John F. Peto

John F. Peto
Cuadro de John F. Peto (detalle)

lunes, 28 de junio de 2010

MÁS SOBRE TÍTULOS: EXTRAVAGANCIAS

Cualquier bibliotecario o editor acostumbrado a repasar bibliografías y catálogos puede dar fe de la abundancia de títulos raros que existen. Los ingleses, con su conocida debilidad por lo excéntrico y su infalible sentido del humor, han llegado a crear un premio anual al título más raro [Oddest Book Title of the Year], que cuenta con el patrocinio de la revista The Bookseller y se otorga desde 1978. Los títulos son propuestos por libreros, editores y bibliotecarios de todo el mundo y, desde hace unos años, los ganadores se pueden votar por Internet a partir de una lista seleccionada por los organizadores. Entre ellos no suelen haber novelas -los novelistas en general prefieren títulos que no despisten al lector, aunque hay algunas excepciones notorias, me viene a la memoria el caso de Amélie Nothomb, quien con un título como Metafísica de los tubos podría perfectamente haber optado al premio-, pero lo cierto es que la mayoría de estos extraños títulos corresponden a obras académicas o especializadas, y su extrañeza se debe a que se refieren a disciplinas poco familiares para el lector común. Aún así, hay que reconocer la comicidad de algunos de los propuestos. Citaré sólo unos cuantos de los pertenecientes a la lista de este año (la traducción es mía, que yo sepa ninguno de ellos se ha publicado en español... todavía):
-The Stray Shopping Carts of Eastern North America: A Guide to Field Identification [Carritos de compra perdidos de Norteamérica Oriental: Una guía de campo para su identificación].
-Afterthoughts of a Worm Hunter [Meditaciones de un cazador de gusanos].
-Collectible Spoons of the Third Reich [Cucharas de colección del Tercer Reich]-Este último es, efectivamente, un catálogo de cucharas de colección de esa época; aquí, me temo que lo raro no es el título, sino la actividad que describe.
-Governing Lethal Behaviour in Autonomous Robots [Gobernar el comportamiento letal en robots autónomos]-Lamentablemente, se trata de una obra técnica; hubiera sido un título estupendo para una obra de ciencia-ficción.
Aunque, para mí, el mejor es sin duda el ganador del año pasado: People Who Don't Know They Are Dead: How They Attach Themselves to Unsuspecting Bystanders and What to Do About It [Gente que no sabe que está muerta: Cómo se aferran a espectadores inocentes y qué hacer al respecto]. Apenas puedo contener las ganas de comprarme un ejemplar.

martes, 22 de junio de 2010

UN BUEN TÍTULO

Un buen título no hace bueno un libro malo, pero sí ayuda a que destaque. Después, el lector decide. Igual que un mal título no hace malo un libro bueno, pero puede restarle brillo. Respecto a qué constituye un buen título, no faltan teorías, pero no tiene mérito decirlo a toro pasado. Porque es sabido que los editores de Salinger no estuvieron demasiado felices con un título como The Catcher in the Rye (su traducción española, El guardián entre el centeno, resulta aún más incomprensible), pero me imagino que no sería fácil convencer a alguien como Salinger de que lo cambiase. Parece que la posteridad le ha dado la razón a él. Claro que también hay infinidad de anécdotas sobre cuáles fueron los primeros títulos propuestos para obras relevantes de la historia de la literatura que nos hacen suspirar aliviados de que alguien -el autor, su editor o un amigo- decidiera cambiarlo. Ahí van unas cuantas:
  • Guerra y paz: Tolstoi la tituló primero 1805, y así apareció inicialmente en una revista.
  • Umberto Eco quería llamar a su novela El nombre de la rosa La abadía del crimen, pero desistió porque le pareció que ponía excesivo énfasis en la trama policiaca.
  • La versión inicial de Lo que el viento se llevó pasó por varios títulos bastantes desafortunados, entre ellos Pansy, Tomorrow is Another Day y Bah, Bah, Black Sheep! (A pesar de lo dicho antes, me temo que con este título no hubiera llegado muy lejos.)
  • Juan José Millás asegura que el título de El desorden de tu nombre se lo ganó a las cartas a un amigo suyo, que tenía el título, pero no tenía novela, mientras que él tenía la novela, pero le faltaba un título.
  • Hitler le puso a su tristemente célebre Mein Kampf el largo y pomposo título de Cuatro años y medio de lucha contra las mentiras, la estupidez y la cobardía, pero su colaborador Max Amman lo convenció para que lo dejara en el título que todos conocemos. Una lástima, porque el primer título da una idea mucho más clara de cuál es la postura de su autor ante el mundo. Por no mencionar lo estúpido (se me perdonará que emplee su misma terminología) que resulta lo de insistir en que son cuatro años "y medio". ¿Afán de precisión germánica?

sábado, 19 de junio de 2010

ALDO, EN CURSIVA

Le debemos tanto a Aldo... Aldo Manuzio (o Teobaldo Manucci, en versión original), tan enamorado de la Antigüedad clásica que se hizo llamar Aldus Pius Manutius, fue un humanista e impresor veneciano del siglo XV, eminente helenista, filólogo y gran editor. Merecería que le dedicase mucho más espacio, y tal vez lo haré en otro momento, porque se trata de un personaje capital para la historia de la imprenta y de la cultura en general. Pero me ocuparé aquí sólo de una de sus facetas, la de introductor de la letra cursiva en los tipos de imprenta. Entendámonos, la letra cursiva ya existía en los manuscritos medievales; los batallones de escribas que desde los monasterios y las cancillerías se encargaban de transmitir la cultura desarrollaron un tipo de escritura clara y uniforme, con letras redondeadas y, sobre todo, legible, que se llamó "minúscula carolingia". Aldo Manuzio aspiraba a poner la cultura clásica al alcance del gran público y para ello realizó no sólo una gran labor filológica de recuperación de originales griegos y latinos -Aristóteles, Tucídides, Sófocles y Herodoto son algunos de los autores que editó-, sino que ideó un formato de libro más pequeño que el habitual, el octavo (respecto a los formatos, veáse mi entrada del 3 de junio pasado), e inspirándose en los manuscritos antiguos, hizo diseñar a Francesco Griffo una tipografía inclinada que daba cabida a mayor cantidad de texto por página que la romana. Esta letra se hizo tan característica de sus ediciones que se llamó aldina y en los países anglosajones se conserva para ella el nombre de itálica. Gracias a esto logró abaratar los costes de edición y sus libros se hicieron muy populares en Europa. Tanto éxito atrajo inevitablemente a competidores, y pronto surgieron numerosas copias de las ediciones aldinas, sobre todo en Lyon. Como sucede  hoy en día con las imitaciones de artículos de marca, los "falsos aldinos" lo imitaban todo, incluso el bonito emblema de su imprenta, el áncora y el delfín.
Actualmente, la cursiva no suele emplearse nunca para componer la totalidad de un libro, sino para resaltar determinados fragmentos o palabras. Aunque es cierto que las cursivas de la mayoría de las tipografías resultan menos legibles que su versión redonda, hay que reconocer que algunas son especialmente bonitas. Yo, al menos, soy una gran admiradora de la cursiva Palatino.

lunes, 14 de junio de 2010

ROJO Y HERMOSO

¡Qué decepción! Después de tener toda la vida en mi mente la imagen del Libro rojo de Mao como un pequeño volumen con -lógicamente, pensaba yo- tapas rojas y muy rojas, descubro ahora que el Libro rojo no es rojo en realidad, o al menos no lo era en las primeras ediciones (a las que pertenece -según me aseguran fuentes bien informadas, que yo no sé chino- la foto que incluyo aquí ). Está claro pues que el rojo, si lo hay, debe estar en la ideología de los pensamientos que esta obra expone. Y esto me lleva al origen del color rojo como emblema de las ideas izquierdistas. Hay diversas teorías al respecto: algunas lo hacen remontarse a la Revolución francesa, para otras data más bien de la Comuna de París, pero donde adquiere carta de naturaleza es sin duda con la Revolución rusa. A mí me gusta pensar que en buena parte la preferencia por los comujnistas este color se debe a que en ruso la palabra "rojo" es la misma que "hermoso", krasnii. La Plaza Roja se llamaba así ya en tiempos de los zares, por su hermosura. Claro que también hay en ella edificios rojos, pero en ruso tanto da, porque en ambos casos el adjetivo es el mismo. Igonoro si ocurre algo parecido en chino; si es así, el Libro rojo sería también el Libro hermoso. Con un título tan poético, ¿qué necesidad hay de dar color a la cubierta?

jueves, 10 de junio de 2010

DICKENS Y EL FOLLETÍN

Decididamente, en la red hay verdaderos tesoros. Que muchas veces se encuentran por pura casualidad, porque una cosa lleva a la otra, y ésta a una tercera y, así, encadenados como las cerezas, van saliendo a la luz. Una de estas concatenaciones me ha llevado recientemente a descubrir una interesante faceta de las obras de Dickens. Como todos saben, la mayoría de sus obras aparecieron por entregas -como las de tantos de sus ilustres contemporáneos, y también las de otros muchos menos ilustres de los que ya nadie se acuerda-, en revistas por lo general de periodicidad semanal. Descontento con el trato que recibía de sus editores, el éxito de Dickens le permitió dirigir, entre 1850 y 1859, su propia revista, Household Words. Dickens se implicó a fondo en todos los aspectos de esta revista, donde además de sus novelas se publicaban artículos sobre temas diversos de interés general, y es sabido que a menudo cortaba o editaba los textos de sus colaboradores. Cada número, además del "plato fuerte", que era la nueva entrega de la novela dickensiana de turno, contenía una serie de artículos, cuyo contenido como es natural decidía el propio Dickens. Lo que no es tan sabido es que parte de ellos completaban o ampliaban algunos aspectos de la novela que tuviera entre manos que él no podía o no quería tratar en su narración. Puesto que en la actualidad sólo podemos acceder a las novelas de Dickens en forma de libro, esta es una faceta que resulta desconocida excepto para los expertos y aquellos con acceso a bibliotecas especializadas. Sin embargo, he dado con un interesante proyecto, puesto en marcha por una universidad americana, que consiste en digitalizar todos los números de Household Words en que se publicó la novela Tiempos difíciles y ponerlos en la red. El objetivo inicial era dar pie a que los alumnos comentasen la relación entre ambos textos, pero gracias a internet todos podemos gozar de esta revista tal como les llegaba a los primeros lectores de Dickens. Es inevitable preguntarse qué se habrá hecho de las revistas donde Galdós, por ejemplo, publicaba sus novelas, y en qué medida los artículos que acompañaban a cada entrega arrojarían luz sobre las circunstancias de su creación.

lunes, 7 de junio de 2010

LECTORES Y CAMINANTES

Pierre Assouline reseñaba en su blog hace poco nada menos que cuatro libros recién publicados en Francia que glosan los placeres del caminante. Califica a sus autores de "marcheurs à plume", es decir, caminantes-escritores y Assouline, igual que ellos, se reconoce adepto de las caminatas, a las que achaca el único inconveniente de que no permiten leer al mismo tiempo. Algunos lo logran, dice, "pero no garantizamos su estado al llegar". Como formo parte de este club -bastante más nutrido de lo que se pudiera pensar- de lectores/caminantes, quiero hoy recordar el delicioso ensayo de Robert Louis Stevenson, otro gran caminador, "Walking Tours", en que proporciona algunas claves de cómo afrontar este tipo de excursiones. Ante todo, es preciso ir solo: porque lo esencial en estas caminatas es la libertad, que puedas detenerte o continuar a tu antojo; llevar el ritmo que te convenga, y no el de tu compañero; estar abierto a todas las impresiones y dejar que tus pensamientos se formen según lo que vas viendo; y, muy importante, el silencio. Sólo en silencio, sin tener que atender al parloteo de otro, es posible dejar volar la mente, empujada por el ritmo de la marcha, hasta lograr esa especie de beatitud que proviene de la combinación del ejercicio físico con el aire libre y la mente despejada.

Localicé hace unos años un delicioso librito publicado con primor, creo recordar, por una editorial mexicana, que reunía este ensayo de Stevenson con otro de William Hazlitt, "On Going on a Journey", que el propio Stevenson consideraba tan excelente que, dice, "debiera imponerse una tasa a todo aquel que no lo haya leído". Una excelente idea, pues la combinación de ambos textos daría ganas de emprender la marcha hasta al más recalcitrante de los bibliómanos. No sé qué se hizo de él, y lo lamento.

jueves, 3 de junio de 2010

¿EL TAMAÑO SÍ IMPORTA?

¿Importa el tamaño? ¿Qué relevancia tiene que un libro se encuentre disponible en uno u otro formato, o en varios? Ante todo, aunque en muchas fichas de librerías e incluso bibliotecas se habla de tamaño, ésta es una plabara que deberíamos olvidar cuando hablamos de libros: lo correcto es hablar de formato. Y la historia de los formatos viene de lejos, y tiene mucha tela. Nunca mejor dicho, porque se remonta a los inicios de la imprenta, a la época en que el papel se hacía a mano, generalmente a partir de retales de tela, utilizando unos moldes o formas cuya medida era de 32 x 44 cm (aunque, para mayor complicación, en cada lugar estas medidas eran algo distintas). Según el número de veces que esta hoja se doblaba para formar un cuadernillo se hablaba pues de libros "en folio", "en cuarto" o "en octavo". Mientras que el primero de estos formatos se utilizaba para libros de consulta, destinados a ser leídos sobre un pupitre, el cuarto y el octavo, más manejables, eran el formato preferido para los libros de literatura, clásicos griegos y latinos o libros de oraciones. Claro que cuando, en el siglo XIX, empezó a generalizarse el uso del papel continuo o en bobina, el formato de los libros dejó de estar sujeto a a unas medidas fijas y la antigua denominación cayó en desuso. Actualmente, incluso para los libros que se imprimen en plano -es decir, no en máquinas rotativas-, se suelen utilizar unas hojas enormes en las que pueden caber hasta 64 páginas de texto. Pero, como las técnicas de encuadernación también han variado y estas hojas ya no se doblan y se cosen para formar el libro, sino que los pliegos se cortan y se encolan con la técnica del fresado, resulta imposible, observando el libro acabado, saber qué tamaño de hoja se empleó en su fabricación. Y, en cuanto a los formatos, hay una auténtica disparidad; más o menos, se suele hacer la distinción entre libros en "edición normal" y libros "de bolsillo", aunque un vistazo a cualquier librería demostrará que hay tantas y tan notables variaciones entre ellos que lo que para unos es "formato bolsillo" es para otros su "edición normal". Una característica sí se ha mantenido: los libros de texto y, sobre todo, las obras de consulta, suelen tener un formato sensiblemente mayor que las novelas o los libros de divulgación. Aunque todo se andará: la Nueva Gramática de la Lengua Española tiene un formato casi idéntico al de la última novela de Dan Brown.