John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

miércoles, 28 de diciembre de 2011

LIBROS USADOS: UN GRANITO DE NOSTALGIA


Puestos de libros viejos en el
Mercat de Sant Antoni, Barcelona
Mientras que los lectores ocasionales (englobo en esta categoría a la inmensa mayoría de personas que leen por pasar el rato y no por adicción) -así como, por la cuenta que les trae, los libreros- prefieren los libros nuevos, los bibliómanos solemos tener debilidad por los libros usados. No niego el atractivo de un libro reluciente, con el lomo terso y las páginas incólumes, pero los libros usados tienen un no sé qué que los hace irresistibles. Si los visionarios de la tecnología están en lo cierto y el libro electrónico arrasa con el papel, esta ¡ay! será una afición de la que deberemos prescindir en el futuro. Porque, aun cuando se llegue a permitir y generalizar el préstamo -e incluso la reventa- de libros electrónicos, un ebook usado es exactamente igual que uno nuevo. Es decir, carece del encanto del papel que amarillea, de la cubierta rozada, de las marcas dejadas por lectores anteriores, del nombre del antiguo propietario inscrito en las primeras páginas o de la dedicatoria banal, intrigante o indiscreta que da pie casi a novelas enteras (¿qué querría decir el que la escribió? ¿a quién iría dirigida? ¿por qué el propietario se deshizo del ejemplar dedicado?). Ya muchas librerías de viejo han ido languideciendo y desapareciendo y, a pesar de lo utilísimo y eficaz que es un servicio como el de Iberlibro -del que soy fiel usuaria-, nada sustituye al encanto de poder hojear, tocar y oler esas estanterías polvorientas, esos montones de libros dispares. La comodidad que supone la venta online, unida al imparable proceso de renovación urbanística de la ciudad hace temer por la continuidad del que hasta hace poco había sido el paraíso de los bibliómanos en Barcelona, el mercado de libros usados que se instala cada domingo en el Mercat de Sant Antoni. Desde el verano pasado, y debido a las obras de remodelación del edificio que alberga el mercado, los puestos de libros usados han pasado a una carpa en una calle adyacente. Se ha hablado de que más adelante recuperará su ubicación anterior. Confío en que sea así, pero tengo la impresión de que, sea como sea, perderá parte de su encanto. Que consistía en los libros -los pobres, cada vez más arrinconados en favor de videojuegos, películas y otros artilugios modernos- pero también en el entorno, en esos puestos hechos con cuatro tablones, exentos de toda sofisticación, esos pasillos estrechos por donde costaba abrirse paso entre la multitud. Si la crisis o el avance tecnológico no lo impiden, el mercadillo de los domingos regresará a su anterior ubicación, pero ya no será lo mismo. Vaya desde aquí mi granito de nostalgia por tantas mañanas pasadas husmeando en los puestecillos, por tantos pequeños tesoros encontrados, por tantos libros usados adquiridos en un ambiente único y ya, seguramente, irrepetible.



viernes, 23 de diciembre de 2011

CANCIÓN DE NAVIDAD


El baile de Mr. Fezziwig

A punto de entrar en el 2012, el Año Dickens por excelencia, qué menos que felicitar las fiestas a mis lectores con alguna de las ilustraciones que el propio Dickens encargó para su primera Canción de Navidad, que se publicó el 19 de diciembre de 1843, con un éxito tal que para el día de Navidad se habían agotado los 6.000 ejemplares de la primera edición. El autor de las ilustraciones fue John Leech, un personaje también muy dickensiano, a quien la bancarrota de su familia obligó a dejar los estudios de medicina, donde había destacado en dibujo anatómico. Quizá fue una pérdida para la medicina, pero el mundo del arte ganó un notable ilustrador. Leech fue el dibujante principal de la revista Punch desde 1841 a 1861, y durante este período publicó más de tres mil ilustraciones en ella. Aunque se hizo famoso como dibujante satírico, aportó también sus ilustraciones a numerosas novelas, cuentos y libros para niños.
Para Canción de Navidad Dickens le encargó cuatro  dibujos coloreados a mano y cuatro grabados en madera. Todos ellos se han hecho enormemente populares, y han llegado a representar en el imaginario colectivo el "espíritu de la Navidad", tal como lo veía Dickens. Al igual que sus personajes, pues, bailemos bajo el muérdago, festejemos y olvidemos a los fantasmas que nos rondan, pasados o futuros. ¡Feliz Navidad!

El fantasma de Marley

miércoles, 21 de diciembre de 2011

CÓMO LEER UN LIBRO

Pero bueno, vaya cosa más inútil, a ver si se han creído que no sé leer. Y si no sé, ¿cómo voy a leerme este tocho de más de 400 páginas? Tranquilícense, no se trata de aprender a deletrear. Ni a juntar palabras. Ni siquiera de entender frases completas. Lo que pretende este manual -y lo lleva consiguiendo desde 1940- es enseñar al lector a comprender lo que lee y a sacar provecho de ello. Destinado ante todo a estudiantes y a lectores de no-ficción, enseña cómo enfrentarse a cualquier texto, por denso que este sea. Pues, como dice su autor, Mortimer J. Adler, "leer un libro debería ser una conversación entre el autor y tú. Presumiblemente él sabe más del tema que tú; si no fuese así, no deberías perder el tiempo con ese libro. Pero comprender es una operación que funciona en dos direcciones: el lector debe cuestionarse a sí mismo y cuestionar al profesor, una vez ha entendido lo que este le está diciendo". Enseñar a leer, a leer bien, entendiendo y procesando lo que se lee, es una asignatura pendiente de todos los niveles de enseñanza. En primaria tiene un pase, bastante hay con introducir a los infantes en el mundo de las palabras escritas. Pero a medida que avanza el nivel y los textos a descifrar se hacen más complejos, más necesaria resulta una guía como esta. Así pasa lo que pasa, que no existen apenas analfabetos, pero que un porcentaje aterrador de gente es incapaz de enfrentarse a nada más complejo que los pies de foto del ¡Hola!.
Aparte de su indudable utilidad -necesidad, diríamos casi-, el libro en cuestión tiene también una historia curiosa. Veamos. Su autor original, Mortimer J. Adler (1902-2001) era todo un personaje. Hijo de judíos inmigrantes en los Estados Unidos, dejó la escuela a los 14 años para entrar a trabajar, pero siguió tomando clases nocturnas y llegó a graduarse en la Universidad de Columbia, para más tarde convertirse en profesor universitario de filosofía y derecho y llegar a ser director de planificación de la Encyclopaedia Britannica, entre otros muchos méritos. Aparte de numerosos libros de filosofía, su interés por la divulgación del saber le llevó a escribir la primera versión de este Cómo leer un libro en 1940, con gran éxito. En 1972 redactó una nueva versión revisada, conjuntamente con Charles Van Doren, que es la que actualmente existe en el mercado. Hijo de un reputado poeta y de una novelista,  este último estaba dotado de una gran inteligencia y de amplios intereses -además de graduado en música, tenía un doctorado en inglés y otro en astrofísica-, pero también, al parecer, de una gran ambición, que finalmente fue su ruina. Durante varios meses a lo largo de 1956 y 1957, Van Doren se convirtió en uno de los hombres más populares de Estados Unidos, gracias a su participación en el programa-concurso Twenty One, donde obtuvo los máximos premios previstos, hasta el punto de que la revista Time le dedicó una de sus cubiertas. Sin embargo, pronto se destaparon acusaciones de que el concurso estaba amañado, el asunto se convirtió en un escándalo y Van Doren fue llamado a declarar ante una subcomisión del congreso, donde reveló que había participado del fraude y se disculpó por ello. Quien quiera saber más sobre el tema puede acudir a la película Quiz Show, dirigida por Robert Redford, que se basó en él. En fin, Van Doren salió de allí cubierto de oprobio y renunció a su puesto de profesor en Columbia. Sin embargo, siguió trabajando en el mundo editorial y también como redactor en la Encyclopaedia Britannica. De ahí sin duda procede su vinculación con Adler, que le llevó a colaborar con este en la nueva redacción de su obra. Un legado, desde luego, mucho más digno que el del concurso. Si además tenemos en cuenta que la obra se ha seguido vendiendo durante más de treinta años, quizás incluso ha resultado mejor negocio.


viernes, 16 de diciembre de 2011

MUERTE DE GEORGE WHITMAN

Hace dos días, el 14 de diciembre de 2011, murió en París George Whitman a los 98 años, a consecuencia de un derrame cerebral sufrido hace un par de meses. Whitman era el bohemio, original y muy literario (en todos los sentidos) dueño de la librería Shakespeare & Co. de París, de la que ya hemos hablado en alguna otra entrada (y sobre la que podéis encontrar mucha más información en otros blogs).  Es una triste pérdida, no por esperada menos sentida. Su hija, confiamos, continuará su labor y París segurá contando con un oasis dedicado a la literatura anglosajona a las orillas del Sena.
Para recordar a tan singular personaje, os dejo el clip de un video producido por Sundance Channel en 2005, Portrait of a Bookshop as an Old Man,  donde podréis ver a Whitman en todo su esplendor.

jueves, 15 de diciembre de 2011

GRANDES HISTORIAS

En la vieja discusión entre si es mejor una novela o su adaptación cinematográfica, suele ganar la primera. No siempre, desde luego, y también depende de qué espera cada cual de la adaptación al cine, de hasta qué punto se comprende que el lenguaje literario y el cinematográfico son distintos. Resulta lógico que, puesto que nos llegan por vías diferentes, nuestra percepción de lo que nos cuentan también sea diversa. Sea como fuere -podríamos discutir largamente sobre esto- ahora mismo sólo recuerdo una  adaptación reciente que me pareciera igual o mejor que la novela en que se basaba: No es país para viejos, de los hermanos Coen. Quizás es que las obras de Cormac McCarthy se prestan especialmente bien para ser trasladas al lenguaje de la imagen, porque también La carretera y Todos los caballos bellos pasaron a la gran pantalla.  Ya en tiempos del cine mudo la literatura se convirtió en una fuente inagotable de temas y argumentos para el cine (hace poco mencionábamos el Hamlet protagonizado por Asta Nielsen en 1920, nada menos). En este primer decenio del siglo XXI, la literatura parece estar más viva que nunca en las pantallas, véase sin ir más lejos el reciente estreno de la Jane Eyre dirigida por Cary Fukunaga, que hace la adaptación número dieciséis de esta novela a la pantalla. Con este motivo, y cediendo a la inevitable atracción por las listas, Cinemanía ha elaborado una de las obras y autores que más adaptaciones cinematográficas han conocido. Si hemos de hacer caso a la base de datos de IMDb, el autor más adaptado sería -adivinen-: William Shakespeare, que figura como guionista en los créditos de nada menos que 862 películas (y sigue, porque de estas hay al menos diez que aún están en posproducción, a saber cuántas más serán de aquí a un par de años). También ocupa un lugar destacado el libro de los libros, la Biblia. Claro que en cierto modo juega con ventaja, porque consta de tantos libros y episodios (y su impronta en la civilización occidental es de tal magnitud, añadiría) que no sorprenderá que, sumando el Antiguo y el Nuevo Testamento, la cifra de películas basadas en ellos se eleve a 161.  Pocas, si las comparamos con la infinidad de secuelas y derivados que han generado las diversas aventuras de Sherlock Holmes, 226. Aunque en este caso más que adaptaciones de novelas concretas a menudo se trata simplemente de tomar  el personaje de Sherlock y hacerlo intervenir en alguna arriesgada aventura, como ocurría por ejemplo en El secreto de la pirámide. A pesar de no figurar en esta lista, Jane Austen tampoco les va a la zaga: su nombre figura en los créditos de 51 títulos, pero si contamos con que muchos de ellos son series de varios capítulos, en realidad las horas  de Jane Austen en pantalla pueden equipararse con cualquiera de los autores antes mencionados. La conclusión casi inevitable de todo esto es que una buena historia y unos buenos personajes son inmortales. Pasen los años que pasen, sea cual sea el medio a través del que se transmitan, son capaces de viajar a través de las generaciones, fascinando de nuevo a su público cada vez que reaparecen. Esa es su verdadera grandeza.
Charlton Heston como Moisés en Los diez mandamientos,
¡qué tiempos aquellos!

domingo, 11 de diciembre de 2011

SHAKESPEARE ES ALEMÁN

Escenario del teatro The Globe
Aunque pueda parecer lo contrario, el título de esta entrada no es un nuevo intento -uno más de los muchos que han habido- de atribuir las obras de Shakespeare a otro autor. Ni, desde luego, pretende demostrar que Shakespeare escribiera en alemán, vaya herejía. Sin embargo, lo cierto es que Alemania es probablemente el país donde más a menudo se representan las obras de Shakespeare y este autor es considerado como "uno de los nuestros". Así lo afirma Ken Larson, citando como ejemplo las frases finales de la conferencia que pronunció el respetado dramaturgo alemán Gerhart Hauptmann ante la Sociedad  Shakespeare alemana en Weimar: "No hay ningún pueblo, ni siquiera el inglés, que se haya ganado tanto como el pueblo alemán el derecho a Shakespeare. Los personajes de Shakespeare se han convertido en parte nuestro mundo, su alma se ha hecho una con la nuestra: y si bien nació y está enterrado en Inglaterra, es en Alemania donde en verdad vive." Hay que precisar que esto sucedía en abril de 1915, y formaba parte de la ola de sentimientos patrióticos y antibritánicos propiciados por la guerra. Para los alemanes, era impensable meter al gran Shakespeare en el mismo saco que a sus enemigos.  Pero incluso dejando de lado las dos guerras mundiales -durante las que la reivindicación de la germanidad de Shakespeare alcanzó extremos- está fuera de toda duda que la adopción de Shakespeare por la cultura alemana supera a la de otros países.
Tal como demuestran los anuarios de la Deutsche Shakespeare-Gesellschaft (una de las más antiguas que existen), la cantidad de obras de este dramaturgo que se representan anualmente en los escenarios alemanes sólo es superada por las obras de Schiller, y con frecuencia son más que las que se llevan a cabo en el propio Reino Unido. Asimismo, desde finales del siglo XVIII pueden contarse más de veinte traducciones al alemán del corpus shakespeariano en su totalidad. Si vamos a obras sueltas, Ken Larson ha rastreado hasta treinta y siete traducciones del Rey Lear en poco más de doscientos años. Ninguna otra lengua puede alardear de lo mismo. En reconocimiento a esta "relación especial" de Alemania con el dramaturgo inglés, el Globe Theatre celebró el otoño pasado unas jornadas que llevaban  el mismo título que esta entrada: "Shakespeare is German", organizadas por Patrick Spottiswoode. Uno de los escritores que más hizo por la afición shakespeariana de sus compatriotas fue Goethe, quien en un apasionado discurso pronunciado cuando sólo contaba 22 años, en 1771, describió su encuentro con la obra de Shakespeare como su verdadero despertar a la literatura; durante estas jornadas se presentó un volumen (en inglés) con todos los ensayos de Goethe sobre Shakespeare. El programa incluyó también varias conferencias y el pase de un Hamlet mudo de 1920, con la gran actriz Asta Nielsen como protagonista.

Asta Nielsen en el papel de Hamlet.
Pero también es un tanto especial la relación del propio Globe Theatre con Alemania. Antes de que este teatro fuese reconstruido en Londres en 1997 -siguiendo el modelo del desaparecido teatro de Shakespeare- los alemanes ya habían hecho lo mismo, en la ciudad renana de Neuss, donde desde 1991 el Globe Theater alemán acoge un festival dedicado a este dramaturgo. Y no es el único en ese país: tanto la ciudad de Schwäbisch Hall como el Europa-Park, en la localidad de Rust, cuentan con reproducciones del Globe. Ante tanto fervor shakespeariano, se les puede perdonar que consideren a Shakespeare alemán.

jueves, 8 de diciembre de 2011

DICKENS Y LO SOBRENATURAL

Probablemente dentro de cien años los estudiosos de la literatura se sorprenderán de la repentina  afición por los libros de vampiros y de zombis que, al menos durante algunos años -imagino que la moda remitirá, pero a día de hoy veo indicios de ello-, llenaron nuestras estanterías y nuestras pantallas de sangre y casquería. A buen seguro les parecerá casi tan rara como la afición por los espíritus y el más allá que se hizo tan popular durante el XIX, y que movilizó  a favor y en contra a la mayoría de personalidades literarias del momento. Conan Doyle fue uno de ellos, y muy activo por cierto. Pero también Dickens -siempre tan interesado por todas las novedades- se vio envuelto en la "ola de mesmerismo" que hacía furor en la sociedad británica del momento y se interesó tanto por el magnetismo animal como por la psicología, una ciencia entonces en su infancia. Estrictamente, Dickens no creía en lo sobrenatural y prefería atribuir las apariciones y otros fenómenos paranormales a causas físicas o psicológicas. En 1858 escribió un artículo satírico en su revista Household Words, titulado "Well Authenticated Rappings" en el que la voz que el narrador oye en su cabeza se debe a un espíritu, pero alcohólico en su caso: una vulgar resaca. Sin embargo, también supo reconocer que la ciencia no estaba en condiciones de dar una explicación a todos los fenómenos de este tipo. Y, con su infalible olfato para lo que interesaba y conmovía a los lectores, supo estimular en sus novelas y cuentos la afición por lo sobrenatural. Lugar destacado ocupan en este capítulo sus Cuentos de Navidad, en los que nunca faltan los fantasmas, que gozaron de una inmensa popularidad en su época y de los que se han hecho incontables ediciones, versiones y adaptaciones al teatro y a la pantalla. De hecho, el gran mérito de Dickens es haber trasladado la historia de fantasmas clásica desde los tétricos castillos de la novela gótica a la sala de estar del hogar victoriano.
En vísperas del Año Dickens (2012), la British Library ha inaugurado hace unos días una exposición que gira en torno a Charles Dickens y lo sobrenatural, donde, además de artículos, cartas y obras de este autor que tienen que ver con el tema se pueden ver ejemplares de The Terrific Register: or, records of crimes, judgements, providences and calamities, una revistilla sensacionalista que Dickens leía con delectación en su juventud y que se ocupaba de temas como asesinatos, fantasmas  o canibalismo. Sin duda, un estupendo acicate para la imaginación del futuro escritor.


 

domingo, 4 de diciembre de 2011

UNA VIDA CON MONTAIGNE


Por el título, se diría un libro de autoyuda: Cómo vivir. O una vida con Montaigne en una pregunta y veinte intentos de respuesta. Aunque estrictamente se trate de una biografía, esta inteligente mirada a Montaigne, a su vida y su obra, escrita por Sarah Bakewell, es mucho más. Ante todo, una lectura apasionante y una deliciosa introducción a la figura de Montaigne y a su obra. Pero no sólo eso. Es también una historia de los lectores de Montaigne, de la huella que ha dejado en diferentes personas, de cómo cada época se ha apropiado de su obra y la ha hecho suya, de por qué esos Ensayos (no olvidemos el significado de la palabra ensayo: "intento", "tentativa". Montaigne no pretende sentar cátedra ni convencer de nada, más bien al contrario) hablan a cada lector como si hubiesen sido escritos sólo para él. De por qué las reflexiones de un noble francés del siglo XVI que habla ante todo de sí mismo pueden tener valor universal. Como dice la autora, los Ensayos "crean un autorretrato sincero que es también un espejo, pues Montaigne creía que 'cada hombre lleva en sí la forma de la entera condición humana' y pensaba que abriendo su propia mente podía revelar a los demás la suya". Una biografía insólita que no sólo informa y entretiene, sino que hace pensar, que nos invita a cuestionar -como hace el propio Montaigne- nuestra postura ante la vida y sus contrariedades. Luego, sólo queda sumergirse gozosamente en los propios Ensayos y averiguar si, como dijo de ellos Ralph Waldo Emerson: "Me parecía como si hubiese escrito yo mismo el libro, en una vida anterior".
A pesar de que no es un libro de autoayuda, al terminar de leerlo habremos aprendido algo acerca de cómo vivir. No es poco.