a no dejarse amilanar por las malas críticas. A veces, el malo no es el criticado, sino el crítico.

"Aquí todos los defectos de Jane Eyre (de Charlotte Brontë) resultan mil veces ampliados, y el único consuelo que nos queda al reflexionar sobre ello es que nunca será una obra muy leída." -James Lorimer, North British Review, 1847, sobre Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

 "Whitman es tan desconocedor del arte como un cerdo lo es de las matemáticas." -The London Critic, 1855, sobre Hojas de hierba, de Walt Whitman

 "Lo que nunca ha tenido vida no es probable que siga viviendo. De modo que éste será un libro de sólo una estación." -New York Herald Tribune, 1925, sobre El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald

 "Éste es el primer intento del señor Ionesco de escribir una obra social, y el número de representaciones de que es susceptible es más o menos igual al número de sus espectadores." - Kenneth Tynan sobre la obra El rinoceronte de Eugene Ionesco, 1960

 "Haciendo una estimación por lo bajo, los lectores americanos se gastarán un millón de dólares en este libro. Por su dinero, obtendrán 34 páginas de valor duradero. Estas 34 páginas narran una masacre que sucede en una pequeña ciudad española en los inicios de la guerra civil... Señor Hemingway, por favor, publique la escena de la masacre por separado y luego olvídese de Por quién doblan las campanas; por favor deje las historias de la Guerra Civil española para André Malraux..."-Commonweal, 1940, sobre Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway

"Monsieur Flaubert no es un escritor." -Le Figaro, 1857, sobre Madame Bovary, de Gustave Flaubert
 
 
Claro que no sólo reciben los escritores, también los músicos se llevan lo suyo. Y, en ocasiones, incluso por parte de algún escritor:

"Me gusta Wagner; pero mi música preferida es la de un gato que cuelga por el rabo de una ventana e intenta agarrarse a los cristales con sus uñas." -Charles Baudelaire

lunes, 12 de noviembre de 2012

DE MARY SHELLEY, PARA LORD BYRON: DESTINO FINAL


Hace un tiempo, nos hicimos eco aquí del feliz hallazgo de un ejemplar de Frankenstein dedicado por su autora, Mary Shelley, a lord Byron. El valioso ejemplar estaba destinado a ser subastado, y muy posiblemente algunos lectores se quedasen con la intriga de saber qué ha sido de él. Hoy, gracias a Urzay, que me ha proporcionado la información, puedo satisfacer esa curiosidad. Bueno, no del todo, porque la librería y galería de arte que se ha encargado de la subasta, la prestigiosa Peter Harrington, no ha revelado ni la cantidad por la que se ha vendido ni quién ha sido el comprador. Sí ha asegurado, sin embargo, que se trata de un coleccionista del Reino Unido y que "el libro podrá ser visto en público y participará en exposiciones dentro del Reino Unido".
[Por cierto, que husmeando en su catálogo se me han puesto los dientes largos al ver que podría adquirir (en el hipotético caso de disponer de 8.500 libras esterlinas) una hermosísima primera edición de Oliver Twist)]
Lo más interesante de esta noticia, sin duda, el video que la acompaña, donde se puede ver la preciosa librería y asistir a la velada de presentación del libro. No se pierdan al joven y simpático descubridor, Sammy Jay: 



 
El acto contó con la intervención de Miranda Seymour, biógrafa de Mary Shelley (y también de Ottoline Morrell, Robert Graves y Henry James). La señora Seymour es además -es el día de la envidia, definitivamente- propietaria de la grandiosa Trumpton Hall, que perteneció a la familia de la primera esposa de Byron y, en adelante, a los descendientes de éste. Hoy se puede alquilar para bodas, seminarios y celebraciones varias. ¿Alguien se anima?


jueves, 8 de noviembre de 2012

ELOGIO DE LA DIFICULTAD


Un paseíto por el barrio puede ser muy agradable, aunque estarán ustedes de acuerdo en que no procura la sensación de haberse superado a uno mismo. Subir una montaña de dos mil metros, en cambio, puede resultar una tortura por momentos, pero conseguirlo procura una satisfacción incomparable. Leer una novela romántica puede ser una buena manera de pasar una velada de invierno, acurrucada en el sofá. Sin embargo, no propociona, ni de lejos, la satisfacción intelectual que acompaña a la lectura de los Ensayos de Montaigne, por ejemplo. Todo tiene su momento, sin lugar a dudas. Pero al cerebro humano le gustan los obstáculos, se crece ante la dificultad; es más, según los últimos descubrimientos de la neurociencia, absorbemos mejor la información que nos ha costado conseguir, y la retenemos durante más tiempo. Que las limitaciones espolean la creatividad es algo que los poetas saben desde hace muchos siglos: por difícil que parezca, si uno se esfuerza lo suficiente casi todo se puede decir en catorce versos de once sílabas, que para colmo deben rimar entre sí siguiendo un patrón determinado. Que se lo pregunten a Lope de Vega y a Violante, si no. Revalidando algo que todos los lectores intuíamos, ahora resulta que leer es una actividad excelente también desde el punto de vista neurolingüístico. Y si se trata de lo que llaman "lectura profunda", es decir, lectura crítica y analítica, aún mejor. Según recientes investigaciones, ambas formas de enfrentarse a un texto -la superficial y la profunda- movilizan partes distintas del cerebro. La lectura profunda, en especial, hace trabajar al cerebro de una forma que sorprendió a los propios investigadores. Me alegro de que la ciencia corrobore los beneficios de la lectura -sobre todo porque eso nos da argumentos para dedicarnos a ella con aún más ahínco ("Es bueno para mi cerebro"), ahora que está tan de moda lo del entrenamiento cerebral-, pero los bibliómanos podríamos habérselo dicho sin necesidad de escáners ni de laboratorios. Leer una argumentación llena de inteligencia, por intrincada que resulte, descifrar las barrocas metáforas gongorinas o analizar las complejidades de los narradores faulknerianos produce una satisfacción que no sólo es estética, sino que a todas luces es "alimento para el cerebro" -"food for thought", como bien dice la expresión inglesa-, el equivalente intelectual de las proteínas sin las cuales nuestra materia gris decaería y moriría. La próxima vez que alguien armado de una maquinita de juegos me diga que está entrenando su cerebro, podré responderle con toda tranquilidad, sin levantar la vista del volumen que estoy leyendo, que "yo más".
 
Eso, LEE
 


 

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL ARTE DE ESCRIBIR A MANO


¿Cuánto hace que no recibo una carta escrita a mano? No puedo ni recordarlo. Lo más parecido, quizás, alguna felicitación navideña (otra especie en franca extinción), aunque esas dos líneas de buenos deseos navideños casi no tienen valor en el recuento. El teclado omnipresente y, más recientemente, la comodidad de hablarle al móvil y que éste traduzca nuestras palabras en texto -saltándonos así incluso ese mínimo contacto manual- han reducido el arte de escribir a mano a algo testimonial. Pero que sigue siendo importante. Philip Hensher, escritor y crítico británico, lo cree así, y le ha dedicado todo un libro, Missing Ink: The Lost Art of Handwriting, que si bien seguramente no logrará que todos regresemos a la pluma y el bolígrafo, constituye al menos un toque de atención hacia ese arte que va quedando arrinconado por la tecnología. Tal como dice Hensher, la escritura autógrafa “registra nuestra individualidad, y la marca que la cultura ha dejado en nosotros. Algunos han visto en ella la clave inconsciente de nuestras almas y nuestra naturaleza más íntima. Se ha considerado una señal de nuestra salud como sociedad, de nuestra inteligencia, así como un objeto lleno de simplicidad, gracia, fantasía y belleza en sí mismo".  En el pasado, la letra manuscrita de un persona se veía como un indicador irrefutable de sus rasgos personales. Una caligrafía bella y legible reflejaba el orden mental de su autor, su educación, su esmero. Y lo que se escribe en momentos de intensa emoción transmite no sólo en las palabras, sino también en la letra, esa turbación del ánimo. Esos rasgos de personalidad se pierden irremediablemente en el texto mecánico. Por muy sentido que sea lo que queremos transmitir, los signos que trasladan el mensaje son tan fríos como los de una circular del banco. Está claro que, en aras de la rapidez y la comodidad, hemos dejado algo atrás.
Hasta tal punto echamos de menos la letra manuscrita que unos tipos listos incluso han inventado una aplicación, Fontifier, que permite escanear la propia letra y aplicarla a un texto de ordenador, para conseguir así una nota aparentemente manuscrita pero totalmente automatizada. El colmo.

 
Escribir a mano involucra no sólo la mano y la muñeca, sino también el brazo, el hombro, a veces incluso todo el cuerpo.  En las personas zurdas se aprecia especialmente el esfuerzo de la escritura; su brazo, su espalda, se curvan al escribir. Los escolares que aprenden este arte también dan muestras de su esfuerzo, mientras aferran el lápiz con fuerza y dejan que asome la lengua, concentrados al máximo para lograr trazar esa curva de la "a" o el palo ascendente de la "b". Pues si los sumerios trazaban sus signos en tabletas de arcilla y los romanos sobre cera, la pluma o el lápiz también dejan surcos sobre el papel cuando escribimos, rastro físico de la fuerza efectuada. Podríamos decir que al escribir a mano nos volcamos sobre el papel, con el que tenemos una conexión directa, mientras que el teclado y la pantalla ponen una distancia entre lo que queremos decir y su manifestación fisica final.
Aunque no hable como una voz por teléfono (o como una comunicación por Skype), una carta manuscrita "habla" a través de la letra de su autor. Las letras sobre la página viven y respiran como quien las escribió, y seguirán haciéndolo incluso cuando éste haya desaparecido. Mucho más que una página mecanografiada, la carta de alguien querido sigue interpelándonos y dialogando con nosotros a través del tiempo.
Decía que hace tiempo que no recibo una carta. No es cierto. Mi madre, fallecida hace unos días, dejó entre sus papeles una carta dirigida a sus hijos. Esas hojas manuscritas, que nos hablan con una voz que ya no oiremos más, constituyen el legado más precioso que haya podido dejarnos.