John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 30 de mayo de 2011

LA ÚLTIMA FRONTERA

Durante el siglo XIX, cuando aún la civilización occidental no había pisado vastas áreas del globo terráqueo, la fascinación por los descubrimientos de los intrépidos exploradores que se aventuraban en ellas inspiró infinidad de obras literarias, con el gran Julio Verne a la cabeza, quien, en un alarde de imaginación, no sólo se atrevió a conjeturar cómo sería adentrarse en el fondo de los mares o en las entrañas de la Tierra, sino que incluso imaginó que el ser humano podía viajar a la Luna. Algo que, casi un siglo después, se haría efectivamente realidad. A su vez, los avances en la exploración del espacio durante el siglo XX inspiraron un rico filón del género que fue bautizado entonces como ciencia-ficción. Aunque luego hayamos podido constatar que los extraterrestres -si es que existen- no serán hombrecillos verdes, ni plantas monstruosas y malignas como las que describía John Wyndham en El día de los trífidos (sólo recordarlo me pone la piel de gallina), sino probablemente algún tipo de bacterias. Conquistada la Tierra y -con poca convicción- el espacio, queda ahora una última frontera, quizá aún más apasionante, porque todos la llevamos dentro: el cerebro humano. Los avances de la neurociencia en las últimas dos o tres décadas han sido de tal magnitud que han trastocado por completo la idea que se tenía de qué es lo que nos hace funcionar y, por qué no, de qué es lo que nos hace humanos. Los que no somos expertos en la materia, sino simples curiosos fascinados por esa nueva frontera, hemos tenido la fortuna de contar con la ayuda de algunos neurólogos notables, que son al mismo tiempo excelentes divulgadores y, en algún caso, incluso grandes escritores.  Citaré aquí sólo a los tres que son mis preferidos, cuyas obras recomiendo a cualquiera que quiera adentrarse en este fascinante terreno. Ante todo está el que podríamos llamar pionero de la divulgación neurocientífica, Oliver Sacks, quien marcó un hito en 1974 con su obra Despertares, en la que relata sus experiencias con pacientes afectados por encefalitis letárgica. En otros libros describe casos de trastornos -como el síndrome de Tourette, el de Asperger o la agnosia visual- o alteraciones que le permiten no sólo revelar cómo funciona nuestro cerebro, sino realizar lúcidos análisis sobre la condición humana. Los libros de Sacks son tan literarios, rezuman tanto interés humano que -creo yo- son las únicas obras de su género que han servido de base para una película (Despertares, con Robert de Niro y Robin Williams como protagonistas) y una ópera (El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, de Michel Nyman). La obras de Antonio Damasio -que en la actualidad dirige un centro de nombre tan atractivo como el Instituto para el estudio neurológico de la emoción y de la creatividad- se centran en las emociones, los sentimientos y los mecanismos que los originan. Para el que quiera saber algo más sobre este fascinante campo, dejo aquí una entrevista a este profesor realizada por Eduard Punset. Y, por último, V.S. Ramachandran, cuyo trabajo más conocido -plasmado en el libro Fantasmas en el cerebro- versa sobre los "miembros fantasma", el curioso fenómeno que hace que, al perder un brazo o una pierna, se siga teniendo sensación de dolor o picor en él a pesar de que ya no está. Ramachandran ha estudiado asimismo otras alteraciones igual de intrigantes, como la sinestesia -frecuente en muchos artistas- y de ahí ha pasado a interesarse por la relación del arte con los mecanismos cerebrales. Junto con otros investigadores, ha logrado demostrar la plasticidad del cerebro, es decir, que las células cerebrales son capaces de reorganizarse y reestructurarse a lo largo de toda la vida. Es, desde luego, una nueva frontera. Quizá no la última, sin embargo, porque ¿quién sabe qué vendrá después?
V. S. Ramachandran (foto George Brett)

miércoles, 25 de mayo de 2011

LA CIENCIA-FICCIÓN SE PONE DE LARGO

Se acaba de inaugurar en la British Library una exposición que estoy segura llamará mucho la atención. Se titula "Out of this World. Science-Fiction But Not As You Know It" y pretende explorar todos los aspectos del género que hoy llamamos ciencia-ficción a través de la historia. Según sus organizadores, su intención es "desafiar la percepción que los visitantes tienen del género presentándoles algunas joyas de la colección de la Biblioteca, desde los primeros manuscritos de ciencia-ficción hasta los bestsellers más recientes". Hasta no hace mucho, la ciencia-ficción era un género marginal y desde luego considerado poco "serio", aunque la creación de mundos alternativos tiene una larga tradición literaria, así como la idea de que existen seres y civilizaciones distintas a la nuestra. Y muchos ilustres nombres la han cultivado. Para darse cuenta de la amplitud de miras de la selección que han hecho los de de la British Library -que incluye además de manuscritos y libros, fotografías, películas y videos-, ahí van algunas muestras de lo que en ella se puede ver:
-Una edición de 1678 de la Historia verdadera de Luciano de Samosata, una obra que data del siglo II d. C., que narra las peripecias de un grupo de viajeros que visitan países fantásticos y acaban siendo transportados a la Luna. Probablemente sea esta la primera obra conocida que se puede denominar de ciencia-ficción.
-El manuscrito de la obra de Edward Bulwer-Lytton The Coming Race (1871), de la cual deriva el nombre del popularísimo caldo concentrado Bovril. En esta novela, el narrador llega por accidente a un mundo subterráneo habitado por seres avanzados, que usan como fuente de energía una sustancia llamada Vril  que les hace poderosos y potencialmente un peligro para la Tierra.  
-Una edición de 1983 del Codex Seraphinius, de Luigi Serafini, un artista y diseñador italiano que produjo una enciclopedia de un mundo imaginario, en un lenguaje también inventado, una lengua que no ha podido ser descifrada. 
-Y, last but not least, los manuscritos originales de los escritos de juventud de la familia Brontë. Dotados de una prodigiosa imaginación, los jóvenes Brontë escribieron -en letra minúscula y formando libritos pequeñísmos, del tamaño de cajas de cerillas y cosidos a mano-, una serie de relatos en los que creaban mundos imaginarios: Branwell y Charlotte inventaron el reino de Angria, mientras que Emily y Anne crearon el país de Gondal. Los cuentos incluían pequeños mapas. En palabras de Andy Sawyer, director de Estudios de Ciencia-Ficción en la Universidad de Liverpool (sí, eso existe) dice al respecto: "Las Brontë son muy conocidas, y habitualmente no se las asocia con la ciencia-ficción, pero esos diminutos libros manuscritos, que se conservan en la British Library, son uno de los primeros ejemplos de "fan fiction"; utilizan sus entornos y personajes favoritos de la misma manera que hoy en día los fans de la ciencia-ficción y la fantasy se internan en los "universos" imaginarios de Star Trek o Harry Potter."
Quién lo hubiera dicho: las Brontë convertidas en autoras de ciencia-ficción...
 
[Pido perdón a mis comentaristas: Blogger está temperamental y desde hace un par de días no me permite comentar en mi propio blog, ni tampoco en algunos otros (aunque hay blogs en que sí me deja, vaya usted a saber por qué). Les aseguro que he intentado responder a todos los amables comentarios, pero por ahora no me ha sido posible. Confío en que Blogger se ponga de mejor humor pronto y me deje.]

lunes, 23 de mayo de 2011

LOS ESTRAGOS DEL ÉXITO


Como vimos en mi entrada anterior, algunos escritores son unos auténticos hachas cuando se trata de promocionar su obra; otros no son tan entusiastas pero, bien que mal, se acaban resignando a las sesiones de firmas, entrevistas y presentaciones. Todo ayuda a vender libros y eso es, al fin y al cabo, de lo que viven los escritores, así como las editoriales y las librerías. Sólo una pequeña minoría le vuelve por completo la espalda a la maquinaria comercial y se niega a participar en ella. Desde luego, para que esta decisión tenga algún efecto, debe ir unida al talento literario. Porque nadie va a inmutarse si un autor deconocido o mediocre decide no hacer apariciones públicas. Dentro de este reducido grupo de "escritores huraños", seguramente el más famoso sea J. D. Salinger, que vivió durante más de cuarenta años como un recluso, negándose a ser fotografiado o a dar entrevistas, lo mismo que Thomas Pynchon, cuya cara no conoce nadie. Aunque ante los resultados obtenidos, cabe preguntarse si una actitud tan contraria a la promoción no resulta, finalmente, una de las mejores formas de publicidad.  No tan conocido, al menos en Europa, es el caso de Harper Lee, la escritora de Alabama. Su única novela, Matar un ruiseñor, que pocos lectores españoles habrán leído, pero que es lecturas recomendada en todas las escuelas americanas, fue un éxito monumental en 1960, año en que se publicó y en que obtuvo el Premio Pulitzer. Rápidamente, fue llevada al cine en una notable película protagonizada por Gregory Peck que obtendría 3 oscars. A partir de 1964, Lee decidió que no daría más entrevistas ni aparecería en público. Todos supusieron que deseaba concentrarse en seguir escribiendo, algo que la vorágine de popularidad en que la había precipitado el éxito de su novela no le permitía. Sin embargo, desde entonces Harper Lee no ha vuelto a publicar nada. Ni una línea. Tampoco en esta ocasión puede decirse que la negativa de la autora a promocionarse le haya supuesto una merma de popularidad. Quizá porque Matar un ruiseñor es de esas contadas obras que marcan una época y que causó tan fuerte impacto social, que muchos años después, mucha gente recuerda aún en qué momento y lugar la leyó por vez primera. Algo similar a lo que ocurre con el día en que mataron a Kennedy o la noche del 23F en España. Se trata de una novela extraordinariamente bien escrita que además plantea una serie de cuestiones (el respeto al otro, la idea de justicia, la fidelidad a los propios valores...) de alcance universal. Aún así, es posible que, de haberse publicado veinte años después, su influencia hubiese sido mucho menor: pero en 1960 la segregación racial estaba aún vigente en Estados Unidos y situaciones como las que Lee describe en la novela -centrada en el juicio a un hombre negro acusado, falsamente, de violar a una mujer blanca- aún levantaban muchas ampollas. El largo silencio de Harper Lee ha dado pie a muchas especulaciones, desde que se entregó a la bebida a que su novela la escribió en gran parte Truman Capote quien, por una de esas casualidades inverosímiles, era amigo de Harper Lee desde la infancia. Aunque ella no volvió a publicar, sí se sabe en cambio que ayudó a Capote en la redacción de su obra A sangre fría. Si ya es casual que en un pueblo de apenas siete mil habitantes surgieran al mismo tiempo dos grandes escritores, llama la atención que Capote, después del éxito alcanzado con A sangre fría, no fuese capaz de producir ninguna otra gran novela. No cabe duda de que ambos el éxito les cambió la vida. Harper Lee, a sus noventaytantos años, sigue viviendo en su pueblecito de Alabama, totalmente desconectada del mundillo literario. Truman Capote, con la salud destruida por la depresión, los psicofármacos y el alcohol, se suicidó en 1984.
 
Harper Lee acompañada de Gregory Peck
en el estreno de la película basada en su novela


viernes, 20 de mayo de 2011

LOS ESCRITORES Y LA PROMOCIÓN

No es pereza, prometo que ya tenía una entrada bastante avanzada para hoy, pero es que me ha salido al paso un artículo publicado en el New York Times sobre los escritores y la promoción tan estupendo que no he podido resistir la tentación de reproducirlo, al menos en parte. Su autor, Tony Perrottet, que es él mismo un escritor a punto de ser publicado, se hace las siguientes reflexiones:
"Como todo autor sabe, hoy en día escribir un libro es la parte más fácil del asunto. El momento de arremangarse y ponerse manos a la obra viene cuando se acerca la fecha de publicación y de una virulenta autopromoción (...) En esta era en que, excepto manejar la máquina de imprimir, se espera de la mayoría de autores que hagamos todo lo demás por nosotros mismos, la autopromoción es algo tan asumido que casi ni pensamos en ello. Y sin embargo, siempre que estoy a punto de publicar un nuevo libro, tengo que sacudirme esa desagradable sensación de que hay algo indecoroso en este clamor mío pidiendo atención. Me parece que andar de puerta en puerta promocionando mi obra cual vendedor de Viagra chirría con la alta vocación de escritor."
Pero un vistazo a la historia de la literatura le tranquiliza: muchos antes que él, y grandes nombres entre ellos pasaron ya  por ese trance. "Allá por el año 440 a.C., un autor novel griego llamado Heródoto se pagó de su bolsillo una gira promocional por el Egeo. Su momento de gloria llegó durante los Juegos Olímpicos, cuando se puso en pie en el templo de Zeus y recitó su "Historia" ante un público rico e influyente. En el siglo XII, un clérigo llamado Gerald of Wales organizó su propia presentación literaria en Oxford, en la esperanza de atraer a un público universitario. Según The Oxford Book of Oxford, editado por Jan Morris, invitó a sus habitaciones a una serie de eruditos y durante tres días les suministró buena comida y cerveza, que iba alternando con largas recitaciones de su esmerada prosa. Pero eso no fue nada comparado con los invitados a la "Cena Funeral" que el bon vivant francés Grimod de la Reynière organizó en el siglo XVIII para promocionar su obra Reflexiones sobre el Placer. La curiosidad de los huéspedes se convirtió en horror cuando se vieron encerrados en una sala iluminada por velas con un catafalco como mesa y unos camareros vestidos de negro procedieron a servirles un interminable banquete mientras Grimod les insultaba y el público les contemplaba desde un balcón. Cuando por fin los comensales fueron liberados a las 7 de la mañana, hicieron correr la voz de que Grimod estaba loco, y su libro conoció rápidamente tres reimpresiones."
Aunque fue durante el siglo XIX cuando los autores perdieron toda vergüenza y se lanzaron decididamente a la promoción: "En Las ilusiones perdidas, Balzac observa que en París era una práctica habitual sobornar a editores y críticos con dinero y opíparas comidas para conseguir una buena crítica, mientras que la ciudad se llenaba de carteles anunciando las nuevas publicaciones. En 1887, Guy de Maupassant contrató un globo aerostático para que volase sobre el Sena con el nombre de su relato "Le Horla" pintado. En 1884, Maurice Barrès contrató a hombres-anuncio para que promocionasen su revista literaria." Quizá la campaña promocional más meritoria de las que menciona Perrottet la protagonizara el gran Georges Simenon, quien -desmesurado en todo- aceptó a cambio de 100.000 francos escribir una novela entera en el término de 72 horas suspendido en una jaula de cristal frente al Moulin Rouge. El público era invitado a escoger los personajes, tema y título de la obra. La propuesta fue un éxito como golpe publicitario, pero no llegó a llevarse a cabo, porque el periódico que la apadrinaba quebró. Simenon se quedó con el dinero del anticipo y, por si fuera poco, durante mucho tiempo los periodistas creyeron que esa hazaña realmente había tenido lugar. Lo dicho, un genio de la promoción. A partir de ahora, prometo no volver a quejarme de las a menudo torpes campañas que acompañan el lanzamiento de algunos libros y premios. Aunque no sé si las firmas en Sant Jordi son una experiencia menos traumática que escribir colgado en una jaula de cristal.

Georges Simenon

martes, 17 de mayo de 2011

...Y COMIERON PERDICES

Por más que una boda constituya el final feliz de muchos cuentos y de infinidad de novelas románticas, sólo los que no han probado el matrimonio pueden creer que la marcha nupcial abre las puertas a la felicidad eterna. Es sólo el principio de un largo viaje, lleno de curvas, cuyo destino no es posible fijar de antemano. Además de ser raros, los matrimonios felices literariamente no dan mucho juego -como siempre hay excepciones, ahí está la hermosa novela de Rafael Yglesias, Un matrimonio feliz para desmentirlo- mientras que los matrimonios desgraciados han dado auténticas obras maestras.
¿A quién le divierte leer la historia de una pareja de tortolitos cuando puede pasárselo en grande con las trifulcas de un matrimonio mal avenido? A raíz de la reciente boda de la década (Guillermo y Catalina, ustedes ya me entienden), y sin duda para contrarrestar tanta imagen almibarada, algunos medios se han dedicado a rememorar grandes novelas construidas en torno a matrimonios desgraciados. The Guardian, por ejemplo, cita como la primera de ellas  Madame Bovary, la historia de una mujer que no se conformó con un marido (extremadamente) aburrido y a cambio consiguió arruinar su vida. Para deleite de sus lectores. La lista que ellos establecen está compuesta fundamentalmente por novelistas ingleses, con el casi obligado añadido eslavo de Ana Karénina. Sin embargo, se me ocurre que en la literatura española hay también bastantes casos de novelas de matrimonios desgraciados que son grandes lecturas. Por empezar con la que me pilla más cerca geográficamente, La Plaza del Diamante, de Mercè Rodoreda; el destino de la Colometa, que llevada por la necesidad acaba atrapada en un matrimonio sin amor, siempre me ha parecido desgarrador. Pero también La Regenta es un ejemplo de matrimonio infeliz, como lo es Fortunata y Jacinta. Historias tristes, desde luego, pero hipnóticas como cualquier catástrofe natural, sólo que en este caso es causada por la torpeza de los humanos para manejar la vida en común. Repasando estas lecturas, salta a la vista que por regla general las más perjudicadas, las que salen perdiendo cuando el amor se escapa o directamente no existe, son las muejeres. Yo diría que sólo a partir de mediados del siglo XX empiezan a aparecer obras en las que este desequilibrio se ve compensado. Como en la tremenda Personajes desesperados de Paula Fox o en la igualmente trágica Revolutionary Road de Richard Yates. No, las bodas de cuento no siempre acaban bien.
Leonardo di Caprio y Kate Winslet estaban magníficos en la
adaptación cinematográfica de Revolutionary Road,
dirigida por Sam Mendes

sábado, 14 de mayo de 2011

EN FAVOR DE LAS BIBLIOTECAS


Biblioteca Jaume Fuster (foto Jordi Casañas)
Me tienen aterrorizada las próximas elecciones municipales. No por lo que ustedes pueden pensar, es decir, lo irritante de la campaña electoral, el machaconeo de eslóganes, el convencimiento de que nadie cumplirá nada de lo que ahora promete (y no es que lo que prometen sea demasiado estimulante, ni para eso les llega la imaginación), o el temor de que ganen unos u otros. No, lo que me hace temblar es el convencimiento de que, sea quien sea el vencedor, una de las primeras cosas que va a hacer es aplicar la tijera. Y vaticino que una de las primeras partidas en ser recortada será la correspondiente a la hasta ahora excelente red de bibliotecas municipales. ¿Por qué? Porque la cultura es siempre una de las primeras partidas en sufrir recortes -al contribuyente le duele menos eso que los recortes en sanidad o educación- y a diferencia de lo que ocurre en otros países, no veo yo (ojalá me equivoque) al ciudadano de este país dispuesto a montar campañas en contra del cierre de bibliotecas o a enviar cartas a los responsables -como han hecho recientemente en Nueva York- para quejarse del recorte de presupuestos para este concepto. Aunque tengo la seguridad de que ningún político me leerá ni, mucho menos, me hará el menor caso, quiero adelantarme a esta inminente catástrofe e intentar explicarles por qué las bibliotecas dan votos. Tomo como ejemplo el caso de las bibliotecas de Barcelona, que son las que conozco y de las que soy agradecida usuaria, pero creo que algo similar ocurre en muchas otras poblaciones, al menos en Cataluña. Los datos que deberían hacer reflexionar a nuestros futuros gobernantes son los siguientes:
Barcelona cuenta actualmente con 36 bibliotecas municipales, gran parte de ellas construidas durante los últimos 10 años, que ofrecen todo tipo de servicios, desde préstamo de libros, revistas y CDs, uso de ordenadores, clubes de lectura y charlas culturales hasta un magnífico servicio que permite leer la prensa del día de lugares tan distantes como El Cairo o Buenos Aires el mismo día en que esta se publica (la lista disponible es impresionante). Y me dejo en el tintero otros muchos servicios utilísimos, como el que permite que a las personas enfermas o inmovilizadas en casa se les lleven a domicilio los documentos que soliciten. Por citar solo unos pocos números, el 45% de los ciudadanos barceloneses poseen un carnet de bibliotecas y desde luego los usan, pues los documentos prestados en 2010 fueron casi 4,5 millones y las bibliotecas recibieron 6 millones de visitas. Recuerden que estamos hablando de una ciudad con 1,6 millones de habitantes. O sea, salimos a cerca de 3 documentos prestados por habitante (ya sé que esto es la falacia de las estadísticas, y que mientras miles de personas no han pisado jamás una biblioteca, otros no paramos de hacer uso de ellas). En cualquier caso, y siguiendo con las estadísticas, las bibliotecas barcelonesas han sido este año por quinta vez consecutiva el servicio municipal mejor valorado por los ciudadanos. Espero que, cuando llegue el momento fatídico, estas cifras hagan reflexionar a los señores de la tijera. No llego tan lejos como esperar que se cumpla el ambicioso plan que establece que en los próximos años la red ha de ampliarse hasta las 50 bibliotecas, incluyendo la ya muy retrasada Biblioteca provincial (que debía construirse en el Mercado del Borne y se vio truncada por el descubrimiento de unos restos arqueológicos que se debían preservar a toda costa y que varios años después aún no se pueden visitar). Me limito a rogarles a nuestros futuros regidores municipales que no escatimen en estos excelentes equipamientos y en su mantenimento. Porque, aunque no lo crean, las bibliotecas dan votos.

Aspecto del Born con los restos arqueológicos. Después de mucho discutir, se decidió construir aquí un centro cultural levantado sobre una plataforma que preservase los restos y permitiese verlos. En total, de los 8.000 m2 del mercado, el centro cultural ocuparía 4.500. A día de hoy, no existe fecha para el inicio de las obras, ni para su finalización.

miércoles, 11 de mayo de 2011

¿ARDEN LOS LIBROS?



En un día como ayer, pero del año 1933, miles de libros ardieron en Alemania. Desde la publicación de la famosa novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, todos sabemos que esa es la temperatura a la que arde el papel. No lo he comprobado y no lo pongo en duda, pero como dato curioso apuntaré que es mucho más fácil que los libros resulten destruidos por el agua que por el fuego. O eso al menos me aseguró hace tiempo alguien que tenía un almacén con miles de libros. Ante la pregunta de si no le daba miedo que tal cantidad de papel se inflamara, afirmaba que le preocupaba poco la posibilidad de incendio, porque mientras que no cuesta nada quemar un par de papeles sueltos, conseguir que arda el taco de papel que es un libro, con sus cubiertas y todo, resulta mucho más difícil. Y aún más si se trata de miles de libros apilados en bloques casi como columnas. En cambio, le aterraba la idea de una gotera, o un pequeña inundación. No sólo por los libros que ese agua podía estropear directamente, sino porque la humedad reinante haría que muchos cientos más a su alrededor se hinchasen y doblasen y el papel se llenase de manchas, dejándolos efectivamente inservibles.
Teniendo esto en cuenta, imagino que los nazis debieron tener bastante trabajo atizando sus hogueras, porque ese infausto 10 de mayo se organizaron más de 30 en todo el territorio alemán. La invitación a la quema de libros que reproduzco aquí, un acto organizado por la Universidad de Múnich y la Asociación de Estudiantes prometía un espectáculo completo:


Discursos, fuego, música y canciones patrióticas. Qué siniestro suena todo esto...
Por si alguien siente curiosidad, aquí se puede encontrar la relación de los 58 autores cuyas obras sufrieron ese castigo. Y sólo era el principio.
Un mal día, que conviene no olvidar.

lunes, 9 de mayo de 2011

CARTOGRAFÍA SENTIMENTAL


(Mapa de Pauline Baynes)

Me gustan los mapas. Desde los mapas antiguos, con sus "terra incognita" y esos monstruos que acechan más allá de las aguas conocidas, hasta la moderna cartografía que, vía Googlemaps, nos indica en cuestión de segundos y con todo detalles dónde está ese lugar que buscamos. Más allá de su utilidad práctica, los mapas poseen una gran fuerza simbólica, sirven como plataforma para la imaginación y el sueño. Hojear un atlas, y no digamos ya uno antiguo, puede ser el inicio de muchos viajes imaginarios. Los mapas muestran también de manera evidente algunas realidades, con mayor claridad e inmediatez que muchas páginas de texto. Por ejemplo, un simple mapa de carreteras de Europa nos indica casi con un golpe de vista cuáles son los territorios más desarrollados y cuáles lo menos poblados. Además, casi todo se presta a ser cartografiado, no sólo los elementos geográficos reales, sino también los imaginarios. Quizá uno de los mapas imaginarios más populares sea el de la Tierra Media inventada por Tolkien. Prueba de que un mundo inventado puede resultar más verdadero que muchas regiones reales es que seguramente nos sería más fácil situar en el mapa las montañas de Mordor que la capital de Gabón. No sólo podemos cartografiar países imaginarios, sino que con el lenguaje de la cartografía se pueden representar también ideas abstractas, como las facetas de los sentimientos. Es esta una variante que se puso de moda a finales del siglo XVI, con el apropiado nombre de "cartografía sentimental".  Una de las primeras cartografías de este tipo fue la "Carte de Tendre", dibujada por François Chauveau en 1654 para ilustrar la novela de Mlle. de Scudéry Clélia, historia romana. En esta representación "topográfica y alegórica" se trazan las diferentes etapas de la vida amorosa. El río Inclinación, que fluye tranquilamente por su centro, simboliza los sentimientos domesticados, mientras que el mar es peligroso, ya que representa las pasiones. Pero casi es mejor eso que caer en el lago de la Indiferencia.



Siguiendo su estela, pero más detallado aún, y particularmente bonito, está el mapa del "Reino del amor" dibujado por Johann Gottlob Immanuel Breitkopf en 1777, una pieza de cartografía tan obsesiva como el propio sentimiento amoroso.


En él, la Región del Amor Dichoso ocupa un lugar central, con su Bosque de la Lujuria, sus Buenos Tiempos, su Fuente de la Alegría y su Puerto del Matrimonio, mientras que en la Región de las Obsesiones encontramos lugares como la Ciudad del Deseo, la Ciudad de los Sueños, un lugar llamado Deslealtad y el Dulce Río de las Lágrimas. Hermosamente poético, dan ganas de internarse en este territorio imaginario. Prueba también de lo eficaz que es la cartografía para representar ideas. Porque cada cartografía sentimental es el fiel retrato de cómo su autor concibe la vida de los afectos. Muy revelador.
Desde entonces, han habido artistas que han empleado la cartografía para muy diversos tipos de proyectos, con resultados a menudo sorprendentes y muy sugestivos. Veamos por ejemplo el caso de Ward Shelley, autor de esta peculiar representación gráfica de la Historia de la Ciencia Ficción (para el que quiera estudiarla con más detalles, aquí está el enlace):





Su sugestivo aspecto de monstruo tentacular deriva de los marcianos que describe H.G. Wells en La guerra de los mundos. Una perfecta combinación entre forma y contenido. Shelley es autor de muchos otros mapas conceptuales, a cual más intrincado y complejo. La cartografía llevada a sus extremos.

jueves, 5 de mayo de 2011

TÍTULOS QUE LO EXPLICAN TODO

No siempre es fácil recordar el título de un libro. Personalmente, debo confesar que tengo tendencia a olvidarlos y que, tiempo después de haberlo leído, es mucho más fácil que recuerde el argumento de un libro que su título. De esto saben mucho los libreros, que tan a menudo deben lidiar con clientes que apenas  recuerdan nada sobre el libro que buscan. Y es que a veces, realmente, el título que el autor le pone a su obra no da ni una sola pista acerca de lo que luego nos cuenta. El cómico y escritor Dan Wilbur cree haber dado con la fórmula para hacer que, por fin, los títulos correspondan verdaderamente al contenido del libro. Tal como dice en la presentación de su divertido blog, su idea es conseguir que el título condense en una breve frase de qué va el libro, ahorrándonos así el tener que leer textos de solapa y críticas literarias. Fácil adivinar que es misión imposible, pero los resultados pueden ser realmente graciosos. Y la propuesta empuja a plantearse cómo titularíamos, siguiendo estas directrices, algunas de las obras clásicas de la literatura. Para ahorrarnos trabajo, Wilbur y sus colaboradores presentan cada semana un ejemplo, con cubierta incluida. Ahí van algunos que me han hecho reír:

"Grandes esperanzas" o "El dinero lo gobierna todo
a mi alrededor"


"James y el melocotón gigante" o "No pasa nada si una fruta
gigante mata a tus tías, siempre y cuando fueran unas brujas"

"Edipo Rey" o "Cómo conocí a tu madre"

"Las aventuras de Huckleberry Finn" o
"Uno de mis mejores amigos es negro"
 ¿Alguna sugerencia más?

lunes, 2 de mayo de 2011

OTROS USOS DE LOS LIBROS

Habrá sido la Semana Santa, la primavera o un simple despiste, pero sólo ahora me he dado cuenta de que hace unos días -el pasado 20 de abril- este blog cumplió un año. Ha sido una experiencia de lo más estimulante y quiero agradecer sinceramente a todos mis visitantes, lectores, y seguidores su atención y su compañía. Vuestra presencia y vuestros amables comentarios me animan a encontrar cada día nuevos temas y nuevas curiosidades lectoras.
Hoy, ya que estamos en ambiente distendido y celebratorio, vamos a hablar de libros, claro, pero de los libros como objeto. Porque, aparte de ser leído, coleccionado o atesorado, aparte del valor que le da su condición de icono cultural, que hace que incluso los falsos libros sean exhibidos como señal de prestigio, el objeto-libro puede tener -y de hecho tiene- otros usos. Empecemos por los más prosaicos, como servir de falca para la pata de una mesa, de cojín para elevar la altura de un asiento (para esto último son idóneos los volúmenes de esas enciclopedias que Internet ha dejado obsoletas) o, en el peor de los casos, de combustible para la chimenea en los fríos días de invierno. También los hemos visto, en forma de pila, servir como pie de una mesita, o como apoyo ocasional para vasos de vino y tazas de café. Pero su utilidad no acaba aquí. En las manos adecuadas, el objeto-libro puede convertirse en arte. Veamos algunos ejemplos: por muy aburrido que sea lo que nos cuenten las páginas impresas, en las manos de una artista como Su Blackwell, de ellas pueden salir esculturas llenas de magia y encanto.


Menos mágico, el escultor Brian Dettmer utiliza enciclopedias y diccionarios médicos para construir unas obras artísticas muy complejas que son una metáfora del libro del que proceden:


O bien, en un ejercicio metalibresco, los propios libros pueden componer una tipografía, como esta creada por los diseñadores suecos de Bygg Studio:


Aunque, en cuanto a esculturas, algunos lo hacen todo a lo grande, como Tom Bendtsen, que para sus instalaciones debe haber saqueado varias bibliotecas:



También es posible encontrar otros compromisos entre la utilidad y lo artístico, como demuestran estas lámparas hechas a partir de libros:


En fin, como se ve, el día en que todos seamos definitivamente digitales y hayamos dejado de leer libros en papel -un día que confiamos no llegará-, estos aún pueden servir para muchas cosas. Mientras, seguiremos comprándolos, leyéndolos y acumulándolos en nuestras siempre atestadas bibliotecas.