John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

viernes, 28 de septiembre de 2012

LAS CUBIERTAS DE PENGUIN

 La venerable pero siempre joven editorial del pingüino, Penguin Books, deleitó hace unos meses a sus lectores con el lanzamiento de un nuevo diseño de cubiertas -elegantes, delicadas sugerentes- para su imprescindible serie de clásicos ingleses, la Penguin English Library. Una vez más, Penguin demuestra que sabe reinventarse constantemente y que el libro como objeto sigue siendo atractivo, sigue teniendo la capacidad de atraer a los lectores. Todos los títulos que componen esta serie son clásicos que se pueden encontrar en otras ediciones por muy poco dinero (o incluso gratis). Sin embargo, ¿a que apetece mucho más tener entre las manos una de estas cubiertas que descargarse un archivo de internet? No deja de ser curioso que una colección que nació como un producto económico, para hacer la competencia a los libros en tapa dura que entonces dominaban el mercado, se convierta ahora en la alternativa "cara" -pero ¡oh, cuánto más hermosa!- a esas otras ediciones. Aún cuando he leído muchos de estos libros y un número no despreciable de ellos figura en mi biblioteca (esa que en realidad no existe, ya saben), me cuesta mucho resistirme a la seducción de estos diseños. Y, cuanto más me fijo, más me gustan. Cranford, con sus delicados guisantes, me remite a la plácida -aunque nada aburrida- vida de ese grupo de solteronas.  

Pero, ¿qué me dicen de las agujas de hacer punto en A Tale of Two Cities? ¡Qué bonita idea la de evocar a través de un objeto tan inocuo y cotidiano los gritos de las comadres que tejían medias al pie de la guillotina! Y tantos más... Viéndolos, resulta diíficl sustraerse a la codicia bibliómana. Esta serie de clásicos en lengua inglesa, iniciada en 1963, lució en sus primeros años el distintivo diseño de franjas de color naranja (el verde era para las novelas policiacas y el azul para las obras traducidas de otras lenguas), obra del gran tipógrafo germano-suizo Jan Tchischold. Este nuevo diseño se debe a la joven, pero ya multipremiada, Coralie Bickford-Smith. Además de los libros de bolsillo, esta diseñadora ha producido una versión de algunos de estos (y otros) clásicos encuadernada en tela, con un concepto gráfico muy similar y una realización que remite deliciosamente a las ediciones de principios de siglo. Todas son preciosas, pero debo confesar que mi corazón late por la vistosa encuadernación de Madame Bovary. Estoy segura de que Emma Bovary también hubiera perdido la cabeza por ella.
 
 
Por si fueran pocas tantas tentaciones, Penguin no se ha limitado a darles un aire nuevo a sus clásicos de ficción, sino que, pensando sin duda en que no sólo de literatura vive el hombre, ha encargado a esta misma diseñadora que le diera un aire nuevo a una serie de clásicos de la gastronomía. El resultado ha sido de lo más sabroso.
 
 
 
 
 (Para quien quiera saber más acerca de la historia del diseño de las cubiertas de Penguin, es muy recomendable el libro Penguin by design: a cover story 1935-2005, de Phil Baines, ampliamente ilustrado.)
 
 

martes, 25 de septiembre de 2012

BIBLIOTECAS, CINE Y FOTOGRAFÍA

Nueva sede de la Filmoteca de Catalunya-Edificio de Josep Lluís Mateo
La Filmoteca de Catalunya, que después de un largo período de provisionalidad disfruta desde hace unos meses de una flamante sede, anuncia a partir de esta semana y hasta el 15 de noviembre, un ciclo dedicado al tema "Bibliotecas y cine", con el bonito título de "Toda la memoria del mundo".  Un título que es el mismo que el de una de las obras que se proyectarán, el documental (1956) del cineasta francés Alain Resnais dedicado a la Biblioteca Nacional de París y sobre todo a su personal, que cataloga, clasifica y conserva esas obras donde está contenida "toda la memoria del mundo" (o casi). Y, junto a un film que se centra en una biblioteca, en sesión doble, otro que trata de la ausencia de bibliotecas o, más bien, de su prohibición, Fahrenheit 451, de François Truffaut (1966). Bien hallada esta contraposición. Entre otras cosas, esta versión del clásico de Bradbury destaca por la banda sonora de Bernard Herrmann:
 


Pero el ciclo promete otras miradas del cine hacia las bibliotecas, que han sido bastante frecuentes, a pesar de que la imagen de las bibliotecas y, sobre todo, de los bibliotecarios, que se da en las películas sea a veces rídícula. Tradicionalmente -también en el cine- las bibliotecarias son descritas como unas solteronas feas y amargadas, que miran severamente por encima de sus gafas a todo aquel que osa perturbar la paz de su reino de libros. No es el caso seguramente de la Bette Davis que protagoniza otra de las películas de este ciclo, Storm Center (también de 1956, qué curioso, debió ser un buen año bibliotecario). Aquí la Davis es la bibliotecaria de un pueblo sumamente conservador de Nueva Inglaterra que es despedida por negarse a retirar de sus estanterías un libro tachado de comunista. El film nunca ha sido editado en DVD, de modo que si quieren verlo, aprovechen esta oportunidad.
Y hablando de bibliotecas, por razones que no vienen al caso últimamente he debido visitar diversas bibliotecas de mi ciudad, y así he tenido la suerte de conocer algunas de las nuevas incorporaciones. Me ha impresionado especialmente, por su luminosidad y por el excelente aprovechamiento del espacio, la biblioteca Agustí Centelles, que haciendo honor a su nombre alberga un fondo sobre fotografía. Un excelente lugar para arrellanarse en alguno de sus sillones y pasar revista a los maestros de este arte.
 
La Biblioteca Agustí Centelles de Barcelona
Siguiendo con las coincidencias, precisamente se anuncia la inauguración en la Fundación Vila Casas de Barcelona de una exposición de fotografías de Agustí Centelles, uno de los fotógrafos que mejor supieron retratar esa barbarie que fue la Guerra Civil y el exilio. El archivo de Centelles fue adquirido recientemente por el Ministerio de Cultura y está en Salamanca, pero esta Fundación ha comprado una serie de copias realizadas por el propio fotógrafo, para engrosar su ya notable fondo de arte catalán, que son las que ahora se pueden ver en su sede de Can Framis, en el Poblenou. Otro lugar al que vale la pena acercarse, aunque sea sólo por ver la interesante transformación de fábrica abandonada en sala de exposiciones.
Así se puede ir del cine a la fotografía, pasando por las bibliotecas. ¡No es un mal recorrido!
 

jueves, 20 de septiembre de 2012

LA FAMA EFÍMERA

Estatua de la Fama, en la antigua Real Fábrica de Tabacos,
hoy parte de la Universidad de Sevilla
Ya lo dijo Oscar Wilde, esa máquina de hacer frases brillantes: "Que hablen de ti es horroroso. Pero mucho peor es que no hablen". La fama de los escritores -debería decir de los artistas en general- viene y va, como las mareas. Para un escritor, no hay ejercicio de humildad más útil que echar un vistazo a las listas de libros más vendidos de hace veinticinco o treinta años. ¿Cuántos de esos autores siguen hoy vigentes? ¿Cuántos hay cuyo nombre ha desaparecido en el olvido?  A título de curiosidad, una ojeada a las listas de bestsellers americanas de la década de 1980 nos muestra los primeros puestos ocupados por algunos autores que aún hoy siguen gozando de éxito considerable (Stephen King, por ejemplo), otros que aún recordamos, pero cuyas cifras de ventas deben ser ya bastante menores (Howard Fast, James Michener, Harold Robbins) y otros que directamente han caído en el olvido, como Louis l'Amour o Cynthia Freeman. Las listas españolas son menos accesibles, pero un rápido buceo en hemerotecas de la misma época da como resultado, junto a nombres hoy perfectamente vigentes (García Márquez, Tolkien, Marguerite Yourcenar), otros bastante olvidados, como Vizcaíno Casas, aquel señor que vendía cientos de miles de ejemplares. ¿Alguien se acuerda? Y esto haciendo sólo un pequeño salto en el tiempo. Si nos remontamos más atrás, el fenómeno es aún más patente. El que haya rebuscado en la biblioteca de cualquier abuelo o tío se habrá dado cuenta de que muchos autores le resultaban por completo desconocidos. Cerrando los ojos, puedo recordar aún algunos de los libros que ocupaban las estanterías en casa de mis abuelos: Jaime Balmes y el padre Coloma en el apartado de obras edificantes, Vicki Baum o Sven Hassel en el de lecturas de entretenimiento, los cuentos de la condesa de Segur en el de libros infantiles... Así es la fama, pocas veces dura. Aunque a veces se recupera, o incluso es otorgada póstumamente a aquellos que no la alcanzaron en vida. Un ejemplo reciente de fama que retorna es el "caso Zweig". Stefan Zweig fue un escritor  muy apreciado en los años treinta, e incluso en la España de los cuarenta y cincuenta eran muy populares sus biografías (que no faltaban tampoco en la biblioteca de mis abuelos). Luego, su estrella se eclipsó durante varias décadas, hasta regresar cuarenta años después con todo esplendor. Lo más curioso es que las obras que eran más apreciadas hace cincuenta años -como ya he dicho, las biografías y algunas novelas como la Novela de ajedrez o la popularísima Veinticuatro horas en la vida de una mujer- ocupan hoy un segundo plano frente a otras de sus obras, como El mundo de ayer. Seguramente, porque con la distancia podemos apreciar mejor lo que hay en ellas de evocación de un mundo entonces aun cercano, hoy ya definitivamente desaparecido.
 
Stefan Zweig, con su perro
Tiempos felices.
Puesto que no todo lo nuevo es bueno, ni todo lo antiguo, desechable, conviene de vez en cuando echar la vista atrás, rebuscar en viejos anaqueles y cerciorarse de que no hay tesoros escondidos en ellos. Muchos editores lo hacen y han conseguido desenterrar algunas joyas. En 1956, la revista The American Scholar dedicó uno de sus números a "Neglected Books", e hizo elegir a una serie de personajes de la cultura un libro publicado en el último cuarto de siglo que estimasen que no había recibido la atención que merecía y que por ello valía la pena rescatar. De esa lista, muchos títulos siguen en la oscuridad, pero sirvió para reeditar la obra de Henry Roth, Llámalo sueño (que luego se ha impuesto como el clásico que es). Y llama la atención que en ella aparezcan nombres hoy tan establecidos como el de Czeslaw Milosz (que en 1980 recibiría el premio Nobel de literatura), Hermann Hesse e incluso William Faulkner. Igual que los generales romanos cuando celebraban un triunfo llevaban junto a ellos a un esclavo que les susurraba al oído "Recuerda que has de morir", los bestsellers de hoy en día harían bien en recordar que la fama es efímera. ¿Quién sabe a qué autores recordaremos mañana?
Y ustedes, ¿a qué autor rescatarían del olvido?
 
 

domingo, 16 de septiembre de 2012

SABER MIRAR, SABER ESCRIBIR

 
Bodegón con cuatro racimos de uvas, de Juan Fernández
Aunque siga haciendo un calor digno de pleno verano, es cierto que los días se acortan y que higos y uvas confirman que ya estamos a mediados de septiembre. La atmósfera de vuelta al cole hace evocar la emoción de los lápices afilados y el plumier impoluto, el olor especial de los libros de texto nuevos... ceremonias que se repiten año tras año sin llegar a perder nunca su atractivo.  Otro clásico de estas fechas son los anuncios de las colecciones de fascículos. Casas de muñecas, abanicos, figuritas de porcelana, dinosaurios, maquetas de barcos y aviones, soldaditos de plomo de todos los ejércitos de la historia, métodos para aprender idiomas, bordar o hacer pasteles... hasta los temas más peregrinos encuentran el modo de colarse en los quioscos. Este año le ha tocado el turno a unos fascículos para aprender a escribir, El placer de escribir, de PlanetaAgostini. De nuevo, porque ya hace algunos años hubo otro curso de escritura, Taller de escritura, patrocinado por Salvat. Y de nuevo salta a la palestra el debate sobre si es o no posible aprender a escribir. Un debate que suele plantearse sobre bases falsas, como si el simple hecho de asistir a uno de esos talleres pudiese hacer de cualquier alumno un buen escritor. Por muchos cursos que haga y por buenos que sean sus profesores, eso es imposible garantizárselo a nadie. Para lo que sí sirven estos cursos es para proporcionar al aspirante a escritor una serie de herramientas y consejos. Luego, lo que sea capaz de hacer con ellos depende de cada cual.
Una de las cosas más importantes, yo diría que esencial, que se aprenden en los cursos de escritura -y también en los de pintura, la coincidenciano es casual- es a mirar.  Porque muchas veces vemos, pero no miramos. Y, como no hemos mirado bien, tampoco sabemos luego cómo trasladar a otros eso que hemos visto. 
¿Cuántas veces hemos visto un racimo de uvas? Pero las uvas que pinta Juan Fernández no son unas uvas cualquiera, son unas frutas que producen una sensación que no transmiten las que vemos en el supermercado. Y eso no es sólo producto de la depurada técnica de su autor (que también, es innegable que hay maestría en su pincel), sino sobre todo de cómo las ha mirado, de cómo ha captado ciertas cualidades de ellas y luego ha encontrado la manera de retratarlas. Esto, tan sencillo pero tan difícil, es lo que algunos saben sin más, y lo que otros muchos tienen que aprender, ya sea a través de su esfuerzo solitario o aprendiéndolo de algún maestro.
 
"No me digas que la luna brilla, muéstrame el destello
 de luz en un cristal roto", es el consejo de Chéjov.
 A todos los escritores consagrados, en un momento u otro, les han pedido que aportasen algún consejo para escribir. Pensando en tantos aspirantes a escritores, Buzzfeed ha creado una serie de hermosos carteles con consejos literarios. Échenles un vistazo, valen la pena. Este de Chéjov es uno de mis favoritos. Pues aunque Chéjov no escribió propiamente ningún manual de teoría literaria, sí que habló mucho y bien de cómo escribir. Si alguien se anima, esas reflexiones están recogidas en un librito publicado hace algunos años por Alba Editorial, titulado Sin trama y sin final. Una frase que podría bien resumir la poética de sus relatos.

jueves, 13 de septiembre de 2012

PARA LORD BYRON, DE MARY SHELLEY

George Gordon Byron
Un verano inusualmente lluvioso junto al lago Leman, cerca de Ginebra. Un grupo de jóvenes ingleses que han alquilado una casa allí se reúnen -en mi imaginación los veo alrededor de una chimenea, para ahuyentar la humedad, pero siendo británicos quizás no lo consideraron necesario- y la conversación deriva, cómo no, hacia las historias de fantasmas y monstruos. Hasta aquí, nada destacable. Podría ser el inicio del guión cualquier película boba en la que sabemos que pronto habrá sustos y muchos gritos. Pero el año es 1816 y el grupo está compuesto por el poeta Percy Shelley y la que más adelante sería su esposa, Mary Shelley (entonces aún Mary Godwin; ambos vivían "en pecado" y Mary ya había tenido dos hijos de esta unión, aunque el primero murió pronto), lord Byron y John William Polidori, médico y amigo de este último. A pesar de las apariencias, no fue una velada más, sino un momento relevante para la historia de la literatura, la famosa "noche de los monstruos". Los presentes acordaron escribir cada uno una historia relacionada con seres fantásticos. De todos ellos, la que mejor cumplió el encargo fue Mary Shelley y el resultado fue una obra que es un clásico indiscutible, Frankenstein. Un resultado que es más sorprendente aún si consideramos que Mary sólo tenía diecinueve años cuando la escribió (y diecisiete cuando comenzó sus relaciones adúlteras con Percy Bysshe Shelley, quien a su vez tenía sólo veintidós años y estaba casado). Definitivamente, la trágica historia de esta pareja supera con mucho cualquier folletín romántico, baste decir que comenzaron su romance viéndose en secreto junto a la tumba de la madre de ella, Mary Wollstonecraft. Pero por hoy nos centraremos en lo que nos ocupa, es decir, la soprendente aparición de un ejemplar de la primera edición de Frankenstein dedicado por la propia autora a Byron. Un verdadero hallazgo bibliófilo que, según dicen, será subastado próximamente (si a alguien le sobran 350.000 libras de nada, puede comenzar a pujar).
 
 
Al parecer, el ejemplar estuvo durante más de cincuenta años en la biblioteca de Lord Jay, y fue descubierto casualmente cuando su nieto seleccionaba sus papeles. La primera edición del libro, publicado en 1818 -a la que pertenece esta edición- fue sólo de 500 ejemplares y de estos el editor le dio a Mary seis para su uso personal. Se cree que uno de ellos es el que nos ocupa, que la autora dedicó a Byron de su propia mano y que fue enviado al autor por Percy junto con una nota que decía: "Una vieja amiga vuestra me encarga que os envíe 'Frankenstein'... Ha tenido un considerable éxito en Inglaterra; pero ella me ruega que os diga que 'consideraría vuestra aprobación el testimonio más halagador de su mérito'".  La pobre Mary pasó toda su vida enamorada de Shelley, quien parece que no siempre le correspondió del  mismo modo. A la muerte de éste, trágicamente ahogado a los treinta años, dedicaría todos sus esfuerzos a recopilar y publicar su obra. Y a escribir para ganarse, modestamente, la vida. Acosada por la penuria económica, en 1830 vendió el copyright de Frankenstein por 60 libras a los editores que publicarían una nueva edición (que contiene algunos cambios respecto a la primera). Nada que ver con las sumas que probablemente alcanzará ese ejemplar que hoy sale a la palestra. La vida es así de injusta y la fama así de esquiva.

[Mi agradecimiento a Urzay por la información para redactar esta entrada.]

domingo, 9 de septiembre de 2012

COMPARTIENDO ESTANTERÍAS

Una de las pasiones -reconocidas o no- de cualquier bibliómano es husmear en estanterías ajenas. Los libros de los demás son -ya sea porque son distintos de los nuestros o por las coincidencias que detectamos, por lo que dicen de sus dueños, porque representan muchos miles de páginas que desconocemos- siempre más interesantes que los que guardamos en casa, estos últimos inevitablemente desgastados por la familiaridad. Seguro que eso explica parte del éxito de la serie "Mi biblioteca", que este blog tuvo el placer de acoger hace unos meses. Así que hoy, para los bibliómanos ávidos de novedades librescas, traemos un par de noticias relacionados con el hecho compartir estanterías. Ante todo, para "voyeurs" bibliófilos, la web shareyourshelf, que como su nombre indica sirve para compartir las propias estanterías y comentar las ajenas. Promete muchas horas de agradable pasatiempo. Obsesivos, desordenados, presumidos,  acumuladores, oceánicos, monotemáticos... cada estantería dice mucho de su propietario. Y, al mismo tiempo, no deja de ser un escaparate donde cada cual sólo muestra lo que quiere que los demás vean.
 
Cada estantería retrata a su dueño...
Hay también un juego fonético muy claro en inglés entre "share your shelf" y "share your self", que lamentablemente se pierde en castellano; es obvio que los inventores de la web no lo han pasado por alto. Anímense a subir sus fotos.
La segunda recomendación es también para bibliómanos, pero para aquellos que quieren deshacerse de libros usados. No con la finalidad de hacer un poco de sitio en casa (aunque bien sabemos que haría mucha falta), sino para intercambiarlos por otros. De lector a lector, y -en principio- sin contrapartida económica de por medio. De momento sólo en versión beta y centrada en el mundo anglosajón, la web sharetheshelf.com también aspira, como la anterior, a compartir estanterías, pero en este caso se trata de compartir en el sentido físico: mi libro por el tuyo.  A mí al menos me parece una idea atractiva.  Se me ocurren unos cuantos libros que ya he leido y que no tengo especial interés en conservar que de buena gana trocaría por otros cuyo contenido aún ignoro. Esperemos que cunda el ejemplo y el sistema se imponga también en nuestro país.
 

jueves, 6 de septiembre de 2012

TRANSFORMACIONES LITERARIAS

¿Tan atractivo resultaba el cisne, Leda?
Ser otro, convertirse en otro, una ambición profundamente humana. También divina, si hemos de hacer caso de lo que nos cuenta la mitología griega. Admito que las transformaciones de Zeus obedecían más bien a sus instintos sexuales, no al hecho de que quisiera ser diferente de como era, pero dejando lado casos como éste, no hay tantos mortales que estén tan satisfechos de sí mismos que no hayan deseado alguna vez transformarse en otros. Más guapos, más altos tal vez o -ya que este tipo de rasgos biológicos no son fáciles de cambiar- más buenos, con más éxito, más sabiduría o más dinero. Por eso, porque se trata de un anhelo tan común entre los humanos, la transformación ha sido desde siempre un gran tema literario. Empezando por Las metamorfosis de Ovidio, desde luego, para llegar a la obra homónima de Kafka, la literatura está llena de personajes que se transforman en otros.
Llevada al extremo, podríamos decir que la transformación es "el" tema literario por excelencia. Todo relato versa sobre un protagonista al que le ocurren una serie de cosas y, al final del mismo, lo que le ha sucedido le ha cambiado, de un modo u otro. Así, el Lázaro niño que sale de casa de su madre para acompañar a su nuevo amo ciego no es el mismo que consigue el cargo de pregonero y un matrimonio ventajoso (por más que digan las malas lenguas). Tampoco el Ulises que fue a la guerra de Troya es el mismo hombre que regresará a Itaca diez años después. Pero hay algunas transformaciones más obvias, o más premeditadas, que otras. La siempre ocurrente web Flavowire las recuerda en un reciente artículo, en el que figuran algunas de mis historias de transformaciones preferidas (sin desmerecer a ninguna de las antes citadas). Por ejemplo, una de las transformaciones más espectaculares de la historia literaria -porque rompe las barreras del tiempo y del género- es la que realata Virgina Woolf en Orlando. Una novela llena de magia y sorpresas, tal vez menos "woolfiana" que Las olas o Al faro, pero que está entre mis favoritas.
 
Tilda Swinton, como Orlando
Otro gran maestro de las transformaciones, éstas más trabajosas que las ideadas por Virginia Woolf, pero tanto o más apasionantes que ellas, fue Dumas. El conde de Montecristo muestra cómo los hombres pueden vivir varias vidas, cambiar y transformarse. Nada raro en un autor que, él también, fue capaz de vivir lo bastante intensamente como para llenar varias vidas. Lo mismo que ocurre en Los miserables, de Victor Hugo, también él gran narrador de transformaciones. Y, siguiendo las huellas de Ovidio, la historia de Pigmalión, tantas veces reinterpretada, actualizada por George Bernard Shaw. O la de la pobre sirenita de Andersen. O la de Pinocho, o la Cenicienta... Bien mirado, los cuentos son los que mejor toman el relevo de las transformaciones mitológicas. Basta con desearlo muy intensamente, o con gozar del favor de los dioses/hadas u otros seres mágicos para convertirse en otro. Aunque, como los propios cuentos enseñan, no siempre el cambio da la felicidad. En resumen, quizá nos conviene conformarnos con ir más al gimnasio, o aprender un idioma. Cambios al alcance de todos y que no implican riesgo alguno.

sábado, 1 de septiembre de 2012

HÁGALO USTED MISMO

Lutero se las compuso solo
Desde la irrupción de la edición digital, asistimos a un continuo debate respecto a si los escritores deben seguir la ruta tradicional, es decir, intentar publicar su obra a través de una editorial, o lo que se ve como el camino novedoso, la autopublicación. Sin ánimo de entrar ahora en este debate -sobre el que habría mucho que decir- quiero sólo señalar que los defensores de la autoedición parecen olvidar que esta última (aunque con otros nombres) hace siglos que existe. Innumerables escritores desconocidos, así como algunos muy conocidos, han recurrido a ella a lo largo de los siglos. A veces por necesidad, a veces por elección. Para subrayarlo, viene muy a cuento una exposición que tuvo lugar recientemente en la Whitechapel Gallery de Londres, en el marco de su programa "Writers in Residence" que cada año invita a algún escritor a poner en marcha una serie de actividades en torno a la escritura como arte y a la escritura como lente a través de la cual observar el arte. Con el título de Do or DIY, se trata una aproximación al oculto arte de la edición "hágalo-usted-mismo", según lo han practicado diversos autores notables de la cultura occidental. Empezando ni más ni menos que por Martín Lutero, pues, ¿qué mejor acto de autopublicación hay que el hecho de colgar tu obra (en su caso, las famosas 95 tesis) en la puerta de la iglesia del palacio de Wittenberg?
 
Empezó autoeditándose, pero pronto encontró editor...
Los poetas siempre han sido notorios autoeditores, ya se sabe que la poesía suele ser cosa de minorías... En el catálogo de la exposición se menciona el caso de Walt Whitman, que pagó de su bolsillo la impresión de los cerca de 800 ejemplares de que constó la primera edición de su Hojas de hierba (parece que también echó una mano en los trabajos de imprenta), entre otros.  Pero sin necesidad de ir tan lejos,  la edición del primer libro de poemas de Federico García Lorca, Impresiones y paisajes, fue costeada por su padre.
También recurrió a la autopublicación Marcel Proust, que era persona de posibles. Es conocida la anécdota del rechazo que sufrió el primer volumen de su ciclo novelístico En busca del tiempo perdido por parte de Gallimard, que acabó publicándose bajo el sello de Grasset, pero lo que muchos no saben es que el propio Proust corrió con los gastos de esa edición. Al fin y al cabo, ya había sufragado la publicación de una obra anterior, Les Plaisirs et les Jours. Un caso modélico de autopublicación lo constituye Virginia Woolf, que publicó sus primeros libros en la imprenta casera que su esposo Leonard y ella instalaron en 1917 en el comedor de su casa. Eso sí es autoedición. Y de excelente calidad además, sólo hay que ver algunas de las primorosas ediciones que produjeron durante ese primer estadio artesanal.
De modo que nada de lo que ahora preconizan los defensores de la autoedición es un fenómeno nuevo. Publicar o no publicar, esa es la cuestión. Desde siempre, el que quiere publicar ha encontrado maneras de hacerlo. La fama, el dinero, el aplauso... todo eso es otra historia.